lunes, 16 de marzo de 2009

Espacios temporales

Fandom: Original



La puerta a su espalda se cerró con un suave rechinar y apenas puso un pie dentro le atacaron las ganas de salir. Tomó la perilla con una mano nerviosa y de uñas perfectas sin querer quitarle la vista de encima. Desde su lugar en la cama, él la miraba fijamente, como un león a un cristiano.

Menudo circo romano.

Bastaba con mirarla a los ojos para clavarla a la madera como una mariposa, quieta y con las alas rotas. El cabello liso le escondía la cara, así se tapara con las manos no podía escapar. No se movía pero se le inflaba el pecho, así que aún seguía viva. Parada frente a él trataba de matarlo de aburrimiento.

Bastó que se moviera tan sólo un poquito para que ella volviera a la vida. Su manito arañaba el metal del picaporte con sus uñitas rosadas, como sujetándose a la vida.

El sonido era insoportable.

No tenía sentido verla jugando con la manija porque no iba a conseguir abrir la puerta. Tenía truco para eso. Esa perilla y todo lo de su habitación se sometían a su voluntad.

Mala suerte para ella estar dentro.

El se estaba aburriendo y lamentó por un momento no tener un reloj colgado de la pared, pero sí varias telarañas. Los muros tan desnudos como su torso. Levantó los hombros primero e hizo lo mismo con el resto del cuerpo. Avanzó hacia ella cuando la vio rendirse ante la maldita manija del demonio y la estúpida puerta, que no se abría. La oyó susurrar como invocando una plegaria al cielo.

Tenerla tan cerca le hizo aspirar el aroma de su cabello oscuro. No se tomó mucho tiempo para ello y la tomó de los brazos agachándose sobre ella. Frágil y simple. Si la lanzaba sobre el catre se iba a desarmar como un pajarito. La hizo a un lado y giró la perilla en sentido inverso a las agujas del reloj. Una leve presión y la puerta estaba abierta.

Puso sus ojos oscuros sobre ella y regresó a la cama sin prisa.

“Te puedes largar.”

¿Le estaba dando una orden acaso? Se irguió en su sitio y asió el picaporte de nuevo. Azotó la puerta con tanta fuerza que casi se caen las paredes en trozos. Entreabrió los labios para albergar un pucherito de reina que le salió a la perfección. Era momento de empezar el avance, estaba perdiendo demasiado tiempo en los preámbulos.

Llevó su cuerpo a recorrer el pequeño espacio entre la puerta y la cama para colocarse en medio de las rodillas separadas que aguardaban. Sus piernas desnudas entraron en contacto con el material que recubría las piernas de él, casi raspándola.

Frente con frente, sus cabellos largos cayeron como noche a lo lados de sus rostros. No necesitaba besarlo, bastaba con rozarle la piel con los labios.

Sin decir una palabra empezó el duelo, al unísono, con sus uñas recién pintadas clavándose sobre su cráneo, con las enormes manos gruesas atrapando su cintura, estrujándola. El la iba a dejar sin aliento y ella sin cuero cabelludo. Mirándose se mostraban los dientes como animales rabiosos.

Mas vale maña que fuerza, pensó ella mientras levantaba una rodilla amenazante y ejercía ligera presión sobre su entrepierna. Más que una amenaza era una maniobra de reconocimiento del terreno. El lo supo y la regresó a su lugar en la pared, casi tan violentamente como se lanza una flor al ruedo.

Volvieron al inicio, el cazador, la presa aunque sin los roles definidos.

Ella llevó sus palmas al muro dándole la impresión de que quería trepar sobre este. Así pudiera atravesarlo, era tarde para volver atrás. Tenía poca paciencia, así que mejor era terminar con el insufrible jueguito previo. Quizá la aplastaría contra la pared hasta convertirla en un adorno. Mientras tanto sólo tomó sus muñecas apretándolas esperando oír en cualquier momento el sonido de estas quebrándose. Ella hizo un gesto de dolor. No era que le importara, pudo escapar de las uñas que pretendían desgarrarle la piel en tiritas, pero no tuvo la misma suerte con sus dientes. Una dentellada certera sobre su hombro y si no la detenía le iba a sacar un trozo o peor aún hacerle perder el control.

Demasiado tarde, ella ya lo había notado, ahora arrastraba los dientes hasta atrapar la piel de su garganta, persiguiendo en el movimiento la manzana de Adán. Cederle un milímetro de terreno era un error que no iba a repetir.

Cayó sobre la cama, perdiendo los zapatos en el proceso y el cabello formó una aureola alrededor de su cabeza. Ahora era un angelito, caído sobre el catre.

Se arrodilló cual penitente sobre el colchón, cubriéndola de la luz que desprendía el foco del techo. Dejó que sus dedos filudos le arañen la garganta dibujándole la yugular mientras él se concentraba en descifrar como le iba a sacar la prenda que traía envuelta a modo de vestido.

Malditas prendas femeninas, cada cual más complicada que la otra.

Empezó a tirar de las tiritas que al parecer iban a desenvolver el regalo de navidad. Tal y como lo pensó, luego de liberarse de una capa de ropa, iba a encontrar otra más. Conocía bien de ese tipo, transparente y con cintitas, ropa interior de niña. La que estaba frente a sus ojos era del tipo de las que se abrían al centro. Sólo bastaba accionar un simple mecanismo con un dedo y se abría a los lados dejando el pecho descubierto.

Listo, no fue tan complicado del todo. Se sostuvo con una mano mientras con la otra aplastó su pecho a modo de caricia. No tenía porque ser amable mientras ella no lo fuera. El mensaje fue bastante claro, ella le puso ambas rodillas en el vientre y se prendió con las uñas de su garganta. Con esas piernas tan frágiles no iba a conseguir hacerlo perder el balance, aunque sabía que ese no era su objetivo.

De nuevo a las amenazas, a rozar sus malditas rodillas sobre su entrepierna con ánimos de quitarle las pocas ganas que había conseguido inculcarle. Estaba jugando con fuego, se iba a terminar quemando.

Iba a necesitar respirar de un modo u otro y francamente sus uñas estaban lastimando más de la cuenta. La dejó incorporarse y hasta apoyarse sobre sus piernas. Haciendo esto perdió el vestido y sólo se quedó vistiendo una de sus prendas íntimas. El cabello largo le cubría el pecho y estuvo un momento mirando sus mechones curioso cuando ella tomó la delantera.

Maldita, casi lo hace caerse de la cama. Se colocó encima de su vientre tomando ventaja sobre él. La tomó de los brazos y sería fácil hacerla volar hacia el suelo, pero ella aseguró sus piernas a los lados de sus caderas. Estaba apretándola más de la cuenta y tenía su melena negra haciéndole cosquillas sobre el pecho.

De nuevo a las mordidas… Al mismo lugar que antes, ahora sí le hacía perder el control y ella lo sentía bajo su cuerpo. La dejó dar de dentelladas y hasta trató de disfrutarlas tocándole el pecho y el vientre. Envolvió su cintura con los dedos para impulsarse y tumbarla sobre la cama de nuevo. Rodó sobre ella y casi aterrizan sobre el piso de madera.

El catre resistía eso y más, así que podía continuar toda la noche. La dejó asirse de los filos de su pantalón, aquellos que acariciaban su ombligo. Empezó a tirar de ellos viéndolos desprenderse de sus piernas dejando su ropa interior al aire. Se deshizo del pantalón estrellándolo contra el suelo para olvidarse de cómo le estorbaba el trozo de tela que quedaba como remanente.

En igualdad de condiciones, ambos sobre la cama. Era cosa de dar la primera estocada, quien tirara el primer golpe ganaba.

El era más rápido y ella más escurridiza, pero la agarró de la garganta para que no se le escape. De nuevo más tiritas que aflojar, más ropa interior femenina que maldecir y despejar. Ella lo atrapó de la cabeza, sujetándolo tosca desde las orejas y enredándole los dedos con fuerza. Aunque intentara evitarlo, le había ganado haciéndola perder la ropa primero.

Lo malo es que las mujeres no saben cuando rendirse. Lo sabía, las conocía bien a todas, porque todas eran iguales, tenían lo mismo, sólo que en distintas proporciones. La esencia la misma. Sólo se rinden cuando han ganado.

Como ahora, si casi no tuvo tiempo para arrancarse la prenda que le quedaba. Casi si le faltaron manos. Ella tiraba de su cabeza con intenciones de arrancársela. Hizo que su boca respire cerca de ella y pueda aspirar de nuevo el perfume que desprendía.

Bastó un momento, no fue necesario cederle un milímetro, porque fue un segundo lo que le robó. Necesitaba un reloj en esa habitación, urgente. Uno que marque la hora y lo libere de los malditos espacios temporales que jugaban malas pasadas. De pronto estaba encima de ella sin saber como así sucedieron las cosas, sin saber como empezó el juego pero con ideas de cómo iba a terminar. ¿En qué momento perdió el sentido de la situación? Porque ya estaba rechinando el catre y el ruido que estaban provocando era capaz de despertar a un muerto.

Seguro se iban a caer las paredes luego de tanta sacudida. Y el edificio entero, con todos los que le rodeaban. Quizá la ciudad también, con sus parques y plazas, todo era posible dentro de su habitación. Eso fue, apenas entró el mundo giraba al revés. No, empezó a girar en reversa cuando ella entró a ese espacio y lo revolvió todo con su aroma a flor de campo.

Era culpa de ella y la iba a hacer pagar por aquel crimen. Por lo menos lo intentaría, si es que no la perdía entre las sabanas. Cuanto más la apretaba, más se le escurría, cuanto más sucedía más temblaba el catre.

El foco sobre sus cabezas empezó a oscilar. ¿O serían ellos que estaban levantando vuelo? Nada le iba a sorprender de ahora en adelante. Quizá ella sí tenía alas y de alguna nube se había caído sobre su cama. No creía en los ángeles, ni demonios ni cualquier patraña similar. Las hadas eran otra cosa, igual de ridícula, pero quizá una de esas había caído en sus manos.

El hada de los dientes, le gustaba morderlo, maldita sea.

Le revolvía el cabello como si tratara de arrancarlo y lo estaba llenando de nudos. La espalda la estaba dejando como obra de arte abstracta. Se ensañó con sus tetillas, en torturarlas y retorcerlas. Luego regresó a su rostro, hundiendo sus malditos dedos repletos de agujas sobre su mentón paseándolos sobre la barba que esa mañana se resistió a afeitar.

Estaban sudando los dos y seguro iban a tener que exprimir las sabanas dentro de un rato. Una almohada salió volando de la cama y el foco temblaba nervioso sobre ellos. Sus manos por fin abandonaron su rostro y se aferraron a los barrotes del catre.

Ojo por ojo, diente por diente. Le devolvió un mordisco por todos los que le dio ella, centrándolo en una pantorrilla. Hubiera querido morder más fuerte pero quizá si lo hacía ella se desvanecía como espuma. No la iba a dejar escapar tan fácil. Ella se estaba aplastando los dedos contra la pared, prensándolos con los barrotes del catre. Tanto se movían que iban a tumbar esa pared en pocos segundos. El sonrió al ver como los deditos se iban poniendo morados conforme guiaba el movimiento para aplastarlos.

Pero claro, ella tenía que ser una aguafiestas y retirarlos para de nuevo atormentar su pecho. No, un poco de diversión, no se lo podía negar. Así que con una mano suya devolvió la de ella a su sitio de tortura, apretándola de la muñeca. En el proceso se lastimó un poco, pero pudo sentir el movimiento que atormentaba esos deditos y uñas. La vio apretando los dientes intentando zafarse. Lastima que no había vuelta atrás o hasta que cambiaran de posición. Una vez lo hicieron ella casi si saltó sobre él, pero le dejó ver la carne hinchada de sus dedos antes de enterrarlos sobre su cabello de nuevo. A jalarlo, a arañarlo con rabia reforzada, a dejarse mecer y balancear sobre sus piernas largas y caderas filudas.

Quizá era necesario que también tenga una ventana. No sabía si era de día o de noche. Menos aún noción del tiempo y el cansancio no era buena referencia. Podían haber transcurrido días y ellos no sentirlo, enfrascados en un duelo hasta las últimas consecuencias.

Envolviéndose y revolviéndose. Como una espiral, como una corriente de agua.

El foco amenazaba con apagarse, era culpa de ella que le daba de puntapiés, era culpa de él que le dio de cabezazos. Iban a destruir el lugar, solo para descubrir si ya era de día o podían continuar batallando.

Hasta caer rendidos mirando al vacío. Lo siguiente era bajar los pies del catre y pisar la realidad que se escondía tras la puerta. ¿Quién lo haría primero? El aun trataba de recuperar el aliento y ella se iba en suspiros.

Romper el hechizo, acabar con la noche y el tiempo atrapado tras la puerta de su habitación. ¿Quién iba primero? ¿Cuál de los dos sería capaz de romper la cadena de minutos atrapados en esas cuatro paredes? ¿El hada o el hechicero?

Quizá lo harían luego, ella se recuperaba a prisa. Saltó sobre sus piernas como si de verdad tuviera alas. ¿Cómo hacía para retenerla? ¿Quién sabe? Después de todo un buen mago nunca revela sus secretos.

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