jueves, 26 de marzo de 2009

Envidia

Risas.

Oh, cómo las odiaba.

Demostraciones de agrado, de conformidad, de alegría… De patética felicidad.

Últimamente salían bastante a menudo de la boca de la sangre sucia. No sabía si siempre las había habido o si tenía algo que ver el que hubiera centrado su atención en ella. Prefería no pensar mucho en ello.

-¡Oh, vamos, Ron! El profesor Snape no es tan malo…

Más burlas hacia su mentor y profesor favorito, la única persona cuerda en ese maldito colegio de sangres sucias. Tener que lidiar con personas que no sabían apreciar esto era denigrante.

La desagradable voz de esa Weasel se hacía oír desde la mesa de Slytherin sin problema.

- ¡Nos bajó puntos por reírnos, Hermione! Y no me irás a decir que no estuvo buenísimo lo de la Amortentia.

La chica le miró con expresión de querer reñirle, pero se notaban los esfuerzos que hacía por no reír.

-No tuvo gracia, Ronald.

- ¡Qué dices! ¿No viste cómo tonteaba con Malfoy? “Excelente, señor Malfoy”.- dijo Ron imitando la voz sedosa de su profesor de pociones.- “Nunca había visto tanta perfección. La textura, el gusto, la tonalidad,… Simplemente espléndido. Ya podrían hacerlo esos inútiles tan bien como usted”. ¡Por Merlín, faltó muy poco para que le hiciera una invitación sobre una visita nocturna a su despacho!

Harry y Ron estallaron en carcajadas y Hermione no pudo reprimir una pequeña sonrisa.

“Idiotas, reíd mientras podáis” pensó Draco apretando tanto los dientes que empezaron a dolerle. ¿Quiénes se creían que eran esos bufones para burlarse de esa manera de él? Envidia, eso era lo que tenían. Él elaboraba pociones antes y mejor que ellos y, por supuesto, el profesor Snape le elogiaba por ello. Además de patéticos, malos perdedores.

-Draco, enseguida empezará la segunda hora de pociones.- comentó a su derecha Pansy.

Pero él no prestaba atención a sus palabras, estaba demasiado ocupado observando la mesa Gryffindor lívido de rabia. Si las miradas matasen, Weasley estaría ya carcomido por los gusanos. Pero como no era un basilisco, tendría que aguantarse.

Se fijó en la sangre sucia, no se había unido a las burlas. Tal vez se pensaba tan especial que creía que no merecía la pena ni hablar de él. “Egocéntrica”.

Ante las insistentes quejas de su compañera, no tuvo otra que levantarse y dirigirse de mal humor hacia las mazmorras.

Risas.

La sangre sucia no se reía como sus dos estúpidos amigos. El sonido de su voz era más claro y limpio, sin un atisbo de malicia. Sacudió la cabeza. “Será cosa de muggles” pensó mientras fruncía el ceño al darse cuenta de que extrañas cosas se le pasaban por la cabeza. Debía estar volviéndose loco.

Apenas prestó atención a la clase, dejando que su compañera Pansy, casi tan buena como él en pociones, hiciera todo el trabajo. Pensaba en cómo podría vengarse de esos tres. De Potter y Weasley, por idiotas que se creían graciosos, y de Granger por ser una sangre sucia insoportable y engreída.

No tuvo que hacer nada.

Escuchó unas risitas a su lado y giró la cabeza para saber qué estaba pasando. Nott lanzaba miradas cómplices a su compañero Blaise, que parecía muy divertido por alguna razón desconocida. Llevaba en la mano un puñado de brotes de Luparia —algo que extrañó a Draco, pues en esta poción no se necesitaban— y se iba acercando disimuladamente al caldero de Weasley y Granger, quienes se hallaban discutiendo por lo que seguramente sería una estupidez y daban la espalda al recipiente de latón.

Cuando la sangre sucia se volvió hacia su caldero para seguir con la poción, esta burbujeaba con violencia y era de un color fangoso —y en verdad, parecía fango—. Extrañada, echó el siguiente ingrediente, raíz de Belladona.

Al instante, Draco comprendió la broma con una sonrisa burlona.

El caldero estalló, derramando a su paso un líquido viscoso y maloliente por el suelo y por una sorprendida chica.

Los alumnos de los calderos contiguos pegaron un brinco, pero recuperados del susto inicial se sumaron a la carcajada general que se había estallado.

- ¿Qué ha ocurrido aquí?- inquirió Snape caminando hacia ellos, observando el desastre.- ¡Reparo! – exclamó apuntando a lo que quedaba del caldero de latón. Éste recuperó su forma inicial al instante.

El profesor dirigió su mirada hacia la imagen —“Verdaderamente patética”— de Granger abriendo y cerrando la boca sin emitir sonido alguno.

-Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Cincuenta puntos menos para Gryffindor.- dijo Snape saboreando cada una de sus palabras.- Señorita Granger, tendrá que cumplir un castigo después de la clase. Deberá recoger todo el desastre que ha provocado por no leer correctamente mis instrucciones.

La chica lo miró con espanto, no parecía muy acostumbrada a los castigos. “Patética sabelotodo que no incumple ni la más tonta norma”.

-Profesor, ha sido culpa mía, debí haber cortado mal las raíces o cogería alguna planta que no era.- se apresuró a decir Ron saliendo en defensa de su amiga.- No puede castigar a Hermione, ella ha seguido sus instrucciones al pie de la letra.

Draco pensó que debía irse con mucho cuidado, pues el complejo de héroe reprimido parecía ir expandiéndose.

-La verdad siempre sale a la luz. Con su incompetencia en el sagrado arte de las pociones no me extraña en absoluto que haya provocado tamaño desastre. Remplazará a Granger limpiando, y espero ver el suelo reluciente.

“Lo extraño sería que lo estuviera” pensó Draco mirando con repulsión el piso lleno de mugre.

-¡Pero qué dices, Ron!- oyó que le susurraba Granger a Weasley.- No, profesor, el caldero explotó después de que yo añadiera el último ingrediente, por lo que yo fui la única responsable de esto. No castigue a ron, yo soy la culpable de este accidente.- la voz de Granger rozaba la súplica. Draco hizo una mueca de asco.

-¡No, fui yo!- protestó Ron.

-Qué imagen tan enternecedora.- comentó Snape con desdén- Ya que ambos parecen culpables y lo admiten, compartirán el castigo. Y ahora…

No hubo nada en el resto de la clase que fuera digno de atención. Draco observó molesto como Hermione sonreía a Ron agradecida, y éste le guiñaba el ojo. Verdaderamente, se esperaba la estupidez de auto-incriminarse por parte de Weasley, pero ¿Granger? Al parecer era más estúpida de lo que aparentaba. ¿Por qué decir que había sido ella si Weasley había dedicido como un idiota cargar con el muerto? Carecía de sentido. “Gryffindors” pensó con sorna.

Al finalizar la clase, se dirigió junto con Pansy, Crabbe y Goyle hacia un recoveco de las mazmorras, donde solían pasar las horas libres molestando a los de primero. A Pansy le gustaba casi tanto como a él “abusar” de sus privilegios como prefectos.

-Gracias, Ron. Fuiste muy amable al decir…

-No fue nada, Hermione.

Las voces de los chicos atrajeron la atención de los slytherin, dejando que un niño de segundo — increíblemente molesto, por cierto—aprovechara la oportunidad y se fuera corriendo de allí.

-“Gracias, Ron”.-repitió Pansy con voz chillona.- Por Morgana, ¿se puede ser más ridícula que ella?

Draco sonrió. Pansy, al ser de su misma clase, podía distinguir sin problema a alguien inferior y actuar en consecuencia.

-Pero enserio, no tenías por que…

-¡Deja de repetirlo! ¿Para qué están los amigos?

Pansy bufó con burla y Crabbe y Goyle la imitaron. Draco los miró de reojo. “¿Para qué están los amigos?” repitió Draco mentalmente. Esa simple pregunta lo había dejado desconcertado, ¿habrían salido en su defensa Pansy, Goyle y Crabbe? ¿Habrían plantado cara a un profesor si le hubieran castigado injustamente? “No,” pensó con amargura mientras veía como sus compañeros se burlaban de las palabras de Weasley, “no lo habrían hecho”.

Pero, ¿acaso él habría hecho lo mismo que Weasley si hubiera sido Pansy la perjudicada? Lo dudaba.

Weasley había dicho que justo para eso estaban los amigos, para ayudarse entre sí. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso él no tenía amigos? Draco sacudió la cabeza con violencia ante la incredulidad de los presentes. Aquello era imposible. ¿Por qué él, que era superior en todos los aspectos a Granger, no poseía algo tan insignificante como eran los amigos?

Recordaba al niño de segundo de antes. Se había burlado del chico, y el muy arrogante le había contestado que las personas como él se quedaban sin amigos. ¡Maldito crío! “Pero, ¿y si tiene razón?” ¿Él problema era él? ¿Es que no era un buen amigo? ¿Qué tenía que le impedía tener amigos? Porque no podía ser algo que no poseyera porque, modestia a parte, él era perfecto.

Miró a la sangre sucia, que salía en ese momento de las mazmorras riendo junto al pobretón. En el hipotético caso —y remarcaba hipotético— de que Granger sí tuviera ese algo necesario para tener amigos, ¿qué era?

Risas.

Risas claras y limpias.

Se sintió enfermo al comprender qué se le pasaba por la cabeza.

Envidiaba a una sangre sucia.

Definitivamente, estaba volviéndose loco.

2 comentarios:

  1. no es justo que la gente publique sus historias, la gente como tu se dedique a copiarlas y editarlascomo si fuesen suyas.
    Eso es tener mucha cara.
    Si no tienes imaginación compratela

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