Sumario: La inmortalidad puede ser un castigo cuando no es posible compartirla.
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Se respira lluvia en el aire. Los pájaros han volado lejos, el cielo amenaza con tormenta. Aún resplandece en el horizonte la orgullosa silueta de la Ciudad Blanca. Acogedora y esplendorosa la veían antaño mis ojos, mas ahora luce fría y sombría. Ha perdido su corazón como yo el mío, y ambas lloramos sin lágrimas nuestra soledad.
Silencio.
Hojas secas se desprenden lánguidas con el vaivén de la fría brisa de otoño, poderosos robles y altos sauces sucumben, derrotados, ante la llegada de una nueva estación. Flores marchitas siembran el suelo que piso al caminar.
Sola y sin rumbo.
El viento aumenta a cada paso, impávido y cruel, ajeno a mi dolor, y las vetustas ramas de árboles sagrados ondulan y se retuercen bajo su poder. Su lamento se oye tenue y frágil, reflejando el silencioso llanto de mi alma perdida.
Abandonada.
La alta mano de Mandos me rehuye, esquiva mis ruegos, desoye el clamor de mi espíritu sangrante, me repudia y condena a permanecer en esta tierra a la que ya no pertenezco. La muerte, tan piadosa con los hombres, a quienes recoge con su manto de paz, me vuelve la espalda cuando toda mi esperanza yace en su llegada.
Sin esperanza.
La maldición de mi raza pesa sobre mí, recordándome el sacrificio que hace años acepté sin dudar. Una eternidad de vida, mi suplicio infinito ahora que mis sueños se desvanecen con tu partida. El lazo que me unió a ti me ahoga ahora que soltaste tu lado. Y me quiebro sin tu presencia, tu calor, tu aliento.
Tú, mi mortal.
Las últimas sombras de la ciudad desaparecen tras las montañas, me alejo de mi hogar pues mi corazón no puede permanecer donde tanto tiempo fuimos felices juntos. Mi alma estuvo siempre contigo, en cada suspiro y cada batalla, en cada enfermedad, hasta el momento en que me dejaste. Y ahora no tengo adónde ir, pues no hay lugar en que pueda esconderme de mi destino. Mi sueño ha llegado a su fin y comprendo que no fue más que una quimera.
Tú, mi señor.
Maldigo a los hombres por su fugaz existencia. Me maldigo por la mía, perenne. Te maldigo por abandonarme en esta tierra sin consuelo ni esperanza y dejarme sola con tu memoria. Sé que jamás podré olvidarte. Inacabables años deberé vagar sin rumbo hasta redimir mi pecado, esa ha de ser mi condena por haberte amado.
Los rayos de Anar se han perdido tras el horizonte llevándose consigo todas mis ilusiones. La misteriosa Isilme se alza, melancólica y triste, sobre las vastas tierras de Gondor brillando solemne. Su pálida luz te despide.
Adiós, mi rey. Tu recuerdo será mi castigo eterno.
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