martes, 24 de marzo de 2009

Proyecto Amor

Sumario: Valentín, conocido también como el Dios del Amor, es desgraciado porque ama a alguien a quien no puede acercarse...

1

Valentín volvió a mirar los dieciséis monitores de Omnivac, recorriéndolos uno a uno.

Había solicitado en voz alta un reporte situacional de parejas en conflicto, y éste parecía interminable.

Los monitores estaban llenos de imágenes de discusiones, peleas, incluso golpes; todo lo cual terminaba en amargas rupturas de personas que un día estuvieron enamoradas.

Así no se podía trabajar.

¿Cómo podía uno ser patrón de los enamorados en los tiempos que corrían?

Llevaba siglos haciéndolo, tantos que había perdido la cuenta. Había comenzado, cuando todavía era mortal, celebrando los rituales de fertilidad que los druidas llamaban la magia del amor. Porque había sido un druida, un hombre que vivía en comunión con la naturaleza, extrayendo de ella su magia.

Sí, se le había concedido una vida provechosa, y aun cuando los romanos conquistaron su país, aun cuando fue perseguido por pagano (lo cual era ridículo proviniendo de quienes adoraban a más de un centenar de dioses), persistió en su propósito. Aun cuando fue apresado, torturado y asesinado, siguió creyendo en la magia del amor.

Y era aquella magia del amor la que lo había hecho inmortal.

Recordaba la tierra en la que lo habían sepultado. No sabía cómo, pues estaba muerto, pero la recordaba. El olor a humedad llena de vida, de pequeños organismos de los que pronto formaría parte. No temía a la muerte y sin temor alguno se entregó a ella, sabiendo que jamás despertaría, que su cuerpo sería devorado por los gusanos y que su energía vital sería absorbida por algo más grande.

Pero había despertado en un extraño recinto, una enorme sala con paredes de brillante metal, en medio de las cuales se hallaba Omnivac, la supercomputadora, con sus relucientes monitores que mostraban el mundo.

Claro que en ese entonces no sabía lo que era una computadora y mucho menos un monitor. Había sentido pánico. Había golpeado inútilmente las paredes de su prisión, creyendo que era un nuevo truco de los romanos, confundiendo el sueño de su propia muerte con la idea de una trampa, gritando hasta quedarse ronco.

Entonces, la computadora habló. Lo hizo con una cálida voz femenina, y le habló día a día, explicándole pausadamente lo que hacía allí. Le contó sobre el proyecto, sobre ellos y sobre la misión para la cual había sido elegido: Podría hacer la magia del amor sin ser perseguido por nadie. Sería venerado y recordado. Los enamorados de todo el mundo y de todos los universos se encomendarían a él.

Aceptó su destino con la actitud de espera y expectativa que su formación como druida le había inculcado, y comenzó la tarea.

Omnivac le proporcionaba los datos de cada persona, buscaba las correlaciones y las afinidades, preparaba análisis porcentuales de afinidad y cuando él daba la señal, enviaban a un pequeño Cupido hacia los elegidos, armado de pequeñas esferas de magia de amor preparadas por Valentín, propiciando encuentros y situaciones que terminaban con la pareja unida y feliz.

Los Cupidos eran algo que Omnivac llamaba robot. Aunque para Valentín era difícil no confundirlos con niños pequeños, pues constantemente jugaban y hacían travesuras. Pero eran fieles a su misión como asistentes: unían a las parejas y recolectaban amor. Magia del amor, como la llamaba Valentín, según el concepto druida. Y no era otra cosa que la energía que emitían dos personas haciendo el amor y amándose. Ambas condiciones producían la magia. En algunos casos era particularmente intensa, en otros no. Pero había que completar una cuota diaria, de modo que toda la magia era recogida y almacenada y siempre se superaba la cuota.

Aunque en los tiempos que corrían se notaba un notorio descenso.

La magia del amor era importante. Parte de ella alimentaba a Omnivac; otra parte era usada por el mismo universo para producir más magia; y otra parte, Valentín no sabía cuánta, era usada por ellos, los responsables del proyecto, de quienes poco sabía.

De modo que ese era el trabajo de Valentín. Un trabajo que le gustaba, que lo hacía sentir útil e importante. Lo monitoreaba todo desde la sala de control, y cuando la situación era particularmente difícil, intervenía. Él, a quien todos llamaban Valentín.

No era su nombre real. Pero eso no tenía ninguna importancia. Tampoco importaba que lo confundiesen a menudo con un mártir cristiano del mismo nombre, que celebraba matrimonios en Roma y fue perseguido por el emperador Claudio II.

Lo que importaba era la misión que debía cumplir.

Pero en los últimos tiempos, algo parecía haber cambiado. Valentín había comenzado a sentirse distinto. Necesitaba algo, pero no sabía qué.

El lugar donde se encontraba, que llamaba el Módulo, tenía todo lo que se requería para vivir. Construido en forma hexagonal, el centro era ocupado por la sala de control y a su alrededor había una habitación amplia con una hermosa vista, un cuarto de baño, una cocina, una sala de estar y una despensa. Si quería algún libro o una película, o ver algo en la televisión, Omnivac se lo proporcionaba. Si quería comer algo, Omnivac se ocupaba de eso.

Podía salir cuando le apetecía por el hermoso jardín que rodeaba al Módulo, y caminar lejos de allí por el sendero de piedras que llevaba a la playa.

Incluso si quería, podía aparecer en cualquier lugar, con la única condición de no dejarse ver, ya que pondría en riesgo la seguridad del proyecto.

Sí, Valentín tenía allí todo lo que necesitaba, aunque su corazón había comenzado a clamar que estaba solo.

Él, que había unido tantas parejas que no tenía memoria para recordarlo, estaba solo.

Y últimamente sentía un desasosiego difícil de sofocar.

Las imágenes siguieron pasando por los monitores, hasta que Valentín exclamó:

—¡Espera! Detente allí.

Omnivac, que obedecía a su voz, hizo lo que se le pedía.

—Amplíalo.

Allí estaba él…

Se llamaba Adán y era un joven de veinticinco años. Llevaba apenas tres meses observándolo y en esos tres meses ya había tenido ocho parejas. No era que el chico no lo mereciera. Era guapo. No poseía una belleza arrebatadora, pero sí finos rasgos, una nariz recta, un hoyuelo en la barbilla y una sonrisa encantadora. Un abundante cabello castaño y unos grandes ojos color miel remataban el atractivo conjunto. Aunque su tono natural de piel era pálido, siempre tenía un saludable moreno ya que le gustaba tomar el sol en verano, y en invierno rayos ultravioleta.

En esos tres meses Valentín lo había observado tomar dos sesiones de ese sol artificial todas las semanas, y vaya si lo había visto. Al muchacho le gustaba tomarlas completamente desnudo e incluso sin quererlo, Valentín lo había tenido que ver en todo su esplendor.

Y le había gustado lo que había visto.

Cuando vivía en la Tierra era heterosexual, como la mayoría, aunque nunca había sido intolerante con los gustos de los demás. La reproducción era importante en aquella época donde tantos morían por guerra o enfermedades. Pero con el paso de los siglos, su mentalidad había ido cambiando. Viendo a tantos amantes asumió que el amor no tenía limitaciones, ni edad, ni raza, ni sexo. El amor verdadero era la comunión de las almas y éstas no tenían nada que las restringiera. Por eso se sentía atraído tanto por hombres como por mujeres.

Ese joven aunque era uno de los que más le había atraído en todo el tiempo, también era uno de sus mayores dolores de cabeza, pues pese a todos sus intentos, no lograba emparejarlo con nadie que durase.

Y vaya si lo había intentado.

Al principio parecía un caso normal y un Cupido había propiciado un encuentro entre Adán y un hombretón con más músculos que inteligencia, pero que parecía gustarle. Salieron y luego fueron directo a la cama.

A Valentín no le gustaba espiar, de modo que apagó el monitor y se fue a acostar.

Al día siguiente, Adán tenía señales en todo el cuerpo.

Parecía una especie de juego. Un juego peligroso en el que el joven disfrutaba cuando lo maltrataban. Valentín había visto casos similares, pero no les había dado mayor importancia pues no generaban la magia del amor. En sus tiempos arrojaban a las personas al circo, con las fieras. Más adelante, las torturaban con instrumentos de todo tipo, para arrancarles confesiones de magia. Y ahora, se torturaban unos a otros para obtener placer sexual.

Seguramente en otra época inventarían algo más.

Pero unos días después, Adán volvió a aparecer en su lista.

Tras el primer hombre vino otro maduro, después un joven deportista, luego un adolescente demasiado afín a las sustancias ilegales, un ejecutivo de una importante empresa e incluso un hombre que estaba en proceso de divorcio. Con los siguientes casi perdió la cuenta. Todos ellos dejaron sus marcas en Adán, pero sólo exteriores, pues la poca magia que generaban desaparecía al segundo o tercer día de relación.

2


Valentín estaba en verdad preocupado. Todo habría sido más fácil si Adán buscase solamente el placer como tantos otros. La búsqueda de placer no era su trabajo, el placer no hacía la magia del amor. Pero Adán buscaba amor. Lo buscaba desesperadamente y esa era la razón de que apareciera siempre en sus listados.

En su afán de ayudarlo, Valentín trató de entenderlo. Consultó a Omnivac sobre esas prácticas y presenció varias sesiones de dominación y sadomasoquismo. Algunas tenían una refinada crueldad que le recordó la época de la Inquisición, otras eran simples juegos de dominio.

Adán parecía inclinarse por el masoquismo.

El joven se convirtió en una obsesión. Valentín lo observaba constantemente y descuidó a las otras parejas que debía monitorear.

Un día en el que Adán asistía a una sesión de sexo grupal, fue atado por el novio de turno a un potro con una protuberancia fálica en la cual se sentó. Lo mantuvieron así toda la noche, golpeándole con varios látigos y fustas, pellizcándole y pinchándole con otros tantos extraños instrumentos y al día siguiente, lo arrojaron a la calle.

Adán caminaba atontado y adolorido y no vio un camión que venía directo hacia él, pero Valentín sí lo vio, y violando las reglas que le habían sido impuestas, apareció allí y lo arrojó a la vereda justo a tiempo. Luego volvió a su puesto de observación, donde Omnivac le reclamó su proceder.

—Eso —dijo— es trabajo de Átropos (1). Tú ocúpate del amor. Estás poniendo en peligro el proyecto.

Valentín estuvo rumiando esas palabras. Nunca antes había intervenido en asuntos de la vida o la muerte. Sabía que había otros que se ocupaban de eso, él sólo debía ocuparse de su misión.

Pero… No habría podido dejar morir a Adán.

En todo el tiempo que llevaba observándolo, el joven se había vuelto parte de su mundo. No podía imaginar su vida sin él, lo observaba mientras desayunaba, volvía a buscarlo a media mañana, durante la comida, por la tarde y durante la cena. Y mientras dormía, también pensaba en él.

Se había enamorado de Adán.

3


Adán vio venir la muerte en las ruedas del camión, y como ocurre en esos casos, se quedó paralizado, mirando con ojos de espanto su cruel destino.

Pero no ocurrió.

Tuvo una fugaz visión de un atractivo rostro. Cabellos rubios y ojos azules… vestiduras blancas.

Alguien lo salvó arrojándolo a la acera y luego desapareció, esfumándose en el aire como un fantasma.

Adán se desmayó. No se encontraba herido, pero la conmoción de lo ocurrido hizo mella en él y fue llevado al hospital.

—Quizá fuera tu ángel guardián —le dijo riendo una enfermera, cuando Adán le contó lo sucedido.

Y él le creyó.

4


Luego de esa experiencia, Valentín volvió a buscarle pareja al joven. La lista de compatibilidades iba disminuyendo. Había comenzado con 65% de compatibilidad y ahora estaba en 60%. Aunque en estos tiempos era raro encontrar parejas con más de 80%. Eso pasaba porque la mayoría de ellos buscaban sólo sexo.

Sin embargo, logró identificar un pequeño cambio en el patrón de preferencias de Adán. Ahora le gustaban más los rubios.

Y fue un rubio alto, de brazos y piernas tan largos como pértigas, llamado Carlos, por el que finalmente se decidió.

Se ocupó de todo personalmente. Un encuentro casual cuando Adán salía del trabajo e iba por una transitada calle. Un choque accidental con Carlos, que iba en dirección opuesta. Adán cayó y cuando ambos se miraron, Valentín les lanzó una esfera llena de magia del amor y esperó.

5


Todo parecía marchar bien entre Adán y Carlos. Comenzaron con una cita, luego fueron a la cama y Valentín miró. Quería asegurarse de que todo estuviera bien y tuvo que mirar.

Horas después no podía dormir pensando en el rostro de placer de Adán y en que había logrado emparejarlo, aunque la magia que había generado la pareja no tenía fuerza, pero confiaba que con el tiempo mejorase.

Adán sería feliz, pero eso no le traía alegría a Valentín.

De todos modos, lo monitoreó un par de días y todo seguía sobre ruedas. Pero al tercer día el rubio trajo a una mujer y la débil magia de amor quedó rota.

Entonces las cosas se complicaron. Adán era humillado constantemente y cuando no lo soportó más y estalló, hubo una violenta pelea que dejó al muchacho tendido en el piso del salón, como un muñeco roto.

Carlos lo abandonó sin mirar su lastimosa figura, y se fue dando un portazo.

Valentín lo vio todo desde el monitor, luchando con el deseo de intervenir, y no pudo más cuando vio al muchacho inconsciente. Apareció en la escena y tomando el cuerpo de Adán con infinita ternura, lo llevó a la cama. Allí lo desnudó y examinó sus heridas, que curó con lo que encontró en el botiquín. Sus dedos rozaron uno de los aros que Adán llevaba en un pezón y el muchacho gimió.

—¿Por qué lo haces? —murmuró Valentín—. ¿Por qué permites que te lastimen así?

Adán entreabrió los ojos y todo lo que vio fue una figura alta vestida con una túnica alba, que de pronto desapareció.

6


El ciclo se repitió muchas veces. Valentín le encontraba pareja basándose en la lista inicial, todo parecía marchar bien por un tiempo, pero entonces ocurría algo y rompían.

En ocasiones el rompimiento dejaba lastimado a Adán y Valentín lo cuidaba sin dejarse ver.

El muchacho estaba convencido de que era su ángel guardián y su inconsciente lo buscaba.

Y así, pasaron varios meses y llegó febrero.

7


La lista de 60% de compatibilidad se agotó y Valentín no se atrevió a seguir bajando pues el último novio de Adán lo había dejado medio muerto luego de azotarlo una noche entera.

¿En qué forma lograría hacerlo feliz?

Porque ya no se trataba sólo del amor, sino que quería que el joven fuera feliz.

Soñaba con él casi todas las noches, lo amaba en sueños, adentrándose en las profundidades de su cuerpo, descubriendo nuevas y variadas posturas, generando la magia de amor más poderosa porque provenía de dos almas que habían estado en soledad y que ahora estaban juntas.

Nunca supo que Adán soñaba lo mismo, que las noches en las que se sentía más solo, pensaba en él, que lo amaba. Nunca supo que lo que ocurría en sus sueños, cuando hacían el amor, generaba una energía que fue notada por alguien.

Para Valentín sólo eran sueños y Omnivac lo presionaba. Su productividad estaba bajando. La calidad de la magia de amor que obtenía era baja y la cantidad insuficiente. El proyecto corría peligro, pero tenía opción a recuperarse si trabajaba duro en las fechas previas al Día de los Enamorados.

No sabía qué hacer con Adán. Pensó en miles de posibilidades y sacudió la cabeza. Era una obsesión. Tenía que quitárselo de la mente y sólo había un modo de desengañarse.

—Quiero un análisis de compatibilidad de Adán conmigo —pidió a Omnivac.

—Eso está prohibido, Valentín.

—Lo sé, pero lo necesito —suplicó éste—. Luego de eso, dejaré de ocuparme tanto de él y me dedicaré a mi trabajo. Por favor.

Las luces de Omnivac tintinearon por varios minutos y cuando Valentín se retiraba, derrotado, la impresora emitió un reporte.

Compatibilidad: 83%

Valentín se quedó helado. Había creído que el análisis arrojaría con suerte un 20% y eso le serviría para desengañarse. Pero… ¿83%?

—¿Cómo? Debe ser un error, revisa de nuevo.

—El margen de error es de 0.01% como es habitual —fue la respuesta de la computadora.

—Pero… ¿cómo? Yo no soy un sádico… No puede ser. No…

No hubo respuesta y Valentín golpeó inútilmente los monitores y la consola. Omnivac sólo le volvió a hablar para recordarle su promesa de dedicarse a su trabajo.

Pero él no podía.

¿Cómo iba a trabajar ahora que sabía que podía ser la pareja de Adán?

Le dio vueltas a la idea. Había sido una sorpresa, no podía entenderlo. ¿Adán y él juntos? Lo amaba, eso sí. Pero Adán ni siquiera sabía que existía. No estaban juntos… él vivía en el Módulo y Adán vivía en la Tierra. Además… había tanto que los separaba. Él no era un sádico. No podía hacerle a Adán lo que otros le hacían. La magia del amor que él conocía no consistía en golpear al otro, si no en amarlo. Cuidar y proteger, así concebía el amor Valentín. Omnivac le había dicho que Adán podía cambiar. Que cuando conociera el amor verdadero, olvidaría todo lo demás.

Era una locura.

De tanto pensar y pensar, se convenció de que Omnivac había cometido un error de análisis adrede, para darle a él una lección, y decidió olvidarse de Adán.

No pudo olvidarlo del todo, pero la proximidad del 14 de febrero lo tuvo lo suficientemente ocupado y la cuota de magia del amor subió en cantidad, aunque no en calidad.

Valentín se entregó en cuerpo y alma a su trabajo, unió parejas, propició encuentros románticos, reconcilió amantes enfadados, lanzó esferas llenas de magia para los casos difíciles y, completamente extenuado, se acostó, para despertar la mañana del 15 de febrero con muchos deseos de ver a Adán.

Se acercó a la consola de trabajo y buscó al muchacho.

Pero ya no estaba allí.

—¿Adán? ¡Adán! ¿Dónde está Adán? Quiero verlo —exigió.

—Lo siento. Transferí sus archivos ayer. Ya no es trabajo tuyo, Valentín —respondió Omnivac.

—¿Cómo que no? Todavía no ha encontrado pareja, debo ayudarlo y crear magia del amor… ¡Tengo que verlo!

—Cálmate, Valentín. No puedes verlo.

—¿Por qué? ¡Ya sé! A ellos no les gustó que lo ayudara cuando estaba lastimado. Y ¿sabes qué? Me importa poco lo que ellos piensen. ¡Exijo verlo!

—Lo siento, Valentín. Él está muerto.

—¿Q-qué dices? —un escalofrío recorrió la espalda de Valentín. No podía ser. No era cierto. Adán estaba bien, tenía que estarlo. Era una trampa ¡tenía que ser una trampa! No podría seguir sin él.

—Está muerto, Valentín. Asistió a una sesión sadomasoquista el 14 y a alguien se le fue la mano. Lo arrojaron a un basurero y Átropos lo encontró.

8


Las horas pasaban y Valentín no se movía de su lugar frente al monitor.

Repetía las secuencias que Omnivac había logrado recuperar, donde mostraban a Adán con vida, maltratado por sus numerosos amantes. Recorría con los dedos la pantalla, acariciando la imagen, preguntándose qué había hecho mal.

¿Y si eso era lo mejor? ¿Qué tal si la muerte era mejor a una vida de sufrimiento sin encontrar jamás el amor?

Pero Adán lo había encontrado. El análisis de Omnivac decía que eran 83% compatibles… ¿sería cierto?

No y no, se repitió a sí mismo. Eso era una trampa, una jugada cruel de Omnivac para castigarlo por no ocuparse de su trabajo. ¿No veía acaso que eso había hecho más fuerte su obsesión? Porque su obsesión se llamaba amor y ni siquiera la muerte podía apagar su llama.

Entonces Valentín recordó algo en lo que no había pensado antes: Omnivac no podía mentir.

Un sudor frío le recorrió la espalda. ¡Podrían haber estado juntos! ¡Podría haberlo salvado! Si tan sólo…. Pero no… ya era tarde.

Su formación de druida le permitía afrontar mejor la muerte, pero incluso así cayó en una gran depresión. Pasaba el tiempo mirando el monitor, no usaba la magia, ni siquiera revisaba el trabajo de los pequeños Cupidos, y así pasaron tres días.

La mañana del tercer día, Omnivac lo despertó a las seis y el ojeroso y cansado Valentín avanzó a regañadientes hacia la sala de trabajo.

Había una puerta que no estaba allí antes y un silencio sepulcral llenaba la estancia. Valentín avanzó hacia allí.

—¿Qué es esto? —exclamó—. ¿Qué es esa puerta?

Omnivac dejó pasar unos momentos y finalmente habló:

—Es una habitación nueva que fue anexada a tu Módulo mientras dormías.

—¿Una habitación? ¿Y para qué? Tengo la mía… —dijo Valentín y enmudeció de repente, al entender—. ¡Han traído a otro! ¡Hay otro! ¡Ellos me van a reemplazar!

—Silencio, Valentín o lo despertarás —dijo Omnivac—. Tienes razón, hay otro. Pero antes de que digas más, déjame transmitirte lo que ellos dijeron. No serás reemplazado. Por el bien del proyecto y por el trabajo que has venido realizando por siglos, se te ha asignado un asistente.

—¿Un asistente? ¿Y los Cupidos? Ellos me asisten…

—No de ese modo, Valentín. Este asistente es humano. Creemos que será beneficioso para el proyecto. Has pasado mucho tiempo en soledad y tu magia se ha debilitado. Es por eso que la calidad de la magia de amor que obtienes ha decaído. Necesitas contacto humano.

La puerta de la habitación comenzó a elevarse y Omnivac volvió a hablar. A Valentín le dio la impresión de que sonreía mientras lo hacía:

—Vamos, ¿no quieres conocerlo? Pero cuidado, que puede asustarse al principio. Sé paciente, Valentín.

Él miró la puerta abierta y avanzó lentamente. ¿Qué clase de broma era? ¿A quién encontraría dentro de esa habitación? Vaciló en el umbral unos momentos y luego de tomar aire en un arranque de valor, entró.

Adán yacía en la cama, dormido.

9


El joven estaba despierto…

Estaba en ese punto en el que el cerebro se ha despertado pero al cuerpo aún le cuesta reaccionar. Poco a poco apreciaba como cada una de las partes de su cuerpo conectaba con su cerebro. Esperaba dolor pero el dolor no llegó. No lo entendía, recordaba perfectamente lo último antes de perder el conocimiento.

Un antiguo ex lo había invitado a una sesión que prometía ser lo más de lo más. Y realmente lo había sido. Jamás había sentido tanto dolor y él de dolor sabía mucho. Demasiado. Pidió que pararan, pero no lo hicieron. Les gritó que se detuvieran, pero no le hicieron caso.

Esa gente no entendía el sadomasoquismo real.

Muchos lo confundían. En el verdadero sadomasoquismo el que lleva el control en la relación es el masoquista. El supuesto dominado es el que decide qué y cómo y sobre todo cuándo parar.

Pero últimamente tenía muy mala suerte. Todos los hombres que conocía eran simples sádicos que sólo deseaban hacer daño sin preocuparse de nada más que de ellos mismos. Sin saber disfrutar realmente de la relación dolor-placer.

Esa fiesta había sido horrible, jamás se había sentido tan mal, y se juró que nunca volvería a hacerlo. En medio del espantoso dolor, hubo un momento en que perdió el conocimiento. Después de eso sólo había oscuridad y ahora… Ahora no sentía ningún dolor. ¿Estaría muerto? La placidez, la calma, el bienestar que le invadía… No era normal, jamás se había sentido así. Si eso era la muerte, en principio no parecía mala.

Aunque le daba miedo abrir los ojos y que no hubiera absolutamente nada. O peor aún, que no pudiera abrir los ojos y se tuviera que pasar la eternidad encerrado dentro de su cuerpo. Solo.

Odiaba la soledad, no podía soportar estar sin alguien a quien amar, aunque lo lastimara. Quería desesperadamente ser amado.

Sumido en esos fúnebres pensamientos, de repente sintió una luz tras sus párpados y unos segundos después una presencia. Alguien había entrado donde fuera que estaba. Ahora sólo le quedaba una cosa por hacer: abrir los ojos y afrontar su destino.

10


Valentín avanzó sin hacer ruido y cerró suavemente la puerta, tras encender una suave luz. Se acercó a la cama y lo contempló.

Sentía tantas cosas… quería reír y llorar al mismo tiempo, ¡había sufrido tanto! En el fondo sintió un enorme alivio. Adán estaba vivo, no estaba lastimado. Ellos lo habían curado y lo habían traído a su lado.

Un sentimiento de gratitud lo envolvió y estiró la mano para acariciar al joven, pero entonces notó que estaba despierto.

—¿No vas a abrir los ojos? —susurró.

—No —dijo Adán con voz pastosa, como si no la hubiera usado en mucho tiempo.

—¿Por qué no? —preguntó Valentín algo divertido.

—Porque tengo miedo a lo que me pueda encontrar —respondió sinceramente el joven.

—Si no los abres, nunca lo averiguarás.

Tras unos instantes de silencio, Adán abrió los ojos. Y frente a él estaba su ángel.

—Tú —y tras esto, el muchacho enmudeció, sin dejar de mirarlo con ojos asombrados.

—¿Me conoces? —Valentín se puso alerta. Creía que Adán nunca lo había visto mientras cuidaba de él.

—Tú… yo… eres mi ángel, te vi en mis sueños… —contestó dudoso Adán.

Valentín se sentó en la cama, junto a él, y luego de meditar un poco, comenzó a hablar con voz pausada:

—No soy un ángel, pero sí me viste. Y no soñabas… era real. Yo estaba junto a ti. Te estuve cuidando.

—¿Qué pasó? ¿Qué hago aquí? ¿Quién eres?

—Calma. Cada cosa a su tiempo. Me llaman Valentín —respondió él—, y este es el Módulo. Estás aquí porque ahora eres inmortal, como yo. Fuiste traído al Módulo para ayudarme y de ahora en adelante vivirás aquí.

—¿El Módulo? No entiendo… yo, yo estaba… en… una fiesta —dijo Adán con cierta vergüenza— y no me sentía bien… no sé cómo he llegado aquí. Y ¿qué es eso de que voy a vivir aquí? ¿Qué pasa con mi casa? ¿Con mi trabajo? ¿Mis amigos y mi familia? ¿Qué pasa con mi vida?

—Tranquilo, Adán. Sé cómo te sientes porque yo me sentí igual hace mucho tiempo. Pero te habituarás. No puedes volver porque para ellos estás muerto. La fiesta a la que fuiste terminó en tragedia. Alguien murió y fuiste tú. Por eso estás aquí, conmigo —Valentín habló con voz pausada, tratando de refrenar todos los sentimientos que le inspiraba el joven.

—Pero… pero… ¿Qué haré? ¿Para qué me trajeron?

—Lo que se hace aquí es importante. Muy importante. Es parte de un proyecto, yo le llamo el Proyecto Amor. Mi trabajo es muy simple: encuentro parejas para las personas que buscan el amor. Es por eso que te estuve ayudando…. Yo trataba de emparejarte.

—Pues no lo hiciste muy bien —se le escapó sin querer a Adán. Recordaba todas sus últimas parejas y había ido de mal en peor.

Valentín enrojeció al oír el reproche.

—Lo siento —se defendió—. Es muy difícil emparejar a alguien que busca el amor cuando sus posibles parejas sólo buscan placer sexual. Llevo intentándolo meses.

—Lo siento —se disculpó a su vez Adán—. Imagino que hiciste todo lo que pudiste. Soy una persona complicada. No acabo de entender muy bien esto del proyecto y el Módulo… pero, significa que ya no volveré a mi vida ¿verdad?

—Sí. Así es… tú sufriste un accidente y al morir fuiste traído aquí, como yo. De ahora en adelante vivirás en el Módulo y me ayudarás en el trabajo.

—Pero yo no estoy muerto… Puedo hablar y sentir y recuerdo las cosas…

—No, no estás muerto —corroboró Valentín—. Fuiste devuelto a la vida, al igual que yo. Con la diferencia de que ahora eres inmortal. No sé cómo lo hacen, pero la prueba es que ambos estamos aquí.

—¿Por qué yo? No soy precisamente alguien que haya tenido mucho éxito en el amor. No creo que sea alguien adecuado para opinar sobre el amor de otros —añadió Adán con cara compungida. Su lamentable vida amorosa le parecía una limitación muy importante.

—Porque… En parte soy responsable. Mientras te buscaba pareja, llegué a conocerte muy bien. Te observaba a diario y llegué a familiarizarme mucho contigo. Y mi fracaso al buscarte pareja hizo que te convirtieras en una obsesión… y… y creo que fue por eso. Se necesitaba a alguien que fuera compatible conmigo para poderme ayudar. Últimamente la calidad del amor que obtengo no es la mejor, ¿sabes?

—¿Somos compatibles? ¿En qué sentido?

—Pues… —Valentín dudó un poco, pero luego se dijo que si Adán pasaría la eternidad en el Módulo, era mejor ser sinceros—. Sucede que trabajamos con análisis de compatibilidad para emparejar a las personas. Yo pedí una lista de sujetos compatibles contigo y las compatibilidades no iban más allá del 65%. Estuve intentándolo con esos sujetos y luego bajé al 60% pero no me atreví a bajar más. Y le pedí a Omnivac, nuestra computadora, un análisis tuyo y mío. Arrojó 83%.

—¡Guau, un 83%! —exclamó Adán— ¿eso quiere decir que te gusto? —preguntó coqueto. La situación era de su agrado, aunque no se lo creía del todo. Pero cualquier cosa era mejor que despertar solo en su cama.

—Sí. De hecho, estoy seguro de que es la razón para que estés aquí —declaró Valentín, poniéndose de pie—. ¿Puedes caminar? Imagino que ellos curaron tus heridas, por favor sígueme y te mostraré todo —la actitud de Valentín se tornó distante. No quería que Adán lo tomase por otro de sus tantos novios, esos sádicos que sólo lo habían lastimado.

—Hey, espera —le dijo el joven tomándole del brazo. Vestía una camiseta negra y un boxer del mismo color—. ¿Te molesta que sepa que te gusto? No debería molestarte… tú también me gustas a mí —añadió con una tímida pero prometedora sonrisa—. He soñado contigo… estábamos juntos en mis sueños.

Valentín sonrió.

—Ya habrá tiempo para eso. Ven, voy a explicarte todo.

La siguiente hora la pasaron con Omnivac, y Valentín le explicó el funcionamiento básico del Módulo. Adán se sorprendió muchísimo al ver los monitores que permitían hacer seguimiento de los sujetos a quienes Valentín buscaba pareja, habló con Omnivac y luego permaneció mucho rato en silencio.

—¿Todo bien? —preguntó Valentín.

—Lo siento —dijo Adán—. Esto es increíble… no puedo creer que este lugar exista. Entonces, ¿ya no podré volver a ver a nadie que conozca? —su voz sonó un poco triste. No había tenido muchos seres queridos… pero a los pocos que tenía los quería mucho.

—No —dijo suavemente Valentín—. Ya te lo he dicho. Puedes verlos a través del monitor, pero no puedes establecer contacto con ellos. Otra cosa supondría poner en peligro el proyecto y no está permitido. Pero descuida, te acostumbrarás.

—Pero tú lo hiciste… tú me cuidabas. ¡Y me salvaste de morir una vez!

—Yo no debía hacerlo, Adán. Pero hubo circunstancias… En otro momento hablaremos de eso.

El rostro del más joven se ensombreció al pensar que no podría volver a hablar con los suyos. Los iba a echar mucho de menos. Poco a poco empezó a pensar las implicaciones de todo eso. Sería inmortal. Todos ellos morirían y el seguiría ahí. Tras esos pensamientos miró inquisitivamente a Valentín.

—¿Y dices que llevas siglos haciendo esto? Has tenido que sentirte muy solo.

—Yo… pues… Sí, en cierto modo. Pero hay mucho trabajo que hacer —Valentín optó por cambiar de tema, pues no quería adentrarse aún en terrenos peligrosos—. ¿Quieres comer algo? Sólo tienes que pedirlo y Omnivac lo preparará para ti.

—¿Cualquier cosa? ¿Por rara que sea? —Valentín asintió con una sonrisa— ¿Como caviar iraní? ¿O pez fugu japonés? —el rubio volvió a asentir y Adán sonrió ampliamente—. No, con unas patatas fritas con mayonesa y ketchup y un batido de fresa estoy más que servido. Soy un hombre de gustos sencillos.

—De acuerdo. Patatas fritas y batido de fresa. Yo tomaré lo mismo.

Ambos se dirigieron a la cocina y esperaron a que la comida saliera de una ranura metálica, luego se sentaron y comenzaron a comer.

—Tienes una mancha ahí —dijo de repente Adán señalándole la comisura del labio. Tras ver al rubio tratar de limpiarse con inútil resultado, alargó el dedo y tomó la pequeña pizca de mayonesa con un dedo que inmediatamente se llevó a la boca y chupó.

Valentín lo miró con expresión asombrada. No se esperaba una acción tan íntima con Adán tan pronto.

—¿Qué pasa? ¿Te encuentras bien? —le pregunto el joven viéndolo tan paralizado.

—Sí, claro. Es que he pasado mucho tiempo sin otra compañía que Omnivac y los Cupidos. Se siente extraño.

—Lo imagino. El contacto humano es importante —Adán sonrió ampliamente—, al menos para mí.

Valentín sonrió.

—Pasé mucho tiempo tratando de entenderte, pero hay algo que todavía no comprendo de ti. Si el contacto humano es tan importante, ¿por qué dejabas que te maltraten?

Adán suspiró y su rostro se tornó serio.

—Yo no me dejaba maltratar, yo buscaba algo que ellos no sabían darme. El placer en el dolor. La línea es muy fina, y ninguno de ellos quería controlar el dolor… sólo les interesaba su placer, no el mío. Pero la soledad podía más, y yo, estúpido de mí, ponía mis esperanzas en ellos.

Valentín le acarició la mejilla.

—Ya no estarás solo, lo sabes, ¿verdad? He soñado también contigo, te soñé muchas veces y de algún modo creo que eso influyó para que estés aquí. Para bien o para mal, me tendrás por compañía.

—¿Y te tendré para algo más que compañía? —se insinuó el joven.

—Sólo el tiempo lo dirá, Adán. Por algo somos compatibles, ¿no? Aunque quiero que entiendas algo desde ahora: yo no sé si podré hacer lo que tú quieres.

—Si no lo has probado, ¿cómo sabes que no podrías darme gusto? —replicó Adán—. Un puntito de dolor puede multiplicar el placer de una manera casi infinita.

Valentín reflexionó sobre esas palabras y sobre las lecturas que había tenido acerca del tema, en su afán de comprender a Adán, y de pronto una sonrisa iluminó su rostro.

—Tenemos mucho tiempo para probar y descubrir —dijo tomando la mano del joven—. Si tú estás dispuesto, claro.

—¿Ahora mismo? —preguntó Adán tratando de no parecer ansioso. Desde la primera vez que había visto al rubio creyendo que era un ángel, había comenzado a soñar con él. Sueños llenos de fantasías eróticas en los que se entregaba por completo porque estaba seguro de que jamás lo lastimaría. Y ahora, sabiendo que estarían juntos en el Módulo, que no habría nadie más, se estaba muriendo de deseos de poner en práctica lo que hacía en sus sueños. Mas aún siendo tan compatibles.

Valentín no dijo nada. No era necesario. Conocía tan bien a Adán que supo que ambos deseaban lo mismo. Sus sueños se harían realidad.

Comenzó a besarlo, con suavidad al inicio, pero después tantos años de soledad hicieron que lo abrazara con fuerza, atrayéndolo hacia su cuerpo.

—Apriétame con fuerza, no me voy a romper —murmuró Adán contra los labios del mayor, aferrándose con fuerza a sus hombros, clavando ligeramente los dedos—. Cuando una persona se excita — continuó entre besos— todos los nervios del cuerpo se sensibilizan, cualquier acción que los provoque puede ser fuente de dolor y de placer. Y cuanto más excitada está la persona, más parecidas son ambas sensaciones.

El rubio se dejó llevar, aferrando el cuerpo de Adán, tirando de sus ropas hasta que pudo acariciar la ardiente piel de su espalda y besar su cuello con besos posesivos y húmedos.

—Los besos están bien… pero prueba a morder un poco —susurró Adán y su futuro amante le mordió delicadamente el cuello—. Sí así... así… ahora un poco más fuerte… vamos, no me vas a matar por ello, ¿verdad? —una sonrisa se notaba en sus palabras—. Hummm… sí… un poco más…

Valentín mordió más fuerte y Adán gimió. Excitado, quitó la parte camiseta del joven para continuar besando y mordiendo los hombros y se detuvo en un pezón. Jugó con la lengua alrededor, y luego tiró del pequeño aro que colgaba de allí. Desde la primera vez que lo había visto, le fascinaba ese trozo de metal plateado que lamió. Su lengua jugó con él y lo jaló a mordiscos una y otra vez.

—Sí —jadeó con fuerza Adán mientras peleaba por quitarle la blanca túnica a su amante. Tirando de ella, consiguió deslizarla por todo el firme cuerpo y de un tirón se la logró sacar por el cuello y los brazos.

Un sorprendido jadeo escapó de labios de Adán, pues el rubio no llevaba absolutamente nada debajo de la túnica y pudo observar el cuidado cuerpo que había visto tantas veces en sueños, sólo que ahora era real.

—Pues van a resultar muy prácticas las túnicas estas —dijo con una pícara sonrisa para luego apoderarse de los labios de su amante, que comenzó a succionar con fuerza y mordisquear.

Valentín apenas podía contenerse. Desvistió a Adán con prisa y lo subió a la mesa de la cocina, para arrojarse sobre él, acariciándolo con una pasión que le sorprendió. Sólo quería hacerlo suyo, ver su cara de gozo como la había visto tantas veces en sueños.

Sus manos exploraron el ansioso cuerpo y no se reprimió al pellizcar y oprimir las nalgas del joven y presionar su erección, que tomó entre los labios y besó. Luego la introdujo entre su boca y comenzó a succionar, alternando con pequeños mordiscos.

—No tienes que ser delicado conmigo, tú lo sabes… —jadeó Adán y pasó las uñas por la fornida espalda apretando lo justo para hacer algo de daño pero sin herir.

Valentín oprimió la erección del joven hasta ver la tensión en su rostro, y luego lo soltó, para repetir la operación, alternando con un par de nalgadas, como había visto hacer a sus amantes. No disponía de otra cosa que sus manos, y las utilizó para tentar la abertura del joven, con firmes movimientos.

—No me prepares. No lo necesito ni lo deseo —dijo Adán con una sonrisa maliciosa—. Eres poco hablador. ¿Por qué no me dices qué te parece lo que te pido… y qué quieres que yo te haga?

—Llevo siglos sin hacer esto —jadeó Valentín—. No había sentido deseo hasta que te conocí… —mientras hablaba, se adentró en el cuerpo de Adán y dejó salir un suspiro satisfecho—. Quiero… quiero amarte. Es lo único que quiero…

—Me alegra despertar estas emociones en ti —respondió con el cuerpo tenso Adán, sintiendo como el rubio se adentraba en él de una forma placenteramente dolorosa. La no preparación y la escasa lubricación le confería una fricción que le estaba volviendo loco… se pellizcó con fuerza ambos pezones para intensificar las sensaciones.

Le gustaba todo más rudo, pero sabía que no podía pedírselo de primeras al Dios del Amor… pero tiempo al tiempo. Poquito a poco conseguiría llevar a Valentín a su terreno y pronto ambos disfrutarían de increíbles sesiones de sexo. Estaba seguro.

Al ver que Adán se pellizcaba los pezones, Valentín los pellizcó también, tirando de los pequeños aros que le colgaban con un poco de rudeza, mientras lo penetraba con un violento y profundo ritmo. Volvió a darle nalgadas y al ver que Adán se excitaba más con ese trato, lo siguió haciendo mientras le mordía los pezones.

—Oh sí… más duro, más fuerte… dame más —al dejarle libre las manos, Adán comenzó a masturbarse con fuerza y rapidez. Apretando su erección hasta casi amoratarla sin dejar de mover la mano arriba y abajo y usando a ratos las uñas en la sensible piel del glande.

Las nalgadas se hicieron más fuertes y Valentín lo penetró con ímpetu, sintiendo dolor, pero combinado al placer actuaba como un poderoso catalizador. Se entregó poco a poco a las sensaciones, sin dejar de moverse y buscó los labios de Adán, que besó con fuerza, casi con furia, mientras sus ojos hacían contacto y supo que podría vivir así para siempre.

Sentía la magia… podía sentirla fluir desde su cuerpo, uniéndose con la magia de Adán y haciendo una. Porque su amante también poseía magia y acababa de descubrirlo. Su ansia por buscar el amor hacía que, al haberlo encontrado, lo catalizara y transformara en algo infinitamente más fuerte.

—Te amo, Adán —casi gritó al sentir esa magia brotar desde su ser y envolver al joven. El momento supremo llegó y pasó, derramándose copiosamente al interior del sudoroso cuerpo de su amante.

—Yo también pero no te salgas —gimió Adán—. No te salgas… quiero correrme contigo dentro de mí… —se masturbó con fuerza buscando liberarse y Valentín le sujetó las caderas, embistiendo con la dureza que le quedaba, masturbándolo con energía mientras la magia seguía envolviéndolos.

Adán se arqueó en un mudo grito para finalmente colapsar en la mesa de la cocina, eyaculando allí entre temblores, mientras su amante lo sujetaba.

—¿Cómo te sientes? —susurró Valentín.

—Muy bien, ¿y tú? —susurró a su vez Adán. Sabía que le tenía que haber costado ser un poco duro con él.

—Pues… fue distinto, pero creo que podría llegar a habituarme.

El rubio besó con ternura a Adán y se deslizó fuera de su cuerpo. La mesa de la cocina era una calamidad, y había restos de semen en el piso, pero no le importó. Por primera vez en siglos, se sentía feliz.

Ambos tenían mucho que aprender el uno del otro, mucho que descubrir, y que eso haría la magia del amor más fuerte y placentera.

—Vamos a tomar una ducha y luego examinaremos el trabajo pendiente —propuso. Se sentía lleno de energía y con muchos deseos de trabajar. —Vale… pero… ahora sobra una habitación, ¿no? —preguntó Adán con una sonrisa mientras andaba completamente desnudo y con semen escurriéndose entre sus nalgas.

Valentín le dio una suave nalgada.

—Ya le encontraremos un uso —replicó, y recogió las prendas que estaban en el piso.

Caminaron hacia la sala de control para ir hacia la habitación de Valentín, pero éste se detuvo, observando con atención uno de los monitores de Omnivac.

—¿Qué es esto? —quiso saber, al mirar el gráfico de barras en el que destacaba una barra rojo intenso, la última de todo el conjunto.

—Es la cuota de magia del amor de hoy —expresó Omnivac.

—¿Y… cómo pasó? No hemos registrado un valor tan alto en casi un año… Esto es…

Valentín calló al ver a Adán caminar desnudo y mirar con curiosidad el monitor.

—Lo hiciste tú —exclamó Valentín— ¡Tú!

—¿Yo? ¿Qué he hecho? —el joven se volvió asustado hacia su amante.

Las luces de Omnivac tintinearon y Valentín supo que se estaba riendo.

—Oh… ¡Oh, cielos! ¡Ellos lo sabían desde el principio!

Valentín abrazó al atónito joven con fuerza y lo besó en ambas mejillas, antes de exclamar atropelladamente:

—Ellos sabían que yo me había enamorado de ti. Sabían que no podía pensar en otra cosa, y que por eso mi trabajo comenzó a fallar. No lograba concentrarme y la magia que utilizaba para unir a las parejas se hacía débil. Sólo tenía mis sueños y de algún modo eso nos conectó. Ellos lo sabían y por eso aprovecharon tu accidente y te trajeron aquí, ¡conmigo! Nosotros hicimos esta barra —señaló la pantalla con el dedo—, hace un rato, en la cocina. ¿Verdad, Om?

—Así es —corroboró la computadora.

—¿La magia del amor? ¿Nosotros la hicimos? ¿En nuestra primera vez? —preguntó Adán sorprendido pero con cierto punto de orgullo. Si podían hacer eso con toda la torpeza de una primera vez, ¿qué podrían hacer cuando tuviera práctica y confianza?

—Pues sí… sí. Y tenemos todo el tiempo del mundo para practicarla.

Momentos después, un aliviado Valentín y un orgulloso Adán entraron a la ducha, tomados de la mano, y utilizaron lo que quedaba del día para descubrir la clase de magia que podían hacer estando juntos.

11


Un año pasó y en ese tiempo, ambos aprendieron a amarse.

Valentín aprendió a darle a Adán las sesiones de sexo que quería. Convirtieron la habitación vacía en una especie de paraíso sexual con accesorios y juguetes que Omnivac preparó para ellos. También aprendió a conocer a Adán, a saber cuándo necesitaba que lo amase con furia o con ternura, cuando los besos y caricias debían llegar a la frontera del dolor y cuándo debían simplemente procurar placer. O cuando debía sólo abrazarlo y esperar a que durmiera junto a él. Porque el amor no sólo era sexo, era comprenderse, cuidarse y protegerse, resolver los problemas y construir una vida juntos.

Adán también aprendió a amar con suavidad y ternura. Comprendió que unas caricias podían ser una tortura y la cumbre del placer. Que no necesitaba siempre el dolor para alcanzar el clímax y sobre todo aprendió que jamás volvería a dormir solo.

La magia del amor que ellos realizaban cuando se amaban era la más grande, daba igual si se amaban con ternura como si lo hacían con rudeza. Por que ellos se amaban de corazón y la magia estaba en ellos.

Con el tiempo, esa magia logró que las parejas de todos los universos tuvieran relaciones más duraderas, menos peleas y discusiones, más comprensión. Los interminables listados de parejas en conflicto se redujeron significativamente, y el amor prosperó.

Ambos sonreían cuando miraban las brillantes barras rojas de los gráficos de Omnivac.

El Proyecto Amor había triunfado.

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