jueves, 16 de abril de 2009

Mujer

Sumario: Vivir junto a ella era algo más que una nueva aventura. Kate era la mejor causa por la que había luchado, a pesar de tener una mente retorcida y una sonrisa sarcástica siempre en los labios -sólo para él, claro- 

---

Su sed no quedaba saciada del todo. Había necesitado mucha disciplina y muchos errores (sus “pequeños deslices”) para lograr el autocontrol que tenía en esos momentos. Los animales solían tener un sabor espantoso, pero había aprendido a alimentarse de ciervos y osos como antes lo había hecho con indefensos humanos. Nunca sería lo mismo y lo sabía, pero en su nueva vida (era curioso utilizar ese término por segunda vez) había muchas cosas más importantes que la sangre humana llenándolo por dentro.

Familia.

Ahora tenía una familia. En su vida humana había defendido el concepto de nación, de colectivo, de unión. Sólo ahora era capaz de sentirlo verdaderamente, comprender el valor de tener una auténtica familia a su lado. Siempre a su lado. Pero aunque Carmen, Eleazar y Tanya eran importantes para Garrett, nada podía compararse con ella.

Kate. Su Kate. La que tenía una mente retorcida y era capaz de usar su poder contra él si le tomaba demasiado el pelo. La que le decía “Tanya y yo nos vamos unos días, no quemes la casa” con una sonrisa sarcástica y que cuando él preguntaba por qué no podía ir le contestaba que eso eran “cosas de hermanas” mientras se encogía de hombros. La que se reía con carcajadas sonoras y sin complejos y no se avergonzaba ni siquiera un poco de hablar de los muchos amantes humanos que había tenido.

También era su Kate la que lo miraba a los ojos con entendimiento y comprensión cuando volvía a casa con la mirada teñida de rojo. Y por supuesto era Kate la que le hizo sentir por primera vez la importancia del contacto físico. Y emocional. Por eso cuando ella se abalanza sobre su hombro y le muerde de forma juguetona la oreja (y el cuello y el hombro...) Garrett sonríe mientras se las apaña para quedar el uno frente al otro y dejar que todo su cuerpo se deje guiar por el magnetismo que Kate ejerce sobre él. Se besan y se tocan, se sonríen cómplices, jadean sonoramente (y no precisamente porque estén cansados) y destrozan una inocente mesilla que ha tenido la mala suerte de estar demasiado cerca.

Entonces, estirados sobre el suelo y con Garrett recorriendo la espalda de Kate suavemente con una mano, ella le dice que te quiero, te quiero mucho. Y mientras Garrett le contesta con una enorme sonrisa de suficiencia en los labios que eso ya lo sabía yo y la besa antes de que puede replicarle, se da cuenta una vez más que no importa si su sed nunca vuelve a quedar completamente satisfecha.

Sabe que puede embeberse de Kate hasta la saciedad.

(Y aunque ella tenga aún peores pulgas, sabe mejor que cualquier oso)

Entre cigarrillos y susurros

Sumario: Se acerca el final de curso y los merodeadores tendrán que dejar Hogwarts para empezar una nueva vida como adultos. Ni Sirius ni Remus se han atrevido a dar un paso más, pero ahora el tiempo juega en su contra. SiriusxRemus.

---

La broma.

Remus le mira con disgusto, como si quisiera morderle la yugular.

- No me parece para nada gracioso, Canuto.

- Pues será a ti, porque a mí...

Remus gruñe. Roncamente. La luna llena se acerca y lo que menos necesita es que Sirius le toque lo que no le tiene que tocar. Joder. Esta vez de ha pasado y ya está harto de sus bromas de mal gusto.

- Vete a la mierda, Sirius.

- Vamos, si encima has encontrado al amor de tu vida, Lunático. ¿Por qué lo descartas tan a la ligera? – El tono burlón de Sirius hace que se dé la vuelta cada vez más enfadado para descuartizarlo de una buena vez, arrancarle los sesos y tirárselos al calamar gigante.

- Sirius, te juro que como vuelvas a mencionarlo una vez te arrancaré los ojos y se los daré al calamar gigante. Severus no lo dijo en serio.

- ¡Merlín, has dicho su nombre de pila! Vamos por buen camino, hombre.

- Te he avisado – dice, amenazador – Y quien avisa no es traidor.

El condenado ríe de nuevo, sacudiendo así su pelo negro, que cae descuidado por sus hombros. Es un movimiento muy común en los perros, eso de sacudir la cabeza nerviosamente. En el momento en el que Remus suspira, derrotado, Sirius se da cuenta de que no debe bromear tan a la ligera. Aunque Canuto sea el rey de los chistes y las bromas, Remus es diferente.

- Está bien, está bien, no te sulfures.

- ¿Seguro que puedo dormir tranquilo un rato?

- Claro, yo vigilaré tu sueño.

Remus arquea una ceja por lo que acaba de oír. ¿Se supone que eso lo debe tranquilar?

- Canuto...

- Juro por mi santa madre que no haré nada malo.

Está tan cansado, mental y físicamente, que desiste. No quiere seguir discutiendo, sólo quiere dormir. Así que sube las escaleras, dejando a su amigo allí parado. Cierra la puerta del dormitorio y se quita la túnica y los zapatos, acostándose en la cama con un suspiro hondo. Todavía no puede creer lo que James y Sirius le han hecho. Severus Snape, en el comedor y delante de todos, pidiéndole que le acompañara a la fiesta de graduación. Mierda, jamás se había sentido tan abochornado.

Toda la culpa la tiene James. Le hablaré mal de ti a Lily Evans, cabrón. Y Sirius, claro. Y a ti te cortaré la polla a trocitos. Siempre metiéndose en todos sus asuntos, riéndose de él por cosas que sabe que le avergonzaban, como la invitación al baile. Despotrica contra Sirius, sin despotricar realmente, cayendo dormido un rato después.

Dos horas más tarde, Remus abre los ojos y se siente mucho más descansado. Se levanta, entra en el baño y se lava la cara. Sabe que Sirius puede llegar pronto de flirtear con las chicas y no quiere encontrarse con él, todavía está un poco cabreado.

En la ahora vacía biblioteca Remus se dispone a terminar su trabajo de Runas. Al menos así puede tener un poco de silencio a su alrededor y no escuchar las insoportables risas de Sirius y James ni las miradas de los demás alumnos. De repente siente a alguien a su lado y mira sorprendido a Lily Evans. Tiene cara de pocos amigos, cosa que pone a Remus en alerta.

- ¿Sí?

- Lupin, tengo que hablar seriamente contigo.

- ¿Sí?

- Quiero que sepas que me parece increíble lo que han hecho tus amigos – dice, mirándole con reproche y conteniendo la respiración. Remus suspira, pero intenta serenarse.

- No voy a intentar disculpar a Sirius ni a James.

Jodido Sirius.

- Más te vale... Porque creo que son unos niñatos estúpidos y malcriados y no tengo ni la más remota idea de por qué demonios todavía eres su amigo. Adiós.

- Espera, Lily – La chica se detiene, antes de alejarse de la mesa donde está haciendo sus deberes-. Ellos no son tan gilipollas. Al menos no siempre.

- Pues espero que lo demuestren más a menudo.

..

- Sé que es mi culpa y lo siento, pero debes ponerte en mi situación, tío. No podía quedarme de brazos cruzados.

Exasperado, Remus deja de buscar en su baúl.

- ¿Ponerme en tu situación? Sirius, es Snape, joder. ¿Sabes la vergüenza que siento? Y encima lo habéis humillado delante de todos.

- Es mala persona, Lunático.

- No lo es. Además, no es sólo eso – reprocha, volviendo de nuevo la vista a su baúl – Estaba muerto de vergüenza.

Remus está muy cabreado. Después de su conversación con Lily, salió de la biblioteca, rumbo al Gran Comedor y se encontró con las miradas de todos los alumnos cargadas de humor, de burla. Todos le miraban con cara de “Caíste en la trampa, tío, en la trampa de los merodeadores. Y eres un merodeador. Qué pringado” Sin saber qué hacer, se sentó al lado de la pelirroja, que sin extrañarse siguió echando sal a su pollo con patatas asadas.

- ¿Puedo comer contigo? No quiero ir con Sirius. En este momento le arrancaría alguna parte de su anatomía que podría echar de menos en un futuro. Y bueno. Es mi amigo, ya sabes.

- No pasa nada, te comprendo – dijo ella – He tenido esos instintos durante siete años.

Remus sonrió suavemente, comenzando a comer.

Estuvieron hablando durante toda la cena. Remus descubrió que Lilian Evans no era la chica que parecía. Su personalidad irradiaba una auténtica seguridad en sí misma, a pesar de haber sufrido durante años la humillación de Malfoy y compañía sólo por ser hija de muggles. Ahora es una muchacha decidida, sarcásticamente divertida y, extrañamente, él siente confianza hacia ella. Una confianza íntima, recíproca.

- Muy bien. Si quieres que te deje en paz, lo haré. No tengo ganas de estar aquí lamiéndote el culo – dice Sirius, sacándole de sus recuerdos.

Remus traga saliva. Ése es Sirius, diciendo todo con doble sentido.

- Pues ya estás tardando – contesta sin mirarlo, buscando no sé qué en su baúl – Te pierdes parte del mundo, Canuto.

Sirius sale de la habitación, echando humo por las orejas. Seguramente se liará con otra de esas estúpidas chicas que se ilusionan porque él las mira más de la cuenta. ¿Es que no entienden que Sirius sólo va a acostarse con ellas? Ilusas... Es un egoísta. Es estúpido. Es presumido, alguien debería darle una lección por ser tan orgulloso. Y a Remus le pone enfermo. Porque quiere besarle y lamerle y morderle hasta hacerle sangrar. Idiota. Y encima Sirius le hace esa clase de bromas que tanto odia.

Por la noche, Remus le ve entrar al Gran Comedor con una chica de Hufflepuff. La agarra de la cintura e incluso más abajo, justo donde él tiene una cicatriz que espera por ser acariciada.

Como te odio, Canuto. Le odia tanto como le quiere.

..

A medianoche todavía está despierto, esperando a que la puerta chirríe cuando Sirius entre. Pero Sirius no llega todavía. Está empezando a dormirse cuando escucha pasos desde la escalera. Mira su reloj. Las tres de la mañana. Se abre la puerta y él se hace el dormido, mirando hacia ella. Y ve a Sirius entrar. Despeinado, sudoroso, con la camisa del colegio arrugada y los pantalones a medio abrochar.

Espero que hayas disfrutado, Hufflepuff.

Sirius se acerca a su cama y Remus cree por un momento que abrirá las cortinas y se acostará encima de él y le besará hasta dejarlo sin aire. Y entonces él abrirá las piernas y atrapará sus caderas con ellas. Y se frotarán y... ¡Morgana! Pero Sirius no abre las cortinas, se queda enfrente de ellas, quieto. Remus aguanta el aliento, con el corazón palpitando y las manos temblándole.

Abre las cortinas, Sirius. Ábrelas.

Sirius se da la vuelta, yendo hacia su propia cama. Se quita los pantalones, la camisa, y se acuesta. Remus cierra los ojos, para que todo se haga un poco menos insoportable. Y duerme.

Oesed.

Queda una semana para las vacaciones. Séptimo curso, una semana y después la vida. Ninguno quiere que termine, Remus está seguro de que ni siquiera Lucius Malfoy quiere irse.

- Lupin, dile al estúpido de tu amigo que tenga más cuidado en el futuro. Una broma como la que le hizo a Severus no se puede tolerar.

- Díselo tú entonces – contesta Remus, llevando en su regazo varios libros. Ha quedado en la biblioteca con Lily - Yo no tengo nada que ver.

Lucius le mira, lo sabe, lo siente. Pero él no se da la vuelta en ningún momento. Sigue hacia delante, sin mirar atrás. Seguro que Lucius ha preparado una broma para Sirius. ¿Ahora qué toca, que Sirius se declare a James? Mierda, no le gusta la idea, para nada.

- Llegas tarde – La voz de Lily le saca de sus pensamientos de celos sin fundamento. Se está volviendo gilipollas mental - ¿Qué te pasa?

- ¿A mí? Nada.

- Vamos, Lupin – Ese Lupin suena familiar, íntimo y Remus se siente como si estuviera siendo interrogado por su madre - Sé que te pasa algo. ¿Snape? ¿Malfoy?

- ¿Por qué todo el mundo me pregunta por Snape? Ag, odio que me pregunten por Snape.

“¿Snape te ha vuelto a decir algo? ¿quién será la novia? ¿os habéis besado ya?” Y Sirius seguía sonriendo con burla. Maldito Sirius. Y todo por su estúpido orgullo.

« - Lunático ¿te has enamorado alguna vez?

Remus ríe para ocultar su vergüenza. Claro que sí, gilipollas.

- ¿Tú no?

- No sé... Creo que no.

- Lo dices como si te preocupara.

- Bueno...La verdad es que me gustaría. Ya sabes, vivir todo en la vida, sin haberme perdido nada. Dicen que enamorarse es una de las mayores satisfacciones que hay.

- ¿Y por qué me preguntas? ¿Es que me ves enamorado?

- Yo no he dicho tal cosa.

- Pero lo has insinuado.

- Sí.

Remus mira a Sirius, sus ojos verdes están llenos de algo parecido al reproche, pero sin llegar a él. Le coge el cigarro de entre los dedos, rozándoselos. Y siente un calorcillo en el estómago con tan solo sentir ese contacto. Da una calada honda, chupando el filtro. Sirius sabe que es gay, pero jamás ha dicho nada sobre ello. Y se lo agradece, al tiempo que se siente decepcionado.

- Supongo que sí. Alguna vez...

- ¿Y cómo es?

- No lo sé. Simplemente lo sabes.

- Pues no lo sé.

- ¿Acaso te gusta alguien y tienes dudas?

Sirius no contesta. Remus le conoce, joder, pero no puede decírselo, tiene una reputación que proteger. A lo mejor se ha enamorado de verdad, quién sabe. Mira al techo de nuevo, donde Remus tiene posters de algunos de los mejores jugadores del Puddlemere United. A Remus nunca le ha gustado el Quidditch, así que supone por qué tiene ahí a esos tíos fuertes y atractivos. Seguro que se la menea mirando hacia arriba. Él tiene posters de su equipo porque los jugadores son buenos, no porque le pongan pinocho.

- Estoy como una cabra – dice, al rato – No me dejes pensar, Lunático.

- No te dejaré, Canuto. Cuando te enamores te ahorraré la vergüenza de dejarte pensar.

- Así que es vergüenza lo que sientes. Entonces ya sé de quién estás enamorado.

El corazón de Remus galopa con fuerza, pero él hace lo posible porque no se note el temblor de su cuerpo.

- ¿Ah, sí?

- Claro, seguro que es un Slytherin, por eso de la vergüenza.

- De verdad, Sirius, dime la verdad. Te has fumado un porro.

- No, es que te he leído la mente. Te gusta Snape.

- Estás como una cabra, tío.

- Ya, ya, no te preocupes, te ayudaré a superarlo – dice Sirius, sonriendo – Sé que es difícil, pero con todo el dolor de mi corazón, te ayudaré a conquistar a Snape.

- Dios, ya estás desvariando. Y encima estás siendo cursi.

- Envidia de mi vena poética. Envidia cochina es lo que tienes.

Remus piensa qué podría hacer para que se callase. Puede atarle a la cama y tirárselo con fuerza. También puede besarle lentamente para callar las incoherencias que salen de su boca. Bueno, las dos opciones son buenas, ¿no?

- Canuto, duérmete, anda.

Es un cobarde de mierda.

- Ya, ya, pero sé que tengo razón.

Y a Sirius no se le había ocurrido otra cosa que la estúpida broma de Snape. Se sienta al lado de Lily y comienza a hacer los deberes. Todavía Sirius sigue sin dirigirle la palabra. Oh, mejor dicho, todavía sigue enfadado con Sirius. Oye ruido en los pasillos y la señora Pince sale de la biblioteca para calmar el jaleo. Al poco tiempo Remus la ve agarrando a Sirius por una de las orejas. Éste parece enfadado, pero Remus sabe que no lo está. Pince adora a ese sinvergüenza y jamás sería capaz de castigarlo de ninguna manera. A Remus le extraña que la señora Pince tenga ese cariño por Sirius, ya que apenas pisa la biblioteca. »

- Ahora mismo vas a ir al director, Black.

- Vamos, señora Pince, no me haga esto. Son esos Slytherins que me obligan a ser así, yo sólo venía a hablar con mi amigo - Sirius logra escaparse de ella y se aleja, entrando en la biblioteca - Le juro por la buena de mi madre que me portaré bien. Mire, allí está Remus. ¡Remus!

- ¡Sirius Black! ¡Baja esa voz ahora mismo! – exclama la bibliotecaria. Remus suspira.

Sirius calla y anda con paso ligero hacia donde Remus se encuentra sentado junto a Lily. Le mira con enfado, un segundo, pero después se sienta junto a él.

- Lunático, qué alegría encontrarte. Es muy raro encontrarte en sitios como éste.

- Sirius, qué gracioso eres. En serio, deberían darte un premio.

- Claro, ya serían dos. Primero me darían uno al tío más guapo que hay sobre la Tierra. Pero no hablemos de mí, Lunático.

Lily deja de escribir, mirando con antipatía a Sirius.

- En serio, Black ¿qué te trae exactamente por aquí?

- Tú no, Evans. Sin ofender.

- ¿Siempre eres tan educado o es que te has caído de la cama esta noche?

- En realidad mi gilipollez es congénita, por eso del incesto – Sirius levanta sugestivamente las cejas. Después mira a Remus-. Tenemos que hablar.

Lily ríe.

- Qué patético suena, Black. Pareces un marido arrepentido.

Sirius la ignora.

- Lunático ¿iría a Azkabán si pegara a una mujer?

- Una temporada, sí – Remus sonríe, levantándose y recogiendo sus libros-. Vamos ¿no querías hablar?

- Quiero, quiero. He encontrado una cosa que te gustará.

- Nos vemos, Lily.

- Adiós Remus.

Los dos se alejan de la biblioteca ante la atenta mirada de la señora Pince. Sirius camina hacia un lugar cualquiera y Remus lo sigue. No sabe adonde van, pero confía en él.

- No hables, estamos cerca de las mazmorras – Remus obedece, a pesar de su curiosidad y sus ganas de preguntar a dónde lo lleva Sirius – Verás – dice, acercándose a él y susurrando – estaba aburrido y cogí el mapa del merodeador porque quería ir a Honeyduckes a robar un poco de chocolate. Espera, espera, antes de que me eches la bronca, déjame explicarte. Al abrir el mapa y mirar qué hacía Snivellius, ya que tenía y tengo ganas de incordiarle un poco, encontré que el muy desgraciado caminaba de forma muy extraña. Justo aquí – Remus piensa que está loco, pero bueno, eso Sirius ya lo sabe. Aún así, mira el punto que el animago le señala con un dedo. Es un pasillo cerca de las mazmorras – Remus, después de ver a Snivellius hacer eso, fui a ver qué era. Y...adivina.

- ¿Un laboratorio para hacer pócimas y cosas de esas?

- No, Lunático. Te encantará – Sirius sonríe – Ven, ven, ya estamos cerca.

Le ve pasearse tres veces delante de una estatua de un hada, tan pequeña que si vas con demasiada prisa no te darías cuenta de que estaba allí. Cuando Sirius le agarra de la mano tiembla.

El hada despierta, revolviendo su pequeña cabecita. Los mira y, después de unos segundos, sonríe y les tira un beso. Sirius suelta una pequeña risa socarrona. El hada desaparece y las paredes se abren para dar paso a una puerta. Sirius ladea su cuerpo, sin soltarle la mano, y le mira. Remus traga saliva.

- Venga, ábrela.

Remus da un paso adelante y gira el pomo. Sirius le empuja y los dos entran en la habitación. Mira a su alrededor y ve un gran espejo.

- ¿Un espejo?

- No es sólo un espejo, Lunático. Ponte enfrente.

Remus se acerca y se mira. No le gusta lo que ve, porque ve cicatrices y unos ojos desgastados. Pero esa imagen cambia. Aparece una luna llena en el cristal, pero él no se transforma.

Sirius lo ve y se acerca a él, situándose detrás.

- ¿Qué ves, Remus?

Remus no contesta. En el cristal del espejo, Sirius le está abrazando, mirándolo. Sus labios le rozan la oreja. Remus contiene la respiración. El Sirius del espejo comienza a besar su cuello, metiendo una de sus manos por debajo de su camisa. Sirius...

- ¿No es genial, Lunático?

Es la hostia.

- Es el espejo de Oesed. ¿Sabes qué hace?

- Te muestra tus más íntimos deseos. – Remus aparta la mirada, no aguanta más esa visión. Tiene tantas ganas de que sea real que le duele-. ¿Qué has visto tú, Sirius?

Sirius tampoco contesta.

En plan amigos.

James está eufórico.

- Gracias, ¡gracias! – le abraza de nuevo y Remus gruñe - Te lo agradeceré toda mi vida, Lunático.

- Sólo va a salir con nosotros en plan amigos, no te hagas ilusiones, tío – dice Sirius, con una sonrisa burlona en el rostro.

- Pero ahí puedo intentarlo, quizás hasta deja que le tire los trastos – James se peina, intentando que el alborotado pelo quede en su sitio. Lo intenta, lo cual no quiere decir que lo vaya a conseguir. Remus entra en el baño para darse una ducha.

Hoy es un buen día, sí señor. Saldrán a Hogsmeade, comprarán chocolate y pasarán la tarde en Las Tres Escobas. Hablarán de temas banales, Sirius contará chistes verdes y James intentará ligar con Lily. Intentará. Y Lily le pedirá ayuda, seguramente, pero él estará atento a Sirius, porque hoy no ha quedado con ninguna chica, y lo tendrá única y exclusivamente para él.

Sí, un buen día.

..

- Podrías darle una oportunidad.

Lily hace un mohín gracioso, mirando a James. Sirius está tirando de él rumbo a Las Tres Escobas. Peter intenta alcanzarlos, corriendo lo más rápido que sus cortas piernas le permiten. Lily y él andan despacio, sin prisas.

- No lo entiendo, en serio. Lleva enamorado de ti más de... ¿cuánto? ¿Cuatro años? En serio, DEBERÍAS darle una oportunidad.

- Siempre ha sido muy mono, lo reconozco – sonríe la pelirroja - pero es un incordio.

- No lo es – refuta él, mientras sigue caminando-. Bueno, sí, pero también tiene sus cosas buenas. Es el mejor amigo que puedas encontrar. Es leal. Y es divertido.

- Ya, contigo, con Sirius, conmigo, incluso... Pero ¿y con los demás, Remus? ¿Y con Severus Snape?

- Tiene envidia de Snape.

Lily lo mira. Hay confusión en sus grandes ojos verdes.

- ¿Qué quieres decir?

- Snape tiene tu atención. Siempre que aparece tú miras a James, como si estuviera haciendo algo malo.

- Es que siempre hace algo malo.

- Hace algo malo porque tiene envidia. Tiene celos de él, de cómo puedes llegar a protegerlo.

Lily lo mira, aún más confusa.

- Sólo quiero que dejen de acosarlo.

Remus pasa el brazo por encima de sus hombros.

- James tiene que aprender mucho todavía. De todas maneras, Lily – dice, abriendo la puerta del pub-, una charla contigo no le vendría mal.

..

Los dos ríen a carcajadas. Pocas veces se permite reír así, solamente con Sirius. Las carcajadas se escuchan en casi todos los rincones del pub. Son carcajadas estruendosas, salidas del alma, de esas que se te escapan aunque no quieres ser tan indiscreto. Son carcajadas que te fatigan y hace que te salgan lágrimas de los ojos. Sirius y sus chistes, como siempre. A Remus le encanta reír con Sirius, por una vez se olvida de estar amargado con su vida. Se olvida de que es un licántropo que está enamorado de su mejor amigo. En ese momento se siente solamente un amigo de Sirius, sin ninguna intención más. ¿Aunque realmente sólo quiere ser su amigo? Admítelo. Quieres algo más. ¿Cómo mentirse a sí mismo? Siempre ha tenido la esperanza de que Sirius le roce o le abrace. Y aunque sea en “plan amigos”, él se ilusionará. Siempre lo hace.

..

Al llegar a su habitación, se tira en la cama, boca abajo, enterrando la cara en las sábanas. ¡Cómo te odio, Sirius! Cómo lo odia. Maldito Hogsmeade, maldita Lily, malditos merodeadores, malditos chistes verdes, maldito lobo, que palpita debajo de la piel, llorando por quien cree que le pertenece. Y maldita Ravenclaw, con su falda corta, sus piernas largas, sus ojos maquillados y sus labios, tan femeninos.

¡Cómo te odio, Sirius! Piensa con rabia. Después duerme, con la cara mojada por el sudor.

Sirius llega sobre las dos. Tiene los ojos velados y está despeinado, como siempre. De nuevo se acerca a su cama, pero ahora Remus está enfadado y no quiere que la abra, como le pasa otras veces. Vete con la Ravenclaw, cabrón. Se siente estúpido por pensar, por creer que Sirius y él podrían reír siempre en Las Tres Escobas, con dos cervezas de mantequilla y dos pares de ojos traviesos mirándose de vez en cuando. Sirius agarra el dosel de su cama y Remus aguanta el aliento.

- ¿Lunático?

Tiembla.

- ¿Sí?

Sirius corre la cortina, mirándole. Desde abajo, acostado, se siente un niño. Se acuesta junto a él y Remus se echa a un lado, para no rozarse. No podría soportarlo ahora mismo.

- ¿No he debido irme con Bonnie, ¿verdad?

- ¿Bonnie?

- La Ravenclaw.

- Ah.

- No debí dejar a mis amigos por una chica...

- No pasa nada, Sirius.

Sí que pasa, claro que sí. No quiero que salgas con ella, Sirius. No quiero que salgas con nadie. Quiere decírselo, pero no puede. Ladea la cabeza, con cobardía.

- Sí pasa, Remus. Los amigos están primero. Tú estás primero, Lunático.

Tú estás primero. Tú, Lunático, primero. ¿Por qué demonios tiene que hacerse ilusiones con eso? Eres patético, Remus.

- Ya...

- No volveré a irme, Remus – promete Sirius, recostando la frente en su cabeza. Remus respira su aroma - Los amigos están primero.

Cuando Sirius se duerme, aprovecha para observarlo con detenimiento, dejando la cabeza de pelo negro en la almohada e incorporándose para deleitarse con aquellas facciones masculinas. Sirius es poderoso, es atractivo y lo sabe. Y le hace sufrir con ello. Coge su mano y la mira. Está callosa, por el Quidditch. Después cierra los ojos, apoyando la cabeza al lado de la de Sirius.

Desayuno.

Cuando despierta, el olorcillo del café caliente y la mermelada entra deliciosamente por su nariz. Parpadea dos o tres veces, acostumbrándose a la luz que entra por la ventana. Se incorpora y ve una bandeja encima de su baúl. En la cama de al lado y acostado boca abajo, con los pies encima de la almohada, Sirius toma su propio desayuno.

- Son las ocho. Sí, temprano para ser un domingo. No tenía sueño – dice, mientras sigue devorando su bacon ahumado con los dedos, echándose hacia atrás el pelo oscuro - Buenos días, Lunático.

Se frota los ojos, estirándose como un felino. Sirius le mira de reojo, pero sin parar de comer. Se sienta, con las piernas cruzadas, y coge su desayuno. Suele pasar a menudo. Es decir, que Sirius le traiga el desayuno los domingos. Es una especie de manía que tiene. A Remus siempre le ha gustado ese detalle, siempre se ha sentido especial por ello. Porque Sirius jamás les lleva el desayuno ni a James ni a Peter.

Solamente a él.

- Gracias.

- De nada.

..

Los domingos están para confesarse entre ellos mientras se fuman un cigarrillo. Es el día nostálgico de los merodeadores, aunque también suele ser el día que utilizan para dejar volar la inspiración e inventar las mejores bromas. Esas que rozan entre la crueldad y la diversión. James fuma con cuidado, expulsando el humo por la nariz. Sirius está sentado con la espalda apoyada en uno de los postes de la cama, mirando hacia el techo, la mente perdida en banalidades. Tiene todavía puesto el pijama, a pesar de que son las seis y media de la tarde. Lo que más le gusta del cuerpo de Sirius es que es fuerte y flexible a la vez. Es largo, delgado y musculoso. Es el perfecto joven de diecisiete años. Saludable, atractivo, poderoso. Y alarmentemente guapo.

Remus se esfuerza por desviar la mirada, pero a veces no puede.

El elixir.

Sirius se queja. ¿Por qué demonios tenemos que ir a clase si quedan cuatro jodidos días para las vacaciones? Él suspira, como siempre que Sirius se queja por tonterías. Aunque, en cierto modo, tiene razón. ¿Por qué ir a clase cuando ya se han terminado los exámenes? Bueno, no es que se queje, a él le da lo mismo, pero otros compañeros, parecidos a Sirius, quieren dejar de dar clase.

Aunque sabe que Sirius en realidad no quiere dejar de ir a clase. Si pudiera, sabía que estaría toda su vida yendo a clase. Ahí, en Hogwarts. Para siempre. Remus sonríe y mira a Sirius. Éste le pregunta con la mirada, confuso, pero él se limita a abrazarle por los hombros, comenzando a andar hasta la clase de Estudios Muggles.

..

Hay un revuelo en el comedor. Sentado al lado de Dumbledore está un señor casi de la misma edad que él. No sabe quién es, pero sus dudas son contestadas al instante.

- Queridos magos y brujas de Hogwarts, denle la bienvenida al señor Nicolas Flamel, por favor.

Aplaude con fuerza, maravillado. Sirius, mientras tanto, le roba un trozo de muslo de pollo. Le da un manotazo y le mira con reproche. Ante el gesto, el perro gruñe y se cruza de brazos.

- En serio, es importante para mí.

- ¿Quién es? – pregunta el animago, más interesado al ver su interés - Parece muy viejo.

- ¡Es el descubridor de la piedra filosofal, Sirius! Tiene el elixir de la vida.

“Wow” piensa inmediatamente Sirius.

- ¿Vivirá para siempre?

- No creo que lo haga – murmura Remus - pero podría. Tarde o temprano se cansará de estar vivo.

¿Dejar de vivir? ¿Quién querría dejar de vivir? Sirius bufa y coge una manzana, dándole un mordisco violento. Chorradas. Intenta pensar en razones por la que una persona querría morir. ¿Porque nadie le quiere? ¿Porque le aburre el mundo?

- En una entrevista dijo que su esposa, Pernella, estaba cansándose de ver el tiempo pasar. Cuando ella decida dejar de tomar el elixir, él también lo hará.

Sirius deja de masticar ante esas palabras, mirando a Remus. Siente su corazón palpitar con fuerza, confuso, nervioso. A pesar de todo, comprende a ese hombre.

Seguramente, él haría lo mismo.

..

- ¿No es magnífico, Remus? – Lily le coge del brazo mientras caminan hacia la clase de Runas Antiguas - Nicolas Flamel felicitará a los Premios Anuales. ¿Y si llegamos a serlo?

¿Él, Premio Anual?

- No digas tonterías, Lily. ¿Premio Anual? Bueno, tú podrías.

- Remus, tú también te lo mereces.

- Claro, lo que tú digas.

Lily se detiene. Está enfadada y él traga saliva.

- Remus, eres unos de los magos más estudiosos, cualificados, responsables y amables que hay en esta promoción; ni se te ocurra decir que no tienes ninguna oportunidad. Al menos que quieras tener una muerte tan lenta y dolorosa que me pedirás un Avada Kedavra a gritos.

Cuando Lily le ve sonreír con timidez, vuelve a agarrarle del brazo, dispuesta a ir a Runas.

..

- Pete, no sé por qué estás haciendo los deberes – dice Sirius, entrando por la tarde en la sala común - Quedan días para las vacaciones. Eso sólo lo hace Remus.

- Estos deberes le servirán para mejorar sus notas en Runas y eso le hace mucha falta – Aunque sabe que no va a dejar a Peter solo para hacer los deberes, Remus se siente algo cansado de pasar toda la tarde ahí metido, ayudando a su amigo.

- Vamos, vamos, hace un día maravilloso. ¿Por qué no salimos a los terrenos? – Peter hace ademán de asentir con la cabeza, pero hábilmente Remus hace que mire sus apuntes.

- ¿Por qué no sales tú?

- Porque solo no hay emoción. Me dormiría.

- Pues cómprate un mono, Sirius.

- Ya te tengo a ti, Lunático.

Remus rueda los ojos, suspirando después. Al ver la expresión suplicante de Peter y la sonrisa insinuante de Sirius, asiente con la cabeza y se levanta. Peter sale volando de la Sala Común y Sirius le mira.

- Serás un buen profesor, pero soy demasiado persuasivo – dice, levantando sugestivamente las cejas.

Remus no lo duda. Ni un instante. Y los dos comienzan a caminar hacia los terrenos, abrumados por el calor del verano.

Premio Anual.

La noche es preciosa, fresca y preciosa.

Y está nervioso. No cree que él vaya a ser Premio Anual. Aún así, en su corazón todavía hay un resquicio de esperanza. Por eso tiembla, incrédulo, cuando poco después Nicolas Flamel le otorga la medalla de Premio Anual y le sonríe, diciéndole:

- Ojalá puedas lograr lo que te propongas en la vida.

Sirius le mira, sentado en su sitio, silbando con fuerza, vitoreando. Gryffindor le aplaude. Y Remus sonríe.

..

Sirius está un poco borracho. Bastante. Muy borracho. Sentado en el suelo, le mira, sonriéndole.

- Premio Anual, Remus... ¿Sabes que nunca me he liado con una Premio Anual?

- Ya, Sirius. ¿Y Fiona Clarkson?

- ¿Quién?

- La Premio Anual de Gryffindor hace un año.

Sirius niega con la cabeza y gime de dolor.

- No debí haberme movido.

Se recuesta en sus piernas, sin prestar atención a la respiración entrecortada de Remus. Cuando Sirius cierra los ojos, Remus le contempla despacio, maravillado. Acaricia su pelo y mira sus labios, anhelante. Quiere besarle, pero no se atreve. Tan sólo un beso, venga. Un beso que guardar en su memoria y en su corazón. Recordar el sabor de esos labios y el olor de ese pelo. La botella de whisky de fuego rueda por la habitación. Nunca me he liado con una Premio Anual. Premio Anual, Remus. ¿Es su imaginación o esa frase es una insinuación? Deja de pensar tonterías. Remus cierra los ojos, con la espalda apoyada en la pared y la mano entre el pelo negro de Sirius.

Vivir juntos.

Lily está acostada en su cama, mirándolo con reproche. Mientras tanto, él hace su equipaje, doblando un jersey especialmente grueso y metiéndolo después en el baúl.

- Pues deberías al menos pensarlo antes de hacerlo.

- No me harás cambiar de opinión, Lily.

- Idiota.

Remus sonríe, Lily es muy pesada cuando algo se le mete entre ceja y ceja. Se siente triste hoy. Quedan solamente dos días para que termine el curso y no volverán. Sirius entra por la puerta, con el jersey del uniforme atado a las caderas y las mangas de la camisa beige arremangadas. Sexy. Él es sensual, nació así y morirá también así. Le sonríe al verle.

- ¿Tan pronto haciendo el equipaje?

- Deberías empezar tú también, Sirius – dice, metiendo con cuidado su gramófono en el fondo del baúl, después de haberlo rodeado de papel de embalar.

Sirius ignora su comentario y se sienta en su cama, empujando suavemente a la pelirroja, que gruñe un poco. Los dos, tan diferentes entre sí, miran como Remus recoge sus pertenencias, en silencio. Remus siempre ha sido su punto en común. También está James, pero James es algo que Sirius le ha cedido a Lily. Los dos luchan por Remus. Sirius no está dispuesto a cederle también a Lunático. Lily le mira, intentando comprender el por qué de esa posesividad. Y sonríe suavemente después. Sirius mira de nuevo a Remus.

Mientras tanto, éste sigue recogiendo, ajeno a todo.

..

En Defensa Contra las Artes Oscuras, Lily vuelve a sacar el tema.

- Pero al menos podrías intentar salir adelante teniéndola, Remus.

- Lily, por favor.

- ¿Qué pasa? – Sirius, que ha escuchado la pequeña conversación, se acerca a ellos – ¿Remus?

- Es este testarudo. Va a vender la casa de sus padres – Lily le mira con reproche.

- ¿Y dónde piensas vivir? – Sirius frunce el ceño, contrariado - ¿Por qué vas a venderla?

- Porque no tengo dinero – Remus se siente avergonzado, pero prefiere ser sincero – Alquilaré un piso, no os preocupéis.

- Pero Lunático – Sirius se acerca a él, susurrándole al oído - ¿Dónde vas a pasar tus transformaciones?

Remus no ha pensado en eso, no quiere. Tiene tantas cosas en la cabeza que no puede evitar enfadarse con él.

- Eso es asunto mío.

Eso lo habrá cabreado.

- De acuerdo.

Sí, lo ha cabreado. Frunce los labios e intenta por todos los medios no mirarle de reojo y cuando hace eso Remus tiene que contenerse para no hacerle cosas de las que se arrepentería después.

- Lo siento.

No puede evitarlo, está demasiado nervioso. No quiere marcharse de Hogwarts, no quiere tener la responsabilidad de llevar una casa solo, no quiere separarse de sus amigos. No quiere vivir sin Sirius.

Éste le mira. Le mira y sabe que dice cuenta conmigo.

Y de repente se siente mejor.

..

Le extraña que Sirius se quede a su lado, haciendo también los deberes. Normalmente siempre espera a la mañana siguiente, excepto si tiene algún examen, que Sirius estudia la noche antes. Pero los exámenes han terminado y esos son deberes sin importancia, para subir nota. No es que Remus se queje de sus notas, la verdad es que está bastante satisfecho con ellas, pero siempre le ha gustado saber que se ha esforzado al máximo. El caso es que Sirius nunca se queda con él haciendo los deberes por la tarde. Y hoy está ahí, callado. Por Merlín, ¡callado!. Tranquilo y escribiendo la guerra de los tritones del Mar Caspio por invadir el Mediterráneo.

- ¿Sabes, Lunático? Había pensado en una cosa.

Remus le mira fugazmente.

- Verás, tú no sabes cómo seguir adelante con la casa de tus padres ¿no? – continúa, sin mirarle realmente – El caso es que llevo un año en casa de Cornamenta y creo que es hora de que me independice. Por eso había pensado que yo podría ayudarte con la casa si viviéramos los dos juntos en ella, ahora que ni tú puedes pagarla, ni yo vivo con mis padres. Y estaríamos juntos.

Y estaríamos juntos. Intenta que no se note el temblor de sus manos, pero el brillo de sus ojos delata a Remus. Carraspea suavemente.

- Me parece bien.

Sirius levanta la cara y sonríe. Los dos se miran durante unos minutos, y Remus siente que recordará ese momento hasta que deje de respirar.

Entre amigos y whiskys de fuego.

Último día antes de la fiesta de graduación. James insiste tanto que Remus no puede negarse. Cornamenta, Canuto, Colagusano, Lunático y una pelirroja de ojos verdes como quinta merodeadora. Los cinco andan camino de Las Tres Escobas. Remus está contento, pero hay una sombra de nostalgia sobre todos ellos. James babea de nuevo por Lily, que esta vez ríe al ver sus gracias, con sus ojos verdes puestos en cada uno de los movimientos de él. Peter bebe cerveza de mantequilla y toma pastelitos de naranja, hablando de ellos con la señora Rosmerta, en la barra. Sirius le cuenta sus chistes, esos chistes picantes que hacen que después suelte una carcajada socarrona, haciendo comentarios vulgares para explicarle el sentido del chiste. Como si él no lo hubiera entendido ya. Pero ríe de nuevo al ver a Sirius decirle “¡Es que se le había caído la polla!”

Más tarde van a Cabeza de Puerco. No van a estar allí toda la tarde, pero Sirius insiste un momento. Habla con el hombre de la barra y poco después, Sirius se acerca a él con una bolsa de papel marrón arrugado. Remus mira en ella y ve dos botellas de whisky de fuego. Va a llamarle la atención, pero lo piensa mejor. Quizás hasta se emborrache. ¿Qué más da? Es el último día. Lily es la que regaña a Sirius. Él sostiene la bolsa en su regazo. Después de pasar por Honeyduckes, van rumbo hacia el castillo. Será una noche inolvidable.

Lily ríe, con las mejillas sonrojadas por el calor de la habitación y por el alcohol. James le cuenta otra broma que hicieron y Peter y Lily vuelven a estallar en carcajadas.

Sirius y él están tumbados en el suelo, uno al lado del otro. Sirius tiene una de las botellas y bebe despacio, con los ojos cerrados. Remus se siente cada vez más mareado. Está en una nube. No, no. Está flotando en un río y después se levanta y camina sobre él. Ahora está acostado en la verde hierba de los terrenos y alguien se acerca y le besa. Una lengua penetra entre sus labios y él gime suavemente, maravillado ante tantas sensaciones. El beso es largo, muy largo. Tan largo que cree que jamás terminará. Y se siente bien al creer aquello. Ojalá jamás terminara.

Ojalá.

El puto Sirius Black.

Ya no soy lo que era. Yo antes era un señor, un rey, hacía lo que me salía de las pelotas y todas las noches terminaba con una chica en mi cama (al menos durante una hora y media, me gusta dormir solo). Pero ahora algo ha cambiado. Pensaba que no iría a más, que no pasaría de la atracción. Pero es que me he pillado. Quiero decir, pillado. De verdad. Es terrible. Estúpido. Y estoy jodido. Cada vez que está cerca de mí me comporto como un gilipollas. Me fijo en cosas como el mohín que hace al enfadarse, la sonrisa que tiene y más cursilerías. Es lo más absurdo que puede ocurrirle a una persona, lo tengo comprobado.

La situación es jodida, la más jodida que podáis imaginar. Si al menos me hubiera pillado por una tía, terminaría por tirármela y después la tendría en el bote, haciendo cosas como decirle tonterías y regalándole flores. Ya sabéis. Pero me gusta un tío. Pienso cursilerías con un tío, me pajeo pensando en él. Y es muy raro, porque nunca me había imaginado con un tío. Besando, acariciando, follando. Es irreal. Esto de enamorarse no es lo mío. Soy Sirius, Canuto. No puedo enamorarme. Simplemente no puedo. Además... Es él. Remus. Seguro que si se lo contara soltaría algo para animarme y después terminaría alejándose de mí. 

Él es maravilloso, ¿vale? Es genial. Si hubiera nacido siendo chica, habría pensado en la posibilidad de tirármelo. Porque está muy bueno. Y ya estoy pensando con otra cosa que no es el cerebro. A veces tengo que contenerme para no arrancarle los pantalones a mordiscos.

Joder.

Adiós, infancia.

Parpadea dos o tres veces e intenta ubicarse. Suspira y cierra los ojos de nuevo, al reconocer su habitación. Oye los ronquidos de Peter, los balbuceos de James y la respiración pausada de Remus. Se siente jodidamente bien así, sabiendo que sus amigos están a menos de cinco metros. La tristeza se apodera entonces de él. Será la última vez que esté junto a ellos.

¿Y eso por qué? Sirius aún no está muy despierto. Frunce los labios en un mohín, intentando recordar.

- ¡Mierda! – exclama, levantándose de un salto, pero tropieza y cae al suelo, enredado con las sábanas. James se despierta al escuchar el estruendo que ha provocado y se ríe. Cuando le viene una punzada de dolor a la cabeza, se detiene – Cornamenta, deberías dejar de beber.

James no recuerda lo que pasó el día anterior, pero Sirius sí y ríe cuando su amigo suelta una exclamación al ver a su lado, dormida, a Lily Evans. James mira maravillado a la muchacha.

- Ey, Canuto, ¿recuerdas lo que ha pasado?

- Sí.

- Vale – contesta, incorporándose del todo. Traga saliva, nervioso – ¿He hecho algo con ella que conlleve sentirme hilarantemente feliz?

Sirius ríe.

- ¿Algo cómo qué?

- ¡En serio, tío!

- Si te refieres al sexo, siento desilusionarte.

- ¿Y por qué está en mi cama?

- Porque no quería dormir en la de Peter. Y aunque no sean buenas opciones, entre tú y Peter, creo que ha escogido la mejor.

James se levanta de la cama, murmurando algo como capullo, mientras él intenta desenrollar las sábanas de sus piernas. Intenta correr para llegar primero al baño, pero el muy desgraciado de su amigo tiene más ventaja. Refunfuñando, se sienta en la cama.

- Buenos días, Sirius.

Tiembla un poco al reconocer la voz de Remus. Todavía recuerda con nitidez lo que pasó la noche anterior. Carraspea y se da la vuelta, mirándole. Está sonriendo. Maldito licántropo. Si a Sirius no le importara usar calificativos que arruinaran su reputación diría que es algo así como precioso. Pero no es el caso.

Dios mío, soy marica.

- Hey, Lunático.

Los ojos verdes de Remus le miran con cansancio, pero cargados de alegría. Él le da la espalda, mientras Remus se levanta y abre su baúl para sacar la ropa que debe ponerse para la fiesta. Todos deben llevar el mismo uniforme de gala, pero cree que Remus se ve diferente del resto. Siempre parece diferente. Se levanta y coge también su ropa, ante la mirada del licántropo.

- Odio estos uniformes – masculla Remus – deberíamos ir todos con la ropa que nos dé la gana.

- ¿Y eso? Creía que el presumido era yo – bromea. Él sonríe.

- No es por eso... Es que pica – añade, en voz baja, como si estuviera diciendo algo terriblemente desconsiderado.

Sirius ríe, echándose de nuevo en la cama.

- Lunático, sólo serán unas horas. Después todo terminará.

Remus lo mira, pero él no se siente, por primera vez, preparado para enfrentar esa mirada. Está triste, porque sus sueños de adolescente terminarán y se enterrarán en esa habitación de Hogwarts. Siete años... Siete años de su vida. Remus le comprende, por eso se sienta junto a él y le toca tímidamente uno de sus brazos, haciendo que se estremezca.

- Bueno, esperemos que no todo termine – Sonríe y, ahora sí, Sirius le mira.

- Claro.

- Entonces habrá que disfrutar, no pienses que será el final de todo. Sé que estás deprimido.

- ¿Deprimido yo? Qué dices. ¿Es que ahora tengo la regla o algo?

- Eso que has dicho es terriblemente machista, pero no es que me sorprenda a estas alturas – suspira Remus – Y sí, estás deprimido. Te conozco, Sirius.

- Lo que tú digas.

Claro que le conoce. Le conoce mejor de lo que se conoce a sí mismo. Ni James se ha dado cuenta de su estado. Joder, Hogwarts es su casa, no puede dejarla así como así, tan pronto. Aunque por una parte quiere, ya que así estará a solas con Remus y podrá hacer cosas como la de la noche anterior...

Dios, qué labios. Le había besado. Vale, sí, es un jodido pervertido, pero es que no pudo resistirse. Aunque Remus estuviera borracho perdido. La noche anterior estaba tumbado a su lado, pensando en cómo confesar sus sentimientos sin parecer una nenaza, cuando le vio así, ido, con la mirada borracha y esos labios de chica. Entonces gimió un poco y no se pudo resistir... Su boca sabía a alcohol y, excitado, la devoró por completo. Y justo cuando su ingle comenzaba a cosquillear, la razón volvió a imperar en su cerebro. Y se separó de Remus.

Pero qué gilipollas soy.

Cobarde.

No puede dejar de sonreír al ver a Remus tan animado. A pesar de que todos se sienten algo tristes por separarse, ya que prácticamente vivían juntos, Remus sabe cómo alegrar a todos. No como él, siendo el alma de la fiesta, llevando y trayendo música movida y whiskys de fuego. No. Remus lo hace hablando con todos de lo que podrán hacer cuando estén fuera, siempre con sus ojos brillantes llenos de esperanza. Remus es esperanza.

- Lunático – llama, sabiendo que le mirará enseguida – ¿Puedo hablar contigo?

Sirius sabe que tiene que decírselo. Tiene que confesarle que le quiere, que le vuelve loco, que le desea. Pero es un cobarde, un jodido y absoluto cobarde. Por eso, cuando Remus le mira con una sonrisa tenue en los labios, esperando a que diga algo, se encuentra sin nada que decirle.

- ¿Te pasa algo, Sirius?

Niega con la cabeza, sosteniendo un vaso de una bebida que Remus prefiere no averiguar cómo llegó ahí. Después sonríe, haciendo que el licántropo se despreocupe.

- No es nada. ¿No tienes ganas de llegar a la casa de los Lupin?

- Mejor retrasarlo lo más posible – responde Remus – Voy a extrañar esto. Siempre.

Yo también, Lunático. Quiere contestarle eso, pero no puede. Esas palabras en boca de Remus no suenan tan cursis. Aún así, ¿qué más da? Remus sabe que él también lo hará.

..

El viaje en tren se hace un poco pesado. El sol penetra poco a poco, con sus débiles rayos. Sentado en uno de los asientos del compartimiento que siempre utilizan, mira por la ventana, algo ido. Ve perderse los campos verdes y las montañas que siempre habían coronado esa tierra, mientras se hacen ahora pequeñas, minúsculas. Remus duerme. El pelo castaño cae sobre su frente y Sirius sabe que detrás de él los párpados, acompañados de unas pestañas claras, comienzan a moverse levemente.

Cuando llegan a la estación James le abraza y le susurra al oído que si necesitas algo, ya sabes. No hay más que decir. Lily le sonríe y Peter le dice adiós con la mano. Remus y él caminan después fuera de King’s Cross, pues tienen que coger el autobús noctámbulo para que los lleve a la casa de los Lupin. Cuando Remus y él traspasan la barrera, salen de la estación y ven Londres, esplendorosa y gris. Y es ahí donde Sirius siente que su vida comienza de nuevo, mientras su mente no para de gritarle ¿Realmente estás preparado?

Mira a Remus.

Claro que lo está. Claro que sí.

Huevos y patatas revueltas.

Cuando el autobús noctámbulo los deja en la puerta principal, Sirius mira con curiosidad a su alrededor. La casa es vieja pero realmente acogedora. Jamás había pensado que fuera así, tan diferente a la suya. La mansión Black es oscura y tétrica y fría, y da gracias por no tener que volver a ella. La casa de los Lupin es enteramente, con su porche, sus escaleras y su puerta vieja de caoba. Remus y él entran en ella y un profundo olor a cerrado llena su nariz, pero no le importa. Eso puede arreglarse.

- Hace tiempo que nadie entra – se disculpa Remus. Como si necesitara disculparse.

- No importa.

Remus deja su baúl a un lado del sofá polvoriento y camina hacia la cocina, encendiendo la luz. Le imita, pero mirando todo el salón con interés.

- Es bonita.

- Sí, ya.

- En serio – dice, con el entrecejo fruncido. Le molesta que Remus no le crea – A mí me gusta.

Cenan huevos fritos y patatas revueltas, estas últimas algo quemadas. Pero no le importa, aún y cuando sea comida que no llegaría nunca a estar tan buena como la que se prepara en Hogwarts, aún y cuando estén rodeado de polvo y suciedad y humedad. Es su casa, de ellos y de nadie más. Su casa enteramente de madera, con su porche, sus escaleras y su puerta vieja de caoba.

Y mientras Sirius mira el cielo nocturno lleno de estrellas, piensa que no hay nada mejor que eso en la vida.

..

Sus pasos son suaves, pero sabe que es posible que Remus los oiga, ya que obviamente escucha más de lo normal. Es una cosa que siempre le ha gustado de su amigo, pero en ese momento maldice que Remus tenga esa cualidad. Malditas patatas. Tiene sed. Mucha sed. Necesita agua fría. Agua casi helada. Granizada de agua, sí. Se llena de agua un vaso que ha cogido de una de las estanterías de la cocina y, con un encantamiento, la enfría.

La bebe de golpe. Bendita agua.

- Hey.

Da un respingo, pero por su dignidad enseguida se recupera.

- Joder.

Remus sonríe, sabiendo que le ha asustado.

- También tengo sed.

Sabe que no. Sabe que sus pasos le han despertado y se siente un poco culpable por ello. Remus se sienta en una de las sillas, después de beber, mirando su vaso vacío con ojos perdidos.

- ¿Crees que saldrá bien?

No. 

- Claro, Lunático.

Saldrá bien hasta que no aguante e intente follarte contra la pared de la cocina. 

- No estoy tan seguro.

Ni yo.

- No sé si saldrá bien o no, lo importante es que vamos a intentarlo. Tampoco es tan difícil vivir conmigo, ¿no? – sonríe – Además, llevas haciéndolo siete años. Por unos años más no va a pasar nada.

Remus sonríe y él siente que es uno de esos momentos perfectos para besarle. Sí, lo es. Pero no lo hace, claro. Es demasiado gilipollas. O demasiado inteligente.

Nah, demasiado gilipollas. 

Muebles viejos y pintura amarilla.

Ya han pasado tres días desde que se mudaron y Sirius sigue sin estar seguro de que sea una buena idea haberle propuesto a Remus vivir juntos. Es decir, no es que no quiera vivir con él. En realidad es una gran contradicción. Por una parte quiere vivir a su lado, vivir cada momento de su vida junto a Remus; fumar en el porche por la noche, con la brisa acariciándole la cara, mientras Remus lee un libro; ver alguna película antigua, de esas en blanco y negro, con alguna historia que cree que no pasará jamás en la vida real porque es demasiado cursi, aunque no lo dice porque ve los ojos de Remus tan brillantes mientras mira la pantalla que se grita mentalmente Ni se te ocurra estropear el momento, gilipollas, y se calla la maldita boca. ¿Para qué matar ilusiones? Además, Remus deslumbra cuando sonríe de verdad, porque lo hace poco y Sirius se siente privilegiado al estar presente casi todas las veces que lo hace. Y después, por la noche, se levanta a beber agua y sabe que Remus está despierto. Se levanta para que se despierte. Porque quiere verle de nuevo. Y entonces Remus aparece en la cocina con tan sólo el pantalón del pijama y una camiseta interior blanca que le queda demasiado grande y Sirius se muere y se excita y se muerde los labios y se da un cabezado mental para dejar de ser tan salido. Porque la camiseta resbala por uno de los hombros dejando ver la piel pálida. Y entonces le duele. Le duele dentro, le duele todo el cuerpo y toda la cabeza y se asfixia. Porque la tentación es tan grande que duele y le cuesta no abrirse la cremallera del pantalón en ese momento, meter la mano y aliviarse. Bueno, aliviarse todo lo que podría aliviarse con su mano, sabiendo que tiene a Remus a dos metros de distancia. No quiere vivir con él, porque le duele no vivir momentos que siempre ha soñado que pasasen. Le duele cuando se da cuenta de que no le puede tener. Porque le quiere, está seguro de ello, aunque le haya costado hacerse a la idea. A lo mejor sí ha sido mala idea, porque sufre y siempre ha sido un egoísta que ha mirado solamente sus sentimientos. Pero aunque sea mala idea no se marchará. No puede.

James llega por la mañana. Con una sonrisa, el pelo alborotado, las gafas cayéndoseles continuamente por el puente de la nariz y un par de tacos en la punta de la lengua. Así es James, y Sirius se alegra de que haya venido porque necesita dejar de estar tan obsesionado con Remus y su espalda desnuda mientras desliza la brocha, de arriba hacia abajo, por toda la pared con pintura amarilla, de un tono ocre, apagado. Y Sirius quiere ser pared y que Remus no tenga ese pincel en las manos. Pero que siga acariciando. Y también besando, lamiendo y mordiendo, sí, por favor. Carraspea ante esos pensamientos y mira a James, que se está quitando la camisa y se dispone a coger otra brocha. Sirius no pinta, él no hace bien eso. Así que simplemente empuja con fuerza los escasos muebles hasta arrinconarlos en la pared. Les echa una sábana encima y se sienta en uno de los sillones. Saca un cigarrillo, lo enciende y da una profunda calada, sin dejar de mirar la espalda desnuda de Remus y los músculos moviéndose a través de la carne mientras desliza la brocha a través de esa pared a la que envidia tanto.

..

Por la noche cenan tortitas (la mejor cena del mundo, qué pasa), y Remus ríe al verle a él y a James tomándolas con cerveza. Le gusta verle reír y cuando murmura par de locos le sonríe y se mete una tortita entera en la boca, masticando exageradamente y riendo después al ver a Remus hacer una mueca de asco, escondiendo una sonrisa divertida y totalmente genuina. Pero es su forma de hacerle reír, a lo bruto, porque sabe que Remus disfruta cuando hace gilipolleces como esa. Cuando James se marcha, prometiendo una nueva visita, se sienta en las escaleras del porche y se enciende un cigarrillo, sorprendiéndose cuando Remus le pide uno. Los dos fuman en silencio y le mira de reojo, maravillándose ante el fruncimiento de labios por el mal sabor del tabaco.

- No estoy acostumbrado a fumar.

- Ya lo sé – responde.

Vuelve a mirarle, esta vez fijamente y sin vergüenza alguna. Remus coge el cigarillo con torpeza, pero aún así no parece ridículo. Posiblemente otra persona si lo parecería, pero Remus es Remus y todo lo que toca con sus manos es magia y tiene garbo. ¿Cómo iba a tener entonces él esa magia de la que todas las chicas hablan? Remus es la fuente que lo dota de ese no sé qué que tanto gusta. Al poco tiempo tira el cigarrillo.

- No sé cómo puedes fumar – dice, lamiéndose los labios e intentando quitarse el sabor – A veces tengo curiosidad y fumo un poco, pero no sería capaz de hacerlo continuamente.

Sirius se encoge de hombros y da una calada más honda y más ansiosa, porque ha visto la lengua de Remus acariciando su labio inferior y necesita hacer algo con la suya. Ha empezado a sentir el curioso cosquilleo de la excitación entre las ingles y se maldice un poco por ello. ¿Por qué le provoca tanto?

- Y yo no sé como puedes ser tan soso, aburrido y maniático, y no te lo reprocho.

Remus se sienta a su lado y tiene las piernas tan largas que las rodillas tocan la barbilla al doblarlas. Pensativo, le mira y después sonríe y apoya la cabeza en su hombro.

- ¿Crees que soy maniático?

- ¿Y todavía lo preguntas, señor tengo-los-libros-colocados-por-temas-y-en-orden-alfabético?

Remus ríe suavemente y esconde un poco la frente en su hombro, como si estuviera empujándole. Sirius se muere. El pelo castaño le roza la barbilla y el temblor en la ingle es más notorio, aunque afortunadamente sólo para él. Pasa la mano por detrás y acaricia la nuca de Remus, sabiendo que está en una barrera que siempre había temido romper. Y ahora prácticamente se está meando en ella. Remus suspira un poco, tan poco que Sirius casi no le oye, pero sabe que lo ha hecho y se contiene para no torcerle la cara y comerle la boca. ¿Qué decir en momentos como éste? No hay que decir nada, porque sino todo se jodería. Sólo hay que seguir acariciando y... a lo mejor algo más. A lo mejor Remus podría levantar la cara y entonces lo miraría con esos ojos, pidiéndole cosas, y él las haría sin pensarlo. Pero Remus se separa de él y le mira con los ojos llenos de algo que no sabe describir, aunque es muy imperceptible. Después le coge el cigarrillo de los labios y vuelve a dar otra calada.

- Buenas noches, Sirius.

Cuando entra en la casa, Sirius gime y baja la cremallera de sus pantalones.

Soy patético, joder. 

..

Canuto.

Los dos están satisfechos por lo que han conseguido. Han pintado, limpiado y Sirius se ha cabreado casi todos los días. Tener que ensuciarme las manos para limpiar... Hay que joderse. Pero claro, en cuanto Remus lo ignoraba, después de echarle una mirada de me duele muchísimo importante tan poco, y empezaba a limpiar solo, Sirius lo seguía. Es como si Remus tuviese una influencia demasiado fuerte sobre él y supiese cómo usarla en su beneficio. Si alguna vez le pide algo demasiado sucio, Sirius está seguro de que terminaría aceptando.

El caso es que están satisfechos. La casa parece mucho más guay en palabras de Sirius y más hermosa en las de Remus. Pero básicamente quieren decir lo mismo y eso está bien para ellos. Es suficiente. Sirius se anima a cocinar y Remus intenta que abandone la idea. Resultado: la cocina hecha una completa mierda. Conclusión y nota mental de Remus: no dejar cocinar a Sirius nunca más. Lo único que se le da bien a Sirius son los cereales. Y sólo porque a los cereales solamente hay que echarles leche.

Por la tarde Sirius juega al quidditch. Solo, claro, porque Remus ni loco ni borracho se sube a una escoba en esos momentos. Así que, mientras Remus duerme, Sirius para la quaffle que ha encantado. Le gusta el quidditch y echa muchísimo de menos los partidos.

No es capaz de concentrarse. Se pregunta constantemente qué estará haciendo Remus. Seguramente esté dormido o viendo la tele. No, no, leyendo un libro. Piensa que, quizás... que a lo mejor es un buen momento para confesar cosas. Sí, esas cosas que debería confesarle a su mejor amigo pero no lo hace porque se siente inseguro. Sí, él, Sirius Black, el puto Sirius Black. El sinvergüenza, el Juan sin miedo. Sirius es Espronceda, pero con chaqueta de cuero, lengua entre los labios y camisa entreabierta. Y, a pesar de todo, tiembla como una hoja ante la idea de confesarle lo que siente a Remus Lupin.

Abril. 

Por lo que Remus le ha contado, sabe que era muggle. También sabe que Remus ha heredado sus ojos. Ahora, delante de su tumba, mira la lápida gris, sucia por el viento y la lluvia de la primavera pasada, y con flores marchitas al pie. Remus coloca un pequeño ramo de lilas, suspirando. Se la imagina igual que él, se la imagina con esos ojos y esa sonrisa que Remus suele dedicarle. Seguro que fue una gran mujer. April. Se llamaba así.

Remus no suele hablar de ella, pero cuando lo hace, sus palabras se convierten en magia. Magia que sale de su boca y viaja por sus oídos tocando algún punto sensible de su corazón. Cuando Remus dice era primavera, él muere y resucita y tiene ganas de llorar y de abrazarle. Y entonces le abraza y, mientras, Remus sigue hablando sobre su madre.

Era primavera, Sirius.

Un domingo cualquiera.

James y Lily bromean cerca de la barbacoa, donde Sirius asa el pollo. Remus está en la cocina, supone, con Peter. James no para de bromear y dice algo así como pareces un hombre hecho y derecho, Canuto, que hace que gruña y le amenace con su varita, con la que, por supuesto, asa la comida (¿él, haciendo algo sin magia?), porque está más que claro que ser un hombre hecho y derecho es una ofensa terrible. Antes de que haga nada, la pelirroja dice algo que lo desconcierta aún más.

- Eso es gracias a Remus, claro. ¿Cuándo le pedirás que se case contigo, Sirius?

Debería sentirse ofendido, pero tan sólo mira cómo la salsa del pollo chisporrotea en la lumbre, que crece en intensidad suavemente, hasta volver a menguar ante un movimiento de su varita. La pareja se mira, pensando en qué razón tan poderosa debe haber para que Sirius no conteste a una provocación. Quizás sea el fin del mundo. O tal vez, y sólo tal vez, haya una parte de verdad en el comentario de Lily. Sirius gruñe mentalmente. Seguro que la niña lista y pecosa sospecha algo.

Remus sale por la puerta trasera, llevando en una mano un cuenco con panecillos y una jarra de cerveza de mantequilla en la otra. Peter lo sigue, llevando platos y cubiertos. Mientras Lily va hacia Remus, James lo mira, encogiendo un ojo ante el sol dominguero que no para de picar.

- En serio, tío. Todavía no sé cómo Remus no se ha dado cuenta.

Y sin más, se va. Dejándolo descolocado y pensando ¿tanto se me nota?

Malditos sean las pelirrojas y los ciervos que te conocen como anillo al dedo. Deberían estar prohibidos.

..

Después de comer y de bendecir la mesa, Gracias Circe por haberme hecho tan maravilloso, Remus gruñe y Sirius saca un cigarro del bolsillo trasero de su pantalón vaquero y lo enciende, dando una profunda calada. Se tumba junto a James, sobre la hierba verde, verdísima, de aquel terreno, y ambos miran cómo Remus y Lily leen bajo la sombra de un árbol.

- ¿Te has dado cuenta de que podría ponerme celoso si no supiera que Remus es gay? Ahí, los dos, leyendo, jugando y acariciándose el pelo – dice James, quitándole el cigarro de los labios y dándole una calada, para toser después-. Joder, ¿qué tiene esta mierda? ¿aliento de troll?

- En realidad tiene alquitrán.

- Pues vaya mierda. Debes tener los pulmones podridos.

- Seguramente... Y a tu pregunta, te diré que estás completamente chiflado. Creo que Remus jamás se liaría con Lily. Ni aunque le gustaran las tías. La ve como a una hermana, no intentaría nada.

James mira a Remus a través de unas graciosas gafas de sol que Lily le hizo comprar cuando fueron a la playa a principios de mes, sonriendo después de ver como el muchacho abrazaba a su novia, revolviéndole el voluminoso pelo rojo.

Ay, Sirius.

Esa noche Sirius bebe demasiado y, seguido de James, se quita los pantalones y la camiseta y se tira a un pantano cercano, a unos quinientos metros de la casa donde vive ahora. Remus ya le ha dicho que tenga cuidado, pero Sirius no escucha a nadie, ni siquiera, por más increíble que parezca, a él. Sólo quiere relajarse, olvidar todos los sentimientos, emociones y vivencias. Olvidar el rostro de Remus. Y sus manos largas, su espalda eterna y sus caderas estrechas. Porque Sirius arde de nuevo y no quiere sentirse ridículo, aunque siempre dé la sensación de estar totalmente seguro de sí mismo y de sus acciones. ¿Qué pasaría si un día se dejase llevar por sus instintos?

El agua le rodea, le lame, le abraza y su frescor hace que un escalofrío le recorra entero, mientras siente ganas de abrir la boca, los ojos, la piel entera y gritar.

- ¡Sirius! ¿¿Quieres salir de ahí?

No quiere, aunque Remus se lo pida. No quiere. Necesita morir durante unos segundos. Sentirse flotar. El cerebro le baila y el cuerpo comienza a volar. Pierde levemente la noción del tiempo y siente cierto mareo en un punto entre los ojos, pero se niega a sacar la cabeza del agua. De pronto nota como unas largas manos le levantan y el aire vuelve a entrar en sus pulmones. Remus.

- ¿Eres idiota!

Lo soy, Lunático. Te quiero, Lunático. Cabrón de mierda. Jodido gilipollas. ¿No te das cuenta? 

Tose varias veces y después ríe a carcajadas, mientras James, Peter y Lily, este primero en la orilla del pantano, le miran con preocupación. Remus le abraza un poco, más asustado por sus ojos llorosos que por su risa y le ayuda a salir del agua. Cuando pisa tierra seca, Sirius se deshace del abrazo y comienza a vestirse, en silencio.

..

- ¿Se puede saber en qué demonios estabas pensando! – le escucha gritar, pero él no presta demasiada atención. Sube las escaleras hasta llegar al piso de arriba, dejando a Remus al pie de éstas – ¿Es que no me escuchas? ¡Sirius!

- En nada en especial, ¿vale? Tranquilízate, sólo ha sido el alcohol.

- Vete a la mierda.

Siente sus pasos dirigirse a la cocina y gruñe mientras vuelve a bajar los escalones, siguiéndole.

- ¿Que me vaya a la mierda? ¡Vete tú a la mierda! ¿De verdad te crees alguien con derecho a exigirme nada, Señor soy-un-licántropo-y-me-la-suda,-me-quiero-morir?

- ¿Lo has hecho a propósito? – pregunta, abrumado por las sensaciones de la voz de Sirius, cargada de dureza, y esos ojos grises mirándolo con furia.

- ¿Y qué si lo he hecho a propósito?

- Sirius...

- Estoy cansado de vivir aquí. Esto es una mierda – sabe que no siente lo que dice, pero está furioso, se siente frustrado al no poder conseguir nada, a que un día parezca que tiene alguna mínima oportunidad de sentirse correspondido y que al otro se muestre indeferente, incluso arisco – Vivir aquí es un asco.

Remus no le mira. Sus ojos verdes están clavados en algún punto del suelo de la cocina, incapaz de enfrentarle la mirada ante sus palabras. Seguramente se preguntará qué habrá hecho mal o por qué se sentirá tan mal viviendo con él.

- Bien.

- ¿Bien?

- Sí, bien. Sino quieres vivir aquí no te voy a obligar, Sirius. Después de todo fue idea tuya.

¿Puede alguien sentirse más desgraciado? Porque él siente que va a estallar de un momento a otro.

- Genial.

Se da la vuelta lentamente y sale por la puerta de la cocina, dejando a Remus solo a la media luz de una bombilla barata. Se apoya en la pared e inclina la cabeza, suspirando. Posiblemente jamás se haya sentido tan mal en toda su vida. Ya está. Ya ha terminado todo. ¿Debería dejar de luchar al primer bache que se le presente?

Vuelve sobre sus pasos con seguridad y si supiera sonrojarse lo haría, porque tiene miedo a un rechazo anunciado desde los tiempos de Circe. Remus sigue en la misma posición, apoyado en la encimera de la cocina.

- ¿Y ahora qué pasa?

- Cállate, idiota – murmura Sirius, tan cerca de él como jamás lo había estado. Siente el aliento cálido de Remus entrar en su boca y sus caderas huesudas en propia piel – Cállate, cállate, cállate.

Le besa. Es un beso brusco, que ha venido tan de golpe que Remus no es capaz de asimilarlo hasta tiempo después. Sirius asfixia, oprime cada miembro de tu cuerpo, te quita la vida por la boca y después, si le caes bien, te la devuelve. Es una mezcla tan fuerte, tan revolucionaria para él, tan profundamente confusa que jadea contra sus labios y Sirius siente que se va a correr de un momento a otro. Sólo con ese jadeo, con ese jadeo que sale de él para demostrarle que está completamente entregado.

Como la tierra de Hogwarts ante la lluvia, que se derrite sin poder detener aquella humedad. Como un cigarrillo consumiéndose ante el fuego. Saliva y furia entremezcladas. Ése es Sirius. Tan masculino y tan cuidadoso, tan cruel y tan frágil como el cristal de un espejo, capaz de maldecirte con siete años de mala suerte si llegas a herirle.

Joder, Sirius, joder.

En la oscuridad de mi habitación.

(No tendría que estar haciendo esto. Pensar en lo que puede ser y en lo impaciente que estoy porque ocurra. De hecho no debería hacer nada de lo que hago, porque todo, de un modo u otro, sin quererlo, te relaciona. Porque llevo desde hace tiempo sintiendo lo que he leído en tantos libros y no quiero que pase, porque me aterroriza y, a la vez, lo deseo con todas mis fuerzas. Pero ahora es tan intenso que me duele y cualquier alivio que pueda encontrar es inútil. Sólo funciona contra esta asfixia tus ojos, tus labios y tus palabras. Porque cuando me despierto solamente viene a mi mente tu risa y tu presencia que, aunque sea sueve y frágil y podría romperse y no volver jamás, en ese momento me embriaga y me embruja y me mata y me resucita, para después volverme a matar. Eres tan impulsivo, tan terco, tan bruto y tan pasional que cuando quieres expresar preocupación o interés hacia mí eres torpe y lo niegas y a mí me da un vuelco el corazón al pensar que no soy como los demás, aunque no lo merezca. Porque no te merezco, Sirius.)

Sirius tiene las manos grandes. Y le encanta, porque abarca mucho espacio de su piel. Piel de Remus en manos de Sirius. Es perfecto y tan irreal que Remus posiblemente se reprendería por soñar esas cosas sino estuviera gimiendo tan fuerte. Sirius está encima de él, completamente desnudo, besando su nuez de Adán, que vibra por su voz nasal, naciendo en su garganta para terminar expandiéndose entre el polvo y el aire de esa habitación. Lo más gracioso es que ahora no sueña, ahora vive y es una sensación tan grande que le abruma pensar que pueda acabarse. Porque una vez que sientes a Sirius no volverás a sentir nada parecido. Sus ojos le miran, sin juzgarlo, sus labios besan su piel maldita por la luna y sus manos (siempre sus manos) siguen acariciando, cada vez más abajo, cada más profundo.

Cuando le besó creía delirar, porque no podía estar pasando. Pero Sirius le estaba besando de verdad, metiendo la lengua hasta el fondo, apretando su nuca, deslizando su pierna entre las suyas. Y ese cállate, cállate, cállate que hizo que las rodillas le temblaran y que su respiración comenzara a entrecortarse.

- Para ser nuestro primer beso no está mal.

- ¿El primero? – había dicho Sirius – Te olvidas de uno.

Sonríe todavía con la lengua en su boca; entonces había sido real. Aunque no lo recordaba como en este momento. Labios contra labios, aliento contra aliento y entonces Sirius baja la bragueta de su pantalón y él gime al sentir el mismo aliento que había tenido en su boca acariciando su entrepierna. Se entierra en el colchón, rechina los dientes y, después, comenzando a jadear, acaricia con sus manos de dedos largos aquel pelo negro que se esparce sobre su vientre.

Sirius.

En la oscuridad de tu habitación.

Sirius va a correrse. Va a correrse antes que Remus. Lo hará y quedará como un gilipollas y entonces Remus dirá ¿ya? y él morirá de la vergüenza. O a lo mejor está tan nervioso que ya delira. Pero es verdad. Lo de que va a correrse. Como Remus no pare, lo hará. Adora esas manos, aunque posiblemente nunca lo diga en voz alta. Acarician su pelo mientras él sigue haciéndole jadear como un animal. Entonces Remus suelta un sonido gutural y se corre en su boca y Sirius no puede evitar pensar menos mal. Sus manos caen en la cama, laxas, al igual que sus caderas, que antes no paraba de levantar, embistiendo su boca. Es amargo. Sirius jamás pensó que supiera así. Aunque extrañamente le gusta. Porque es de él y eso no puede estar mal. No habla, no se siente capaz de decir nada, aunque supone que Remus está esperando a que diga algo. Se tumba a su lado un momento, mirando el techo.

¿Qué hacer ahora? O sea, él quiere seguir, claro, pero sabe lo que quiere porque lo ha imaginado un montón de veces y no sabe si Remus lo quiere también. Aún así se arriesga, ladea el cuerpo y le mira a los ojos. Remus respira entrecortadamente, recuperándose de su orgasmo. Abre los ojos, frunce un poco los labios y suspira. Le mira y Sirius se muere, porque jamás de los jamases ha visto algo – sabe que sonará muy gay, pero qué más da- tan bonito. A menudo piensa cosas como ésas, pero ahora es intenso y está pasando de verdad, eso que ha deseado tanto durante todos estos años. Remus cierra los ojos de nuevo y, tan lento que le duele, besa su barbilla y va bajando por su cuello y entonces Sirius cierra también los ojos. Sabe lo que va a pasar, sabe que Remus quiere y se siente tan emocionado, tan excitado que no puede moverse. Así que prefiere dejarse hacer, mientras Remus sigue besando y lamiendo. Su cuello, sus clavículas, su pecho. Se entretiene en uno de sus pezones, lamiéndolo hasta que se inflama y dibujando su redondez. Sirius se estremece como una hoja y entreabre los labios, mientras Remus desciende con premeditada lentitud, como si no le importara el tiempo que han pasado los dos esperando esto, como si no se hubiera dado cuenta de la dureza que aprieta con su muslo.

- Oh, Lupin. Sigue, sigue.

Esa boca, Dios mío. Que no pare nunca de lamer y de besar. Gime cuando el malnacido sopla justo ahí y sisea después. Entonces Remus lo engulle entero, cobijándolo en el calor de su boca y Sirius arquea la espalda y gime, dos, tres veces. Remus. Remus. Remus. Su boca parece haber nacido para decir ese nombre y no se arrepiente de nada de lo que ha hecho en su vida, ni tampoco de todas las injusticias que ha sufrido, si todo eso le lleva a este momento. Porque vale la pena vivir infeliz si consigues que Remus Lupin te esté haciendo justo eso. Oh, Dios, Circe, Alá, Buda, Yavhé y Jehová.

Aullidos.

Cuando se corre es como si descargara todas sus emociones contenidas durante tanto tiempo. Remus se vuelve a tumbar a su lado, limpiándose la boca. Miran los dos al techo, Sirius jadeando mientras se recupera.

- No ha estado mal.

- No.

Sirius no sabe qué decir, aunque sabe que ese no suena un poco patético. Así que prueba a decir algo más.

- Ha estado muy bien.

- Sí.

Mierda. Joder.

- He estado mucho tiempo esperando esto, Remus.

Parece que eso está mejor, porque Remus sonríe y le besa suavemente.

- Yo también.

Si Sirius pudiera elegir su último recuerdo antes de morir, elegiría éste.

El alba.

Cuando los rayos de sol comienzan a entrar en la habitación, Sirius gruñe un poco, tapándose con las sábanas blancas. Todavía no sabe bien dónde está, pero se siente tan bien que no se levantaría de esa cama por nada del mundo. Siente cosquillas en la nariz y vuelve a gruñir, justo cuando escucha un suspiro cerca de su oído.

- Buenos días.

En un caso normal se horrorizaría al saber que ha dormido con alguien, pero cuando abre los ojos y ve la nuca de Remus sonríe y se deja besar el cuello, ronroneando como un gato. Porque Sirius quiere ronronear, aunque parezca algo estúpido.

- Buenos días.

Los ojos verdes de Remus lagrimean, posiblemente porque lleva poco tiempo despierto, o porque la luz ha entrado muy bruscamente y aún se está acostumbrando a ella, pero lo cierto es que le brillan y le sonríen y Sirius no puede hacer otra cosa más que seguir contemplándolos. No sabe cómo puede ser tan guapo, pero lo es. No sabe cómo no se ha dado cuenta de lo guapo que es, aunque durante esos años Sirius no se daba cuenta de nada.

Remus es ojos verdes y también labios en su cuello, es la lluvia que limpia toda su alma llena de malos recuerdos. Porque Remus hace que se levante cuando cree que no puede más. Porque Remus le enseñó a ser orgulloso cuando Sirius todavía no lo era. En cada humillación, en cada inseguridad, en cada temor a no saber qué le depara el futuro.

Remus es nada y, a la vez, lo es todo.

Mío

Sumario: El lobo sabe. Sabe que él le pertenece y hará lo que sea necesario para demostrárselo.

---

Es extraño. Me pertenece más allá de mi comprensión. Es mío. Y es irónico que un simple perro me pertenezca de esa manera, pero así lo veo. Así es.

Ya van unos cuantos años que lo veo a mi lado en las noches de luna llena. Siempre me acompaña; me contiene cuando la sangre me llama a gritos y lame las heridas que me provoco. Siento su lengua humedecer y aliviar las llagas de mi cuerpo y me gusta.

No es el único animal que me acompaña durante esas noches, pero la rata sólo me llenará una muela y el ciervo es ágil y la mayoría de las veces se mantiene alejado de mí. Sólo el perro es lo más natural de mi ambiente, lo único que no me asusta, no me desconcierta y lo aprecio. Somos casi iguales, ambos caninos… Ambos aullamos para demostrar lo que sentimos.

No siempre fue así. Hubo un tiempo en el que no soportaba a alguien en mi territorio y nos enfrentamos. Nos desgarramos mutuamente, nos mordimos y rodamos por el suelo para dejar claro quién era el dominante, quién podía cazar en ese territorio y quién no. No sé cómo, pero él ganó. Quedé bastante lastimado después de eso, pero una parte de mí entendió que era por mi propio bien. El perro me cuida, es mi aliado y vela por mi seguridad.

Quiero hundirme en él, lamer cada centímetro de su cuerpo, llenarlo todas las veces que sean necesarias. Poseerlo. Demostrarles a todos que es mío, que él entiende mi locura con la luna, mi suplicio por no poder ser completamente yo. Sé que es igual de oscuro, igual de impulsivo y, por sobre todas las cosas, sé que compartimos la misma sed de sangre.

Mío. Mi pareja. Mi amante. Completamente mío.

Me acerco de manera sigilosa hacia él. Estudio sus movimientos, sus reacciones. Es mi presa. Todo en mí me grita que debo tenerlo. Que debo enterrarme en él y escuchar sus aullidos por horas; escucharlo aullar de dolor, de placer y de angustia.

Lo olfateo. Su olor es amargo, salado, picante. Huele a perro y a algo más que no logro identificar. Me acerco un poco más y gruño para demostrarle que aquí mando yo. Quiero que sepa que debe rendirse ante mí y dejar que lo posea.

No hay nada en su cuerpo que indique que está en celo, pero no me interesa. Estoy detrás de él. Mis patas están en sus caderas. Se aleja de mí y me muestra los dientes. Habrá lucha y eso me excita más. Lo rodeo. Levanto las orejas y también le muestro los dientes. Me lanzó hacia él en un solo salto. Rodamos por el suelo. Sus dientes se entierran en una de mis orejas. Los míos se entierran en su garganta. Gimotea de dolor y me siento satisfecho. Lo muerdo más fuerte para que no se resista. Vuelve a gemir y se rinde a causa del dolor.

Sin soltarlo logro que se pare. Sé que no hará nada. La sangre que mancha levemente su cuello así me lo indica. Vuelvo a subir mis patas y esta vez las pongo en su lomo. Lo penetro con fuerza. Mío. Aúlla de dolor y trata de zafarse, pero no lo dejaré ir. Gruñe y ladra. No quiere esto, lo sé, pero hoy mando yo y yo sí lo quiero. Jadeo y gruño. Sigo embistiendo. Es deliciosamente estrecho. Es deliciosamente mío. Después de un tiempo me corro en sus entrañas. Su calor me rodea, su sangre me empapa.

La luna está en el cielo y casi la puedo sentir sonriendo complacida al saber que tomé lo que me pertenece sin que importara nada más. Mi cuerpo está satisfecho, pero mi alma está doliente. Sabe que algo malo pasó, que algo malo hice… ¿Cómo puede ser eso? No es malo lo que hice. Es mío. Debía hacerlo, era lo correcto. Lo escucho gemir y lo veo removerse con dolor. Sé que lo comprenderá cuando esté tranquilo. Debe comprenderlo.

Me acuesto cerca de un árbol y cierro los ojos. La luna me susurra en el oído. Mi sed de sangre ya está saciada.

El sol brilla en lo alto. Me molesta. Abro los ojos y trato de recordar qué sucedió ayer. Pequeños fragmentos llegan a mi mente y me sobresalto. Me siento, ignorando el dolor, y miro a mí alrededor. Lo busco. Necesito encontrarlo. Está unos metros más allá. Magullado. Sangrando. Herido por mí culpa. Me levanto y voy hacia él. Tengo miedo. No quiero que me rehuya.

—¿Sirius…?

Abre los ojos y me ve. No sonríe. No habla. Sólo me mira. Sé que no me culpa, sé que sabe que es culpa del lobo, pero aún así me arrodillo frente a él, agacho la cabeza y lloro.

—Perdóname…

Lleva su mano a mi cabeza y me acaricia con suavidad. ¿Por qué es así conmigo después de lo que pasó? Lo amo. Jamás le querría hacer daño y, sin embargo, lo hice.

—No fuiste tú, fue el lobo.

Niego repetidas veces. No debería siquiera hablarme, no después de lo que hice. Abro la boca para pedirle perdón nuevamente, pero sus dedos me callan. Lo miro y veo una leve sonrisa en sus labios. Una sonrisa que me dice que superaremos esto, como hemos superado todo lo demás.

—Remus, el lobo lo único que hizo fue concretar un hecho que ambos sabíamos… Soy tuyo.

Estoy confundido. Todo en mi mente grita que es un error, que no debió ser así, pero mis instintos más viscerales repiten una y otra vez una palabra, como si de un mantra se tratase…

Mío.

Diario y Deseo

Sumario: La realidad se distorsiona mucho cuando hay sentimientos nuevos o irreconocibles. Al final la noche fatal cae y solo queda sincerarse y pedir un deseo.

---

“Cuando la noche por fin acabe conmigo, me pregunto qué me quedará…Y solo puedo pensar en [Lágrimas, Lágrimas]…

Es tan malditamente ridículo, doloroso y alucinante. No sé a dónde acudir más que a unas simples hojas de papel. La noche acabará conmigo y me llevaré un montón de secretos al infierno. Y solo puedo pensar…[Suspiros, Suspiros]”

- Joven amo, he preparado una cena mediterránea exquisita y té negro.

Ciel cerró de golpe donde escribía en su escritorio. Miró a su mayordomo con frialdad que le sonreía como el ángel que nunca sería.

- No tengo hambre, Sebastián. – Ciel bajó la cabeza, dando por terminada la conversación para así, seguir trabajando.

Sentía los ojos del mayordomo clavados en su cabeza pero no dio muestra alguna de nerviosismo, por el contrario, alzó la cabeza y fijó los ojos en los del alto personaje que tenía enfrente.

“Ser el perro guardián de la Reina se ha vuelto un alivio. Mi mente no se permite divagar tanto, pero, eventualmente se perderá sin remedio y temo que sea…[Silencio] en el peor momento.”

- Bard.

El Rubio cocinero, que se mantenía parado a un lado de la larga mesa donde comía el jefe de la casa, alzó la cabeza y miró a Ciel con cierta sorpresa.

- Felicidades, la comida ha estado exquisita. – Ciel sonrió a medias al rubio cocinero.

- G-gracias señor. – dijo Bard haciendo una reverencia. – Sebastián me ha enseñado lo mejor posible.

Sebastián miraba a Bard en silencio. Ciertamente gran parte de la cena de esa noche, a petición de Ciel, había sido hecha por Bard. ¿Qué significaba eso?

“Fui hasta donde Bard, al acabar la cena, y al mirarle fijamente vi perplejidad en su rostro…Y me perdí. Me pregunto si podría depositar en Bard mis…[Silencio] No. No podría. Es demasiado tarde. La luna está bajando sobre mí y no puedo hacer nada para detenerla. La odio. [Lagrimas]”

- Hora de dormir, joven amo. – Sebastián entró a la habitación de Ciel, tenuemente iluminada. Lo tendría que llevar a dormir como cada noche.

Ciel salió en ese mismo instante del baño abotonándose el pijama.

- Ve a descansar, Sebastián. – ordenó sin más Ciel acercándose a su cama y descorriendo las corchas.

Sebastián le miró fijamente. No parecía nada contento.

- ¿no me permitirá acostarlo, amo? – preguntó sin moverse de la puerta de entrada.

- No es necesario. – Ciel ya estaba sentado en la cama. – Ve a dormir.

- ¿Qué está haciendo?

“Las palabras retumbaron toda la noche en mi cabeza. Soñé con esa pregunta fría, lejana y caprichosa toda la noche, todo el día, toda la noche, todo el día…[suspiros, Suspiros] Ya no lo sé. Creo que no era un sueño, sino mi propia vida. Moriré.”

- ¿Amo?

Sebastián entró al despacho de Ciel con cuidado. Se detuvo cerca de su escritorio, afuera llovía a cantaros.

- ¿Qué pasa? ¿Dónde está mi postre de manzana? – preguntó Ciel con el entrecejo fruncido

- Ah…lo olvidé. Discúlpeme Joven amo. Es que algunas cosas reemplazan a otras. Usted lo sabe. Lo ha intentado. – Sebastián sonrió un poco más.

Ciel arqueó un poco su ceja izquierda. Las palabras de Sebastián nunca eran por solo decir algo. Y claro que no. Sebastián, de atrás de sí mostró entre dos de sus largos dedos una pequeña libreta con cubierta acorchada y muy decorada. Un diario, sin dudas. Ciel estaba muy jodido.

- ¿Quién te ha dado permiso? – Preguntó Ciel apretando los dientes.-

Sebastián abrió sus ojos y ladeó un poco el rostro como si no creyese lo que decía Ciel. Ninguno de los dos movió un musculo. No había nada que decir.

“Había mucho que decir. Demasiado pero, soy muy débil. Siempre lo he sido y por eso es el porqué de toda mi existencia. Tengo que dejarte. No puedo seguir haciendo esto. Él se dará cuenta en cualquier momento y cuando lo sepa…estaré acabado. [Silencio, Silencio] Enloqueceré. No sé qué hacer. Pero ya no puedo seguir escribiendo en ti. Lo siento. Esperaré la fatal noche con dignidad. Adiós…[Lagrimas, Lagrimas] En verdad merezco ir al infierno por esto.”



Ciel salió de su despacho cargando con la lámpara de velas largas en su mano. El pasillo que daba a su habitación estaba muy oscuro así que al ver aparecer en su camino al mayordomo, le recorrió un escalofrío que casi le hace tirar la lámpara al suelo. Sebastián, luego de hacer una pequeña reverencia y extender su mano en ofrecimiento de ayuda, recibió por parte de Ciel la lámpara.

- Sebastián, dame un poco de agua. Hace calor esta noche. – Dijo Ciel desde su cama mirando distraídamente hacia las ventanas de la habitación.

Sebastián ya había servido el agua cuando Ciel se lo pidió así que recibió el vaso de agua casi al instante de haberlo pedido.

- ¿Ya se deshizo del diario? – preguntó secamente Sebastián con un brillo rojizo en los ojos.

- Hm, Sí. – Respondió Ciel luego de recuperarse del impacto de la pregunta.

Sebastián ayudó a Ciel a acomodarse en la cama para dormir. Por último, deslizó sus enguantados dedos por el parche de Ciel y lo retiró de su rostro.

- Buenas noches, Sebastián. – Dijo Ciel en busca de que el mayordomo le dejara solo lo antes posible.

- Hoy es la noche, Amo.

Ciel bajó los ojos a la boca de su demonio guardián. Era la noche. Replicar no serviría de nada. Negar, retorcerse, jurar…

- Sebastián – Comenzó a decir Ciel mientras subía ambos ojos a los del mayordomo – Entonces, tengo una orden para ti.

Sebastián, que permanecía rígido con los brazos tras su cuerpo, se inclinó sobre Ciel un poco, como si esperara escuchar un secreto infantil en vez de una orden.

- Ordene y yo cumpliré – Fue la sincera respuesta del demonio de ojos carmesí. El sello en su mano le escocía.

- Bésame.

Sebastián se quedó inmovilizado mirando cómo el rostro pálido de su amo, y semi iluminado, se iba tiñendo lentamente de rojo como si una enfermedad en el aire le estuviera abordando lentamente. Era un espectáculo ver el rojo deslizarse por la piel blanca de su amo. Ciel temblaba de pies a cabezas, como si recibiera una lluvia fría contra su cuerpo. Al ver que Sebastián no se movía, el nerviosismo aumentó. Se comenzó a morder los labios mientras los ojos se le nublaban cada vez más. Iba a hacer el ridículo más grande de su corta vida. Iba a llorar por algo…sentimental y muy suyo.

La primera lágrima salió a toda velocidad por la mejilla de Ciel sirviendo de incentivo a Sebastián, quien se apresuró a atraparla con los labios; pegándolos contra su mejilla.

- ¡Apártate! – gritó Ciel totalmente avergonzado y humillado. Empujó con ambas manos al mayordomo pero en realidad, no logró moverlo como se imaginó que lo haría.

Sebastián le tomó por el cabello de la nuca firmemente y luego volvió a besarle, solo que esta vez en los labios.

Si Ciel hubiese podido escribir en su diario, diría algo así:

“Voy a morir. Mi corazón está latiendo demasiado rápido y mi mente se está nublando demasiado. He olvidado todo lo que tiene sentido y lógica. He olvidado mi nombre y mi deber. Solo sé dos palabras: “Sebastián” y “Bésame”. A falta de no recordar otras más, solo puedo repetirlas una y otra vez hasta que pierda el sentido.

Me iré al infierno con honor: Amando a un demonio”

Indigestión

Sumario: Cuando Tachibana lo invitó a cenar a su casa, Kamio sintió una sola cosa: Nauseas

---

Kamio movía su pie con un ritmo fuera de lo común en él. Aún cruzado de brazos y con la cabeza baja, se notaba claramente su nerviosismo. ¿La razón? Su capitán, entrenador y amigo, lo había acorralado en los vestuarios del club de tenis y lo había invitado a una cena casera. La parte mala era que le había prometido cocinarla él mismo. Más que la parte mala, era la alarmante.


No sabía como expresarlo, pero… la comida hecha por su capitán, era la cosa más inmunda que había probado en su vida. Si, ese era un buen modo de expresarlo. Pero Tachibana esperaba una respuesta, con una sonrisa amable en el rostro y mirándolo con ojos que expresaban su ilusión, esa mirada tan motivadora que usaba con ellos en los entrenamientos.

Kamio entonces oyó como de sus labios salían las palabras más estúpidas jamás pronunciadas por el hombre: “Me encantaría ir a cenar a tu casa esta noche”. Y por desgracia, durante el día no se partió una pierna ni tuvo un accidente que lo dejase en coma. Si eso hubiese pasado, al menos hubiese tenido una excusa para no asistir.

Así que ahí estaba, en casa de los Tachibana, sentado en el sofá de la sala, a la espera de su amigo. Este había insistido en encargarse de todo, a pesar de que él se había ofrecido a ayudar. Por supuesto, lo hizo solo para ver que ingredientes iba a usar en el supuesto ramen que estaba preparando. Supuesto porque estaba convencido de que ese no sería un ramen tal y como él los conocía. Si veía a ese “alimento” moverse en su plato de forma sospechosa, juraba por dios que saldría huyendo.

Lo más peculiar era que fuese una cena para dos. Según Tachibana, sus padres estaban de viaje y Ann había quedado en salir con unas amigas. Que gente más lista.

—“Me invitó solo a mí” —Era lo que resonaba una y otra vez en su mente, aparte de los otros detalles. De todos los miembros de su equipo, su entrenador se había dirigido expresamente hacia él y había hecho la invitación.

No podía dejar de sentir las tan habladas mariposas en el estomago, cosa que no sabía si se debía a la sensación de ser valioso para Tachibana o a causa de la posible muerte por el desastre culinario que se avecinaba. A lo mejor su estomago estaba tratando de autodestruirse antes de que lo llenara de… ¿comida? No sabía si las autoridades sanitarias en regla le daban esa categoría a lo preparado por su compañero de equipo.

Dio un suspiro para liberar la tensión almacenada ante tantos delirios. Si, definitivamente estaba pensando demasiado, no era para tanto…bah, para qué engañarse, le esperaba un viaje a la clínica más cercana.

De pronto sintió la imperiosa necesidad de revisar su seguro médico.

—Kamio —La voz de su superior de dejó escuchar desde la cocina.— Puedes pasar al comedor, dentro de poco la cena estará servida

¡Si!...De acuerdo —dijo tratando de usar un tono normal. Levantándose del sofá, mirando hacia la puerta que parecía invitarlo a atravesarla, pero —frunciendo el seño para sí mismo— tomó el camino hacia la mesa. Una vez allí, ocupó una silla y se dedicó a esperar.

No iba a escapar. Iba a usar todo su autocontrol para salir de esta. Porque por desgracia, era lo único que tenía, la naturaleza no le había provisto de un botón para practicarse la eutanasia fácilmente.

Desde el comedor, pudo percibir el aroma de su futura cena. Le perturbó el hecho de que esta oliera tal y como debía suponer. A lo mejor y la creación de Tachibana había tomado vida y ahora escondía su verdadero olor para no delatarse y poder ser llevado a la mesa donde cumpliría su misión de indigestarlo. Una de las mejores cualidades del diablo era hacerles creer a todos que no existe.

—“¿Lo habrá comprado?” —Negó este pensamiento de inmediato. Tachibana no era de los que decían una cosa y luego hacían otra. Le había prometido cocinar, cocinar para él. Así que esa cena estaba hecha con sus propias manos.

Que bien se sentía pensar eso, meditarlo una y otra vez hacía que una sensación de bienestar —un más bien extraño y agradable cosquilleo— sustituyese las mariposas en su estomago. De pronto y la situación no era tan mala.

—Espero tengas apetito —Se oyó la voz del que ahora era dueño de sus pensamientos, por lo que levantó la vista para verlo en la cocina desde donde se encontraba. Ahora la situación no era alarmante, era terrible. La cena estaba servida. La idea de correr sin mirar atrás, ya no le parecía tan grosera.

Ver a su capitán con un delantal rosa y unos guantes que le hacían juego, le hicieron sentirse apenado. El sufriendo por las futuras consecuencias mientras que su capitán daba su mejor esfuerzo por hacer algo mínimamente comestible solo para él, lo menos que podía hacer era no divariar de manera tan desagradable al respecto. Eso y comerlo.

Además, su entrenador se oía tan animado que le dieron ganas de desaparecer hundiéndose en la silla por pensar tantas cosas negativas. Pero le gustaba eso de su capitán, su afabilidad, su espíritu de sacrificio y sobretodo, su compañía.

Genial, ahora se sentía culpable. A las alturas donde se encontraba, decidió que lo mejor que podía hacer era morir dignamente.

Pronto la cena estuvo servida y él la estuvo mirando algo… aliviado. Tenía el aspecto que debía tener un ramen común y corriente… aunque ese definitivamente no era común, ni mucho menos corriente. ¿La razón? Tachibana lo había preparado para él.

Kamio suspiró para sus adentros, estaba dándole muchas vueltas a lo mismo.

—¿Sucede algo Kamio? –le preguntó su anfitrión –ya sin guantes y delantal— al verle sin comer aun.

—Ah… no es nada –dijo acompañado de un pequeño sobresalto, aunque intentando sonar natural. Sin mas añadir, tomo la cuchara y empezó a comer.

El primer bocado llegó a su boca de una forma tan natural que ni el se lo creía. Como tampoco se creía que el buen sabor que sintió al instante. Antes de que pudiera pensarlo dos veces, estaba comiendo su cena, no, mejor aun, disfrutando su cena.

—¿Te gusta? –preguntó Tachibama esperando una respuesta honesta, a pesar de que la sonrisa delataba que en realidad esperaba una respuesta afirmativa.

—Si, ¡está delicioso! –respondió Kamio de buena gana entre sorprendido y aliviado.

Las defensas naturales de Kamio bajaron y las mariposas en el estomago desaparecieron. Luego de eso, la cena continuó tranquila, pero de buen modo, entre bocados y charlas.

Al poco tiempo, Kamio no pudo evitar notar que tenía una sonrisa idiota en la cara. Pero eso no le importaba, no con la mirada aprobatoria de Tachibana encima suyo, siguiéndole el ritmo en la conversación. Y lo mejor de todo es que no hablaban solamente de tenis. No, había demasiadas cosas para dialogar como para quedarse en un tema que ya conocían a fondo.

Pero el mundo se le vino encima cuando su anfitrión le preguntó, como quién dice “pásame el pan”, sobre su vida amorosa. Fue duro, pero logró seguir con su actitud relajada, a pesar de la tormenta que se desataba por dentro.

—“¿Cómo llegamos a eso?” –fue lo que se preguntó a sí mismo. Hizo un rápido escaneo mental.

Tachibana le había dicho que deseaba ir a Asakusa próximamente, el replico que, en época de festivales, era un lugar genial. Y Tachibana dijo, no sin cierta vergüenza, que era el lugar al que mas le gustaría ir si tuviera una cita, para dejar en claro lo mucho que le gustaba ese distrito de Tokio. Kamio recordó haberse burlado de eso –pero con cariño— y luego haberle preguntado si tenía alguna afortunada en mente. ¡Joder! El hombre se sonrojó de inmediato, lo que le hizo reírse más fuerte. Reírse y sentir ganas de abrazar al capitán, porque sinceramente, se veía adorable.

Fue entonces cuando Tachibana le devolvió la pregunta, aunque con otras palabras. Y entonces su risa hizo las maletas y huyó a Rusia… y ahora era el turno de Tachibana de reír en voz alta.

Luego de que le dijera a Kamio que no era necesario contestar eso, pasaron a la sala.

La charla prosiguió nuevamente de forma amena. Hasta que Tachibana empezó una frase con un “Por cierto…” y luego la prosiguió con un “ Sé que no es el mejor momento, pero hay algo que quisiera preguntarte…”.

Kamio se tensó. Su capitán estaba a su lado, estrujándose ligeramente las manos y mirando hacia algún punto perdido en el suelo. Así no se comportaba Tachibana, así que debía haber una buena razón para ello. Se sintió incomodo al recordar. Involuntariamente, la conversación sobre citas en la mesa. Pero si ocurría algo cómo lo que acababa de pensar, no iba a quejarse. Todo lo contrario.

—Verás… yo… cielos —Tachibana levantó el rostro para ver a su invitado con pena.— no sé como decírtelo…

Kamio se acerco instintivamente, lo que no ayudó al otro a expresarse mejor.

—Veras, quisiera saber si… bueno…es…

—“Vamos, escúpelo, di: ¿quisieras ir conmigo a Asakusa cómo mi cita? ¡No es tan difícil!” —Kamio no soportaba tanta pausa. Necesitaba oír aquello, de preferencia, antes de morir por la expectativa. Estaba tan cerca de Tachibana que podía oírlo respirar.

—Kamio, quisieras…

Tachibana estaba seguro de que iba a poder soltar aquella pregunta esta vez, pero no pudo. Al meno no fue por su culpa, sino por la de Kamio. El que le estuviese besando en ese preciso instante, le había hecho callar. No pudo cerrar los ojos ni un instante cómo en las películas románticas, ya estaba demasiado ocupado recordando como respirar como para preocuparse por el haber olvidado pestañear.

Luego de finalizar el beso, Tachibana vio el rostro de Kamio haciéndole competencia a su cabello, lo que era mucho decir.

—Kamio, ¿quisieras ocupar el puesto de capitán el año que viene? –soltó Tachibana finalmente. Con los ojos abiertos como platos y con un tono parecido al de una grabadora. Y es que ni lo había pensado al decirlo, fue una liberación inconciente de información almacenada.

Kamio hubiese borrado aquella sonrisa nerviosa de su propio rostro, pero se le había quedado congelada, al igual que su corazón. Por fortuna sus piernas seguían en condiciones decentes, lo cual era genial, porque justo en ese momento pretendía romper su record personal de velocidad.

Se puso de pie, aún con la expresión idiota en su rostro, con la diferencia de que había pasado de sonrojado, a pálido. Su acción sacó a Tachibana del transe en el que se había metido.

—Kamio, yo…

El terror a las próximas palabras de Tachibana, dio alas a Kamio, quien en menos de lo que esperaba, estuvo frente a la puerta, abriéndola y saliendo al exterior. O mejor dicho, una pierna suya saliendo al exterior, porque el resto de su cuerpo se quedo donde estaba, gracias a la fuerza que ejercía su anfitrión sobre su brazo. Y él pensaba que era rápido.

— ¡Espera, por favor! —le dijo Tachibana al aterrorizado miembro de su equipo. Quién dejó de resistir al instante. No iba a hacerle fuerza a su capitán, sin importar la situación.

Se dejó introducir de nuevo a la casa, pero antes de dejar hablar a Tachibana, se inclinó ante él.

—¡Lo siento mucho, lo siento! –comenzó a gritar haciendo reverencia vez tras vez.

—Kamio, está bien…

—Por favor, ¡perdóname!

—No pasa nada, sólo…

—¡No sé que me pasó! -Kamio pensó fugazmente en lo genial que hubiese sido si le hubiesen ofrecido alcohol en la cena. Al menos así tendría una excusa.

Tachibana lo miró consternado.

—¿Me estás escuchando? –preguntó dudoso

—Por favor, disculpa…

Kamio sintió como era tomado de los hombros y halado hacia arriba. Por un fugaz momento pensó que ese seria el momento en que Tachibana lo besaría y le diría que en realidad, iba a declarársele.

Pero su teoría se derrumbó como un castillo de arena al sólo ser abrazado fuertemente. Tampoco era que se quejase de eso.

—Tranquilo, está bien –le dijo con una voz tan suave que Kamio cedió a sus impulsos de abrazar de vuelta a su capitán. No lo había hecho tanto por la impresión cómo por temor a ser malinterpretado.

—Me gustas –fue lo que dijo Kamio entre dientes. Fue una confesión para ambos, nunca se lo había planteado a sí mismo directamente. A pesar de que hacía bastante tiempo que intuía que lo que sentía por su capitán, ya pasaba de la admiración.

—Kamio, tú también me gustas –le respondió Tachibana, mientras trataba de no reírse dado lo inadecuado del momento. Pero es que la situación era extrañamente graciosa. El ya había dejado de pensar cuando fue que su preocupación por Kamio había evolucionado a algo mayor. Sencillamente no podía identificar el momento en que cruzó la línea.

—¿Eh? –Kamio sacó su rostro del espacio entre el cuello y el hombro de Tachibana para verlo al rostro.— ¿En serio? —era demasiado bueno –y extraño- para ser verdad.

—Si –asintió rápidamente para no dar lugar a dudas.— en realidad… no iba a preguntarte sobre ser capitán, bueno, no ahora por lo menos.— confesó avergonzado.

—¿No? –El pelirrojo no se sintió chasqueado en lo más mínimo. De hecho, el tema de ser capitán era lo que menos le importaba en esos momentos.

—En realidad iba a preguntarse si quisieras acompañarme a Asakusa. Como una cita… aunque, las citas son para conocerse ¿no? Y dado a que tú y yo nos conocemos… ¿Qué tal como mi pareja?

Y ahí era cuando Kamio sintió que se volvía un montón de babas, y se desparramaba por el piso cómo las caricaturas cuando se enamoraban. De pronto y se imagino a si mismo y a su pareja vestidos con Kimonos, frente a un lago, de noche, jurándose estar juntos por siempre a la luz de la luna. Prefirió dejar de pensar eso, nomás para salvar su dignidad masculina.

—S—si, ¡Si! –respondió animado, demostrándolo en la enorme sonrisa que se difumino en su rostro.

Vio como Tachibana descendía hacia su rostro en cámara lenta. No sabía si era que realmente venía lento o la expectativa del primer beso concensuado entre ambos. Cómo se tardara mas, le saltaría encima. Estaba cerca, ya sentía su aliento cerca. No era muy bueno, a causa de la cena, pero no iba a quejarse, porque estaban igual.

Y el teléfono empezó a sonar. Tachibana, tomado por sorpresa, se alejo a responderlo rápidamente, sin darse cuenta que dejaba a Kamio “vestido y alborotado”.

—¿Hola? –su voz se notaba un poco alterada, pero pudo modularla para su próxima frase.

Mientras tanto, Kamio había regresado al sofá, mientras su mente se desplazaba a un campo ridículamente bonito, con él corriendo como imbécil tras Tachibana, ambos felices como perdices. Necesitaba dejar de pensar en ese tipo de escenarios, de verdad.

Levantó el rostro para mirar a Tachibana, quien ya había colgado el teléfono y estaba parado al lado suyo.

—¿Qué sucede? –Kamio se alarmó al ver el semblante de Tachibana excesivamente serio. Se suponía que ahora más que nunca, debería sonreírle. Le vio abrir la boca para decirle algo. Sea lo que fuera, no le iba a gustar, eso era seguro.

—Tezuka ha muerto –dijo Tachibana mirando fijamente a su invitado.

Kamio no supo como reaccionar ante aquella noticia. ¿Qué se suponía que debía hacer? Llorar no, eso era seguro. No lo conocía tanto. Diría que lo lamentaba –y así era—, pero eso debía decirlo a sus familiares y amigos, no a su capitán. Prefirió sostener la mirada de Tachibana y dejar que este reaccionara primero, él le seguiría la corriente. Conociéndolo, seguro iba a llorar. Era sensible y simpatizaba mucho con las demás personas, hasta con Tezuka, quién no fue una persona expresiva. Se preparo mentalmente para consolar a Tachibana, en cuanto empezaran a correr por su rostro las primeras lágrimas.

Se quedó más que perplejo al ver a su capitán estallar en una sonora risa. Le gustaba oírlo reír, tenía un efecto relajante en él, pero luego de aquella noticia… ¿estaría histérico? A lo mejor le tocaría darle una bofetada, era lo que hacían con las chicas en las películas. Pero esas siempre terminaban muertas, no eran el mejor ejemplo.

—Es sólo una broma –dijo aún con la risa afectando su tono de voz.— Era Ann diciendo que se quedaría a dormir con unas amigas. Y por cierto… ella fue quién me dio la idea de invitarte a cenar. Me dijo que debía declararme antes de que Momoshiro lo hiciera —dijo para luego reír al recordar a su hermana diciéndole esto y guiñándole un ojo.

Kamio quería mucho a Ann, de verdad. Pero a veces no podía pensar que a esa chica le faltaba no un tornillo, más bien toda la caja de herramientas.

—¿A dormir? –Kamio, aun estupefacto por lo de la broma, repitió lo dicho por su anfitrión respecto a su hermana.

—Así es. Supongo que me tocara dormir solo en casa esta noche –Kippei se sentó en el sofá de la sala, al lado de su pareja.

—A menos… —Tachibana se giró a verlo— A menos que quisieras quedarte esta noche

—¿Eh? Yo… —Kamio no sabía si eso era otra broma parecida a cuando le preguntó sobre si tenía a alguien, o si hablaba en serio. Pero lo peor que podía pasar era que quedase como un tonto, así que…— Si… si quieres —tuvo que desviar la mirada. Al oírse a si mismo, no pudo evitar pensar que sonaba algo ofrecido.

Sintió una mano en su rodilla y aquello le dio valor para volver a girarse. Tachibana no se estaba riendo, lo cual significaba una sóla cosa.

—Sabes que… —Tachibana se acercaba, lenta, pero decididamente. Su expresión afable era una que el pelirrojo quería ver por siempre, ahora mós que nunca – no tengo cuarto de invitados ¿no?

—Si, ya lo sabía –respondió Kamio. Tampoco era que quisiera dormir en uno precisamente. Cerró los ojos con los labios entreabiertos y esperó a que Tachibana completase lo que había mitad, su capitán con mucho gusto, lo complació.