lunes, 16 de marzo de 2009

Silencio

Fandom: Original

Sumario: En la prisión de su mente, ella sólo desea ser libre y dejar de oír los gritos. Salvarse y salvar lo que más le importa.



La puerta del dormitorio está cerrada pero no importa, porque los oye. Siempre los oye.

Gritos.

Nada puede aplacarlos, ni el violento repiqueteo de la tormenta tras la ventana, ni la televisión sonando en el piso de abajo a todo volumen. Siempre están ahí, los gritos, los lleva dentro de su cabeza y ni sus propias palabras podrían acallarlos.

Intenta reescribir la misma línea sobre la pulcra hoja blanca por enésima vez y es pura rutina, porque sabe que no puede. No puede pensar. No con ese infernal ruido rompiéndole la mente sin parar. No puede ni existir y eso es, de hecho, lo único que se espera de ella. Estar. Nunca fue necesario que pensara o viviera una vida; cuántas veces se lo habrán repetido esos mismos gritos en la terrible soledad de la medianoche, esas voces malignas que ahora la ahogan en el desamparo de su cuarto una vez más. Como siempre desde que puede recordar.

Le cuesta respirar. Tiene frío. La sangre hierve por dentro pero sólo siente frío. Las lágrimas se han extinguido junto con los sentimientos tantos años atrás y ahora únicamente queda ese ligero temblor en las manos y el leve hormigueo interno, imperceptibles muestras de vida en una perfecta estatua de hielo.

Y el odio. Siempre queda el odio, profundo, omnipresente, retenido a duras penas bajo trabajadas capas de fingida cordialidad, amenazando día a día con explotar y arrasar todo a su paso. Y los suyos deben sospecharlo porque no se le acercan y siempre se encuentra sola. Sola con sus gritos.

Cuando tratar de escribir se convierte en una tortura, como ahora, busca el dolor. Es el único alivio que conoce. Dolor agudo, poderoso. Persigue las lágrimas, cualquier forma de humedecer esos ojos vacíos y volver a sentir algo, aunque sólo sea un efímero instante. El dolor la libera de escucharlos, martilleando incansables, aprisionándola más y más en su pesadilla diaria. No quiere oírlos pero ha aprendido a ceder ante lo inevitable. Y llorar, aunque sólo sea como la respuesta a un estímulo físico, es suficiente para dejar de ahogarse y opacar esa sádica ira que la posee, convirtiéndola en un monstruo devorador de gritos, la letal dama del silencio.

No puede más. Quiere acabar. Quiere sangre. Quiere el caos y el horror y morir y matar. Lo que sea para liberarse. Nada importa, nada queda, nada hubo. Sólo un absurdo torbellino de vidas miserables sin más sentido que sobrevivir a costa de beber sangre ajena, día a día, poco a poco, con la tortuosa lentitud digna de un vampiro. Toda su vida desperdiciada en esconderse, viendo pasar el tiempo desde su profanada guarida, huyendo de la realidad y de sí misma, siempre para no tener que oír los gritos. Y siempre en vano.

Huir. Escapar. Esconderse. Desaparecer.

Las paredes de la habitación se mueven lenta pero incesantemente, cerrándose a su alrededor, cercándola, limitando su espacio, aspirando su aire, encerrándola dentro de sí misma. El único lugar del que nunca podrá huir. Y los gritos se burlan de su dolor y su furia. De su frustración y su impotencia. Porque cada segundo que pasa le recuerda que no hay esperanza. Que en su prisión está más allá de cualquier salvación posible.

Hay una salida, eso lo sabe bien. Ellos también lo saben y esperan en la oscuridad de la noche, rodeando su cama, vigilándola invisibles, observando. Susurrando su maldad, riéndose.

Desaparecer, esa es la única salida. La huida final. Y no es difícil en realidad, no para ella. Sería tan sólo dar un paso más, un poco más profundo, convertir cortes en cuchilladas, dar un paso del dolor momentáneo al alivio definitivo, transformar gotas rojas sobre páginas blancas plagadas de mundos de fantasía en ríos escarlata que borren con su fluir sempiterno los sueños imposibles de silencio y paz plasmadas en hermosas palabras. Es fácil. Sólo un poco más de fuerza, llegar más adentro, ahí donde habitan las pesadillas, y cortarlas para siempre.

Pero no es suficiente. Porque están por todas partes. Contaminan el mundo con sus sombras funestas, se multiplican, alimentándose del miedo y el dolor. Siembran la semilla de su mal por doquier, intangibles, atentos, siempre al acecho. Y liberarse es fácil pero no puede dejar a los suyos a merced de ese horror.

Sólo ella puede hacerlo. Salvarlos. Es ella la portadora del mal pero es también la única que sabe cómo exterminarlo. “La dama del silencio”, así solían llamarla cuando aún era pura, bonita muñeca de porcelana, dulce y silenciosa, convenientemente invisible, tal como debía ser. Antes de sucumbir, antes de los tratamientos inútiles en clínicas caras, antes del abandono. Antes de ser vencida. Pero ahora volverá a serlo, Dama del Silencio, y traerá la paz envuelta en un manto de cálido sueño eterno.

El filo es frío y habla de terror y locura, pero ya no pueden engañarla más. Ni el horror en los ojos del esposo ni el llanto de los niños. Ellos no lo entienden. No saben que jamás les haría daño, que sólo ansía salvarlos, y su deseo es tan férreo como su determinación y el brazo ejecutor contra el que se debaten en vano mientras el rojo comienza a florecer.

Salvarlos y salvarse. Silencio. Sueño. Paz.

Nada puede impedir que venza a las pesadillas. Y cuando al fin todo queda en calma, se siente en armonía. El fino parqué de su elegante mansión bañado de carmesí es la prueba de su victoria. Los gritos siguen ahí, por supuesto, porque los lleva dentro, pero incluso ellos parecen guardar un breve luto.

Suspira y se sienta en el suelo junto a su hija. Hacía tanto tiempo que no compartía con ella un momento de paz. A solas las dos, madre e hija, la más grande unión que la vida puede crear. Le cierra los ojos con suavidad, con la dulzura de un ángel de la guarda. Porque eso es lo que es. Una madre que jamás dejaría a sus niños a merced del horror mientras ella se libera sola en busca del silencio. Sonríe al pensar cuántos años de tortura le ha ahorrado, su preciosa niña apenas sufrió seis.

Es el final. Hay muchos más niños inocentes que salvar de las garras del terror de la noche pero se siente tan cansada. Deberá ser otro quien los libere, a ella le espera reunirse con su familia, esta vez en algún lugar donde, lo sabe con certeza, sólo habrá silencio.

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