lunes, 16 de marzo de 2009

Tu última voluntad

Fandom: Harry Potter

Sumario: Cinco años hacía que todo había acabado. Cinco años hacía que ella vivía con ese recuerdo en su mente, esas palabras latiendo permanentemente en sus oídos…y esa última voluntad clavada en su corazón.



Una joven de unos veintiún años y cabellos rojizos se hallaba de pie, en una acogedora y pequeña sala, frente a un escritorio.

Su mano sostenía, entre pequeños temblores, un artículo recortado de El Profeta. En el titular, con letras grandes e intermitentes, se leía:

Harry Potter, “el niño que vivió”, “el héroe más joven de todos los tiempos”, vivirá siempre en nuestra memoria.

Sus pequeños ojos se humedecieron al leer esas palabras, y un afligido gemido escapó de sus rosados labios al ver a un Harry sonriente en la foto que encabezaba la noticia.

Hacía cinco años de ese artículo. Hacía cinco años que todo hacía acabado. Hacía cinco años que había vuelto la felicidad y la paz al mundo mágico y muggle; y a su vez, hacía cinco años que su vida, la vida de Ginebra Molly Weasley, había quedado destruida.

Una melena pelirroja se balanceaba con el viento.

En las manos de la chica yacía la cabeza de una mujer. Sus cabellos también eran rojizos, y su rostro permanecía desencajado en una expresión de sorpresa.

-Mamá…- susurró la joven con abatimiento- …mamá…

Una lágrima cayó en el rostro inerte de Molly Weasley.

-Mamá…- volvió a pronunciar, está vez en forma de sollozo, mientras otra lágrima caía en la mejilla de su madre.

Con afecto, Ginny limpió sus propias lágrimas del frío rostro de su madre, y le cerró los ojos con suavidad.

Se levantó y miró los dos cadáveres que había a sus pies.

Arthur y Molly Weasley, sus padres, sus queridos padres. Excelentes Gryffindors, excelentes miembros de la orden, excelentes padres…muertos. Muertos a sus pies.

Se tapó la boca con una mano, intentando en vano reprimir el llanto.

La joven se sentó en la silla que tenía al lado. Recordar los sucesos de aquella trágica noche, como la muerte de sus padres, le resultaba siempre terriblemente duro.

No podía parar de llorar. Quería, pero es que, simplemente, no podía.

Un grito desde la lejanía la devolvió a la realidad.

Estaba en medio de una guerra.

Parpadeó un par de veces y un pensamiento surcó su menté, aterrorizándola al completo. Esa voz era espeluznantemente parecida a la de Hermione.

Dejando los cuerpos inertes de sus padres atrás, corrió. Corrió como alma que lleva el diablo, en busca de la autora de ese alarido.

Por su mente se repetía una frase una y otra vez: Que no sea Hermione…que no sea Hermione…

Esquivó árboles, piedras, arbustos, se arañó las piernas, y aumentó la velocidad cuando volvió a escuchar a esa voz chillar.

A lo lejos divisó unas siluetas.

Estaba llegando.

“Hermione, ya voy…”-pensó mientras avanzaba.

Ya faltaba poco.

“Que no le pase nada…que no le pase nada, por favor…”-suplicaba, a nadie en particular, en su interior.

Y llegó.

Llegó, y se quedó helada ante la escena que le devolvían los ojos.

Ron estaba en el suelo, herido e inconsciente. Hermione, detrás de él, con cara de espanto miraba hacia delante, donde Harry la apuntaba con su varita mientras una extraña expresión adornaba su rostro.

Harry…el mismísimo Harry Potter, el mejor amigo de su hermano y de su mayor confidente, Hermione, apuntando a sus dos mejores amigos. Es más, ¿había herido a Ron? No…eso no podía ser…

Ginny no sabía qué hacer. ¿Apuntar a Harry, correr y quitarle la varita, ponerse delante de Hermione, arrojarse al suelo al lado de su hermano…? Lo que tenía claro es que no podía quedarse quieta.

Antes de que se decidiese a hacer algo, la voz de la castaña se dejó oír.

-Harry…has de entenderlo…

Hermione, siempre firme, autoritaria, segura, parecía que iba a derrumbarse en cualquier momento.

-No- respondió el . Extraño.

Las ganas de intervenir apremiaban a Ginny, pero antes quería saber qué ocurría allí.

Hermione hizo un ademán de moverse pero la voz de Harry la detuvo.

-¡No te muevas! ¡No te muevas o acabas en el suelo como él!- vociferó con ansiedad.

Todo el mundo se quedó estático.

Harry cogió aire, respiró hondo y, cuando volvió a hablar, su voz se había suavizado y, aún más, dejaba ver una desazón que conmovió y confundió, por igual, a la pelirroja.

-Y créeme Hermione,…créeme…tú sabes mejor que nadie que esto es lo mejor.

-¡No!-chilló ésta apresuradamente.

Estaba pálida y en sus ojos, Ginny pudo distinguir miedo. Mucho miedo.

-¡Es una auténtica estupidez, Harry!

Harry suspiró con pesadez y apretó con firmeza la varita.

-Tu lo has querido Hermione…- dijo con un débil murmullo.- ¡Expeli…!

-¡Impedimenta!

El hechizo de Harry quedó reducido a la nada antes de que pudiese ir más allá de la punta de su varita.

Hermione, que había cerrado los ojos, preparada para el impacto, ahora miraba con sorpresa y cierto alivio a la menor de los Weasley, que había salido de su escondite.

Harry miraba con sorpresa a la pelirroja a la vez que decidía a quién debía apuntar. Para su desgracia, Ginny lo tenía muy claro.

-¿Qué significa todo esto?- exigió, mirando fijamente a Harry.

Y mientras esperaba una respuesta, se fijó en que el rostro de éste parecía haber envejecido. Reflejaba cansancio, abatimiento, preocupación, miedo y, era como si estuviese soportando una enorme carga. Él solo. Sin ayuda de nadie.

Ginny deseó soltar la varita, borrar esa expresión de decepción y cólera e ir a abrazarlo, darle refugio entre sus brazos para que pudiese dejar ir todas sus preocupaciones, para que, si era necesario, llorase como un niño. Quería compartir su carga. Deseaba con todas sus fuerzas que esa guerra fuese una estúpida pesadilla y que, cuando despertasen, fuesen adolescentes normales que disfrutaban de la vida. Sin esas responsabilidades, con meras preocupaciones. Una vida sencilla y feliz. Eso era lo que, sin querer, ofrecía, en ese mismo instante, allí en medio de esa maldita guerra, en plegaría a alguien que, por allá arriba, quisiera escucharla.

La voz de Harry hizo que toda su concentración se desviase de nuevo a él y al presente.

-Ginny…por favor, no te metas en esto-musitó- Por favor…no lo hagas todo más difícil.

-¿Qué no me meta? ¿Qué no lo haga todo más difícil?- Ginny avanzaba peligrosamente hacia él con la varita en alto mientras su tono adquiría volumen - ¿Qué es lo qué no debo hacer más difícil, Harry? ¿Debo quedarme quieta mientras atacas a Hermione? ¿Debo dejarte agredir a tus dos mejores amigos

Ahora, la furiosa y confundida pelirroja, estaba frente a él y su varita rozaba prácticamente su cuello.

-Gin…

-¡De Ginny nada! ¡Dame una buena explicación para no lanzarte una maldición ahora mismo!- tronó, con la esperanza de recibir una respuesta.

Una explosión se oyó a lo lejos haciendo que todos se pusiesen alerta.

Los ojos de Ginny estaban fijos en los de Harry, que la miraba con preocupación.

Durante unos instantes, reinó la quietud y la incertidumbre.

De pronto, la expresión de Harry cambió, pero Ginny, a pesar de advertir el cambio, no tuvo tiempo de reaccionar.

Haciendo caso omiso de la varita, Harry empujó a Ginny, haciendo que cayera al suelo de espaldas y saltó hasta tocar un nido que yacía en una de las ramas del roble que tenía justo detrás. Y, sin más, desapareció.

La menor de los Weasley todavía tenía la vista fija en el lugar en el que hacía unos segundos, había estado Harry. En su mente resonaban, con nitidez, las últimas palabras de Harry antes de desaparecer. Palabras pronunciadas en un casi inaudible susurro. Un “lo siento” que llevaba oculto un “adiós”. Palabras que, amargamente, sonaban a despedida.

Ginny, haciendo acopio de todas sus fuerzas, se levantó y se dirigió hacia donde estaban Ron y Hermione. Se arrodilló junto a su amiga y la abrazó.

Harry les había salvado la vida aferrándose él solo a ese traslador…

Ginny no podía dejar de preguntarse día tras día que hubiese pasado si ella hubiese reaccionado antes y le hubiese cogido. Tan solo un roce en el brazo y ya hubiese ido con él.

No podía parar de culparse por no haber sido más rápida. Por no hacer hecho caso a su instinto cuando le advirtió de que, esa decisión en los ojos de Harry, aparecida de la nada, no presagiaba nada bueno.

Quizás, por un leve roce, su Harry seguiría vivo…y el titular del periódico que sostenía en sus manos hubiese sido totalmente distinto.

Y mientras Hermione lloraba, en un llanto de desconsuelo impropio en ella, entre sus brazos, le reveló lo que Ginny tanto temía.

-Se ha ido con Voldemort. Va ha luchar solo…-musitó para luego perderse entre más hipidos y sollozos.

-Lo sé- se limitó a responder la pelirroja mientras abrazaba con más fuerza a su amiga.

Y, en esos desoladores instantes, recordó como solía ser Hermione la que, en la intimidad de su habitación, la abrazaba para transmitirle fuerzas cuando las cosas no iban bien.

Pero a veces la vida, por capricho, intercambia los papeles. Porque incluso los más fuertes necesitan derrumbarse alguna vez.

Con su mano derecha secó con suavidad esa lágrima fortuita, que, finalmente, se había atrevido a salir de su escondite.

“No más lágrimas Ginebra…no más lágrimas…”-Se dijo mentalmente.

Una promesa que debía repetirse una y otra vez para poder cumplirla…

Pero bien sabía ella que las lágrimas habían sido sus únicas compañeras esos cinco años, que, fieles a una cita de cada noche, la habían acompañado en sus momentos de doloroso silencio.

Debajo de las dos siluetas de las chicas, arrodilladas en el suelo, el cuerpo de Ron empezó a dar señales de vida.

Ginny fue la primera en reaccionar.

-¿Ron?

Como respuesta, el aludido se movió un poco más.

-¿Ronald? – Esta vez fue Hermione quien lo llamó.

Al instante los párpados del pelirrojo se abrieron, dejando ver dos preciosos ojos azul celeste.

-¡Oh, Ron, has despertado!- Hermione no se contuvo y lo abrazó, mientras Ginny esbozaba una tierna sonrisa.

Y la Ginny del presente, a pesar de las circunstancias, igual que aquella vez, también esbozó una leve sonrisa.

Ron intentaba quitarse a su amiga de encima, sin resultado.

Mientras, de espaldas a ellos, Ginny escudriñaba su alrededor. Había escuchado un ruido que no le agradaba en absoluto.

Sus pequeños ojos café se movían con viveza, buscando algo más que árboles y negrura.

De pronto, oyó un golpe seco a sus espaldas.

Se giró ipso facto y la imagen que le devolvieron los ojos la heló por completo.

Hermione había caído encima de Ron, y los dos parecían estar inconscientes. Envolviéndolos a ambos, había todo un ejército de mortífagos.

¿De dónde habían salido?, se preguntó.

Pero rápidamente desechó esa pregunta de su mente y puso sus cinco sentidos en la batalla que se le venía encima.

La orden del Fénix y algunos miembros del ED llegaron inmediatamente después de que apareciesen los mortífagos. Y así dio comienzo a lo que la gente llama, popularmente: “La batalla final”.

Esos momentos fueron absoluto caos: la lucha contra los enemigos y contra el miedo; las vidas de los demás en peligro; la imagen de Harry, la de sus padres, la de los que la rodeaban, rondando su cabeza sin parar…impidiéndole pensar con claridad.

Aún en la actualidad se preguntaba como pudieron sobrevivir…

…los que sobrevivieron.

Ginny no recordaba los detalles exactos del tiempo en el que estuvo luchando. Tenía recuerdos de escenas sueltas, de sensaciones, de pensamientos, pero todo había sido tan caótico, tan terrorífico…suponía que su mente no había sido capaz de asimilar al completo una experiencia así.

Pero sí recordaba lo que sucedió después…y quizás debiera de ser eso lo que se borrara de su mente.

No sabía cómo pero estaba corriendo. A pesar del agotamiento, a pesar de las heridas, de los rasguños; a pesar del dolor físico e interior; a pesar de lo que acababa de vivir…de la gente que se había quedado atrás… A pesar de todo, ella corría de nuevo, esquivando, igual que antes, todo los obstáculos que le impedían su carrera; y es que, fuera como fuera, debía encontrarlo. Debía averiguar si aún vivía.

Necesitaba saber que estaba bien.

Quedaban ya pocos mortífagos en pie y ella se había permitido el lujo de escabullirse.

Con el dorso de la manga se limpió las lágrimas que volvían a resbalar libremente por su rostro.

No era un buen momento para llorar, pero si alguien hubiese sido capaz de soportar lo que acababa de vivir Ginny sin derramar una sola lágrima, ese alguien no era humano.

Se abrochó la gabardina y colocó, con cierto temblor, la llave en la cerradura.

Era un buen momento para despejarse.

A causa de las lágrimas y la oscuridad no veía bien y tropezó con una rama, cayendo al suelo de bruces.

-Vamos Ginny…vamos…debes encontrarlo- se dijo a si misma.

Y como si la sola idea de que hubiese una posibilidad de encontrarle vivo la llenara de vida y de fuerzas, se levantó y continúo su carrera.

Secando furiosamente las lágrimas entró al coche y arrancó.

Pronto, muy pronto, llegaría. Lo presentía.

-Harry aguanta, por favor…-suplicó al aire, entre jadeos.

Se paró en seco.

¿Había oído voces o eran imaginaciones suyas?

Cautelosa, dio dos pasos adelante y agudizo el oído.

El lejano sonido de un grito llegó hasta ella.

Conducía a la velocidad máxima permitida por esas calles.

“No, por favor…”-deseó con todas sus fuerzas.

Y contra todo pronóstico, como si una llama viva de energía se hubiese apoderado de ella, se dirigió, teniendo a su intuición como única guía, hacia el lugar del cual había provenido el grito.

Y llegó.

Exhausta, destartalada, sucia, débil, herida…pero también llena de fuerza, llena de vida y llena de esperanza.

Su mirada café dio con su objetivo.

Delante de ella, dos siluetas. Una, en el suelo, inmóvil. La otra, de pie, con la varita aún en alto.

-¡Harry!-exclamó.

La figura que estaba de pie se giró hacia ella.

Los ojos verde esmeralda se abrieron al verla allí. Su pequeña pelirroja había llegado hasta él, y estaba viva.
Viva.

Le sonrió.

Ella, presa de una euforia inmensa, olvidó las heridas, olvidó el cansancio. Él estaba allí, de pie, vivo, y sonriéndole. Y corrió, corrió de nuevo; pero esta vez, las lágrimas fueron substituidas por una gran sonrisa.

Dobló en una esquina y pasó frente a la casa en la que vivían Ron y Hermione. Durante unos segundos, por su mente pasó la fugaz idea de pararse allí y abalanzarse a los brazos de su amiga o su hermano.

Pero habían pasado cinco años, y, en teoría, a ojos de todos, ella estaba bien.

A los ojos de todos, ella era feliz.

Y mientras corría hacia él, la figura de Harry perdió la sonrisa y se desvaneció, manteniendo en los labios el dulce susurro de su nombre.

El nombre de la pelirroja de ojos marrón café que había llegado hasta él y había caído de rodillas al suelo, asustada.

-¡Harry!-Lo llamó.

Cogió su rostro con sus pequeñas manos y le dio suaves palmaditas en las mejillas.

- ¡Harry!

Pero él no reaccionaba.

-¡Harry!- le gritó.

Se acercó más a su cuerpo. Buscando un rastro de vida en él.

Rastro de vida que no encontró.

El grito desgarrador de Ginny resonó por todo el bosque.

Los sollozos no tardaron en convertirse en llanto. Y el llanto no tardó en serle insuficiente como medio para expresar el dolor.

No podía ser.

Simplemente, era irreal.

Su Harry no. Él, no.

Sacó con un movimiento seco las llaves y cerró la puerta del coche con un portazo.

De pronto, el moreno movió ligeramente la cabeza y abrió con lentitud los ojos, encontrándose con la mirada sorprendida de su pequeña pelirroja.

Y enfrentándose al frío viento, que golpeaba sin piedad su fino rostro, entró por las majestuosas puertas del cementerio.

-Ginny…-susurró con alivio- como me alegro de que estés bien- añadió con la voz tenuemente entrecortada.

-Harry…- le devolvió el susurró- ¡Por Merlín, estás vivo!- exclamó con júbilo.

-Escúchame…-volvió a susurrar Harry. Esta vez, con más dificultad. Detalle que preocupó profundamente a la Weasley.

Abrió la boca para replicar, para decirle que mejor que se quedase callado, que enseguida llegarían a algún lugar seguro en el que le curarían, que ya había pasado todo. Pero él la acalló posando su dedo índice, no sin cierto esfuerzo, sobre sus rosados labios.

-Y ha acabado todo…-dijo con tono tranquilo. – Tienes que prometerme algo antes de que me vaya.

No sabía cuando. No sabía qué palabra exactamente, de las que acaba de pronunciar Harry, habían provocado que las lágrimas volviesen a fluir.

No salía ningún sonido coherente de su boca. Había tantas cosas que quería decir, tantas sensaciones que se estaban acumulando, que no lograba canalizar nada y hablar.

Él tomó de nuevo la palabra. Todavía más dificultosamente que antes.

Se iba. Se iba y ella no podía hacer nada. Lo sabía. Ambos lo sabían.

-Prométeme que serás feliz…- le pidió, casi con ansiedad.

-¿Qué…?- Los labios le temblaban y no lograba articular nada más. Por más que lo desease, por más que le diese rabia, miles de palabras llegaban desde el fondo de su corazón y morían en sus labios…palabras que jamás serían dichas, palabras que jamás tomarían forma real…
palabras que él no oiría jamás.

-Ginny…-esta vez, el susurro era casi inaudible, pero ella lo oyó perfectamente. Todos sus sentidos estaban puestos en él- Por favor…-murmuró con un fino hilo de voz y ese tono de necesidad existencial.

Y la menor de los Weasley, no lograba otra cosa más que dejar que de sus labios fluyesen gemidos de tristeza que se mezclaban con las lágrimas amargas que escapaban de sus ahora apagados, ojos café.

Poco sabía ella que su mirada ya no volvería a brillar. Nunca más. Porque su alegría se marcharía con él. Y sabía- gracias a esa peculiar intuición femenina- que solo hacía falta que ella pronunciase la frase que Harry estaba esperando, y él se iría en paz.

Allí, al lado de lo que quedaba del cadáver del mayor mago oscuro de todos los tiempos; allí, en esa clariana semi-oscura que había sufrido la batalla de ambos magos; allí, en sus frágiles y blanquecinos brazos.

Allí, Harry Potter, los dejaría para siempre…

Solo quedaban esas palabras…solo eso y todo acabaría. Su agonía y su felicidad.

Tantos sueños, tantas promesas, tantas ganas de vivir. ¿Dónde quedaba todo? En las vidas de los demás. Ésa era la recompensa. Ése era el precio. Ése era el contrato firmado en tinta y papeles invisibles.

Ése era el destino de un héroe y de su prometida.

Vio horrorizada como Harry se esforzaba por seguir respirando; como luchaba contra la muerte, que se le venía encima, para escuchar esa promesa. Esa promesa que le garantizaría que su última voluntad se cumpliría.

Sintiendo que perdía de nuevo todo tipo de fuerza, cayó de rodillas al suelo con un golpe seco.

Alargó su mano y la posó sobre la de él, que todavía yacía en su mejilla, y el anillo que llevaba en ella, brilló cuando Ginebra pronunció las siguientes palabras:

-Te lo prometo…- la voz amenazaba con quebrársele pero con todas sus fuerzas lo impidió. Tenía que sonar segura. Harry debía creerla; ella misma debía hacerlo. Cogió aire y habló con tono seguro- Te prometo que seré feliz a pesar de todo…

Concluyó la frase con una débil sonrisa y contempló, con la vista empañada, como Harry esbozaba una última sonrisa. Una sonrisa sincera de alivio, de alegría, de paz.

La mano fuerte de él perdió fuerza sobre su mejilla y ella lo supo.

Se había ido…

Totalmente desvalida, Ginny se derrumbó. Se derrumbó como nunca lo había hecho. Se derrumbó como nunca más lo haría.

Dejando con suavidad la mano de Harry sobre su cuerpo inerte, se dobló contra su fuerte pecho y lloró como no recordaba haberlo hecho en la vida.

Ella, que jamás derramaba una triste lágrima ante nadie, exceptuando los momentos de soledad con su mejor amiga, ahí estaba, llorando sin importarle quién llegase o quién hubiese llegado ya, porque le había parecido notar el cálido contacto de una menuda mano en su hombro, y la dulce caricia de otra en su cabello.

Pero qué importaba si había alguien.

Su vida acababa de perder sentido, y aunque no quisiese pensar eso, le era imposible no hacerlo.

Frente a ella, en una preciosa lápida, se leía: Harry James Potter. Y seguido de su nombre, una lista de halagos que Ginny se sabía de memoria y que, conociendo como conocía a Harry, estaba segura de que hubiese preferido que no estuviesen en la placa de su tumba. Pero por más que lo había intentado, no había logrado persuadir a la gente de escribir algo más sencillo. Pero, ¡qué carajo! ¡Él se lo merecía! ¡Él se merecía todo eso y más!

Y sin poder aguantarlo más, con un susurro tan tenue como los que empleó él para comunicarle su última voluntad, ella le hizo una confesión que llevaba clavada, como una dolorosa espina, en su corazón. Algo que nadie más sabía, algo que ella había conseguido disimular a la perfección: a base de sonrisas ensayadas durante horas frente a un espejo; a base de escapadas al baño, para que nadie le viese llorar, para que nadie se diese cuenta de la realidad; a base de pociones anti-enrojecimiento y anti-ojeras, para que no se le notasen las interminables noches sin dormir…

-Lo siento, Harry, lo siento de veras…- empezó, con sincero arrepentimiento, mientras unas escurridizas lágrimas resbalaban por sus pálidas mejillas- Debes saberlo. Debes saber que jamás, ni en un millón de años, podré cumplir tu última voluntad…- hizo una pequeña pausa- Yo nunca llegaré a ser feliz sin ti…

Y mientras la lluvia, como lloro proveniente del cielo, se mezclaba con sus propias lágrimas, la pelirroja que una vez paseó cogida del brazo del “niño que vivó”, que una vez saboreó los más dulces y apasionados besos que nadie le daría jamás, que una vez supo el significado de la verdadera felicidad…Aquella que una vez, hace ya mucho tiempo, sonreía con sinceridad, permanecía allí, arrodillada frente a la tumba del que se llevó consigo su corazón y su felicidad, lloraba , dejando ir su rabia, su dolor, su tristeza y su impotencia…

Todo por estar sin él.

Todo por su promesa rota.

Todo por esa última voluntad que jamás se vería cumplida.

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