lunes, 23 de marzo de 2009

Desde el puerto

Sumario: Diva sólo necesitaba que le prepararan el escenario, a su hermana junto a ella al frente y a sus caballeros de público.

-.-.-

Y cada minuto
Espera su turno.
Se escapa, se pierde;
Se une al mar.



I. Desde el puerto.

El sonido sordo que producía el roce de su vestido blanco con el viento nunca le pareció más agradable que aquella tarde. La palidez de sus manos, contrastante con el color oscuro de las de James, se le hizo sublime. Podía sentir la mirada de Amshell sobre su espalda, cubierta de sus cabellos negros danzantes y una flor azul al costado, que Solomon había colocado con delicadeza y ella sonrió.

Se soltó de la mano del militar, y con esa mirada vivaz y cruel lo invitó a perseguirla. El mar, a un costado, hacía del sonido de las olas su música de fondo y ella lo aprovecharía para interpretar un musical distinto al que quería Nathan. Este no dijo nada, sólo imaginaba de lejos lo bella que se veía corriendo atrapada dentro de su utopía destructiva. Incluso se dignaba a sonreír; burlándose de los caballeros delante de él, siguiendo con la mirada a su reina.

Eran propiedad de aquella bella muchacha, sanguinaria y dulce a la vez. Su largo sueño estaba próximo, y ellos se dispersarían hasta que Diva los volviera a llamar. Consiente de ello, ella se detuvo frente al ocaso del día, y por puro capricho, le pidió a Amshell que fuera sólo para ella. Él no hizo más que mover la cabeza y observarla como un padre miraría a su hija ilegítima. Hasta aquello parecía en extremo hermoso, pensaba ella, desde el puerto. Según la definición que en su cabeza se había formado de aquella palabra, por supuesto.

Tráemela.

Tenía la imagen fija del rostro de su hermana, que se formaba en líneas dispersas sobre el mar. La necesitaba, deseaba volver a verla y reírse de su estado emocial. Deseaba que le repitiera esa condena extravagante que le había encantado, sólo por ser de parte de ella y de no un sucio humano.

Diva sólo necesitaba que le prepararan el escenario, a su hermana junto a ella al frente y a sus caballeros de público. Aquella fue la última orden que dio ese día, donde los minutos se volvían uno con el mar y ella creyó poseer a los cinco hombres reunidos esa tarde para toda la vida. 

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