lunes, 16 de marzo de 2009

Como el viento

Fandom: Harry Potter

Sumario: Un pensamiento grotescamente poético nace en tu cabeza: ella es como el viento. Puedes sentir su fría caricia entre los dedos, pero jamás podrás atraparla.



Agujas que giran, con deliberada lentitud, con sopor rítmico, susurrada canción de tics y tacs. Melodía detenida en el tiempo, caos atemporal; intentas retener el momento, que sea eterno, que perdure hasta el apocalispsis de vuestros días. Pero la ruleta nunca para; despacio, disfruta de tu rabia al ver caduco el instante que tratas de preservar. El alba rompe la hegemonía de la noche y la luz malva diluye poco a poco tu clímax; paraíso que contiene el aliento antes de desmoronarse en una caída abrupta que no tendrá fin.

Pero de momento, ella sigue ahí. Envuelta en la lánguida sábana, sus largas uñas rojas mancillan de color la inquebrantable blancura de sus manos. Unas manos níveas, frías, secas; escarcha nocturna recorriendo clandestinamente tu piel, manos ávidas despojando sin miramientos la ropa y la vergüenza. Una fiera que estalla de pasión, bestia de tacto flamígero y gélido al mismo tiempo, que abrasa y congela con sus labios turbios cada centímetro de tu carne desnuda. Casi resulta irónico que ahora esté a tu lado, durmiendo, su pecho al compás de la sutil respiración, en inusitado sosiego y falsa calma.

Porque tú sabes que esto es sólo un paréntesis, una intermitencia en vuestra tormentosa relación. Sabes que cuando ella despierte, lo único que te regalará va a ser la mirada perturbada de sus ojos negros, antes de vestirse y marcharse. Tal vez, y sólo tal vez, te dedique una sonrisa torcida con su boca prohibida. Pero nada más. Sabes que después de esto, Él volverá a usurpar tu lugar ante los ojos de ella.

Hace tiempo que ya no le reprochas su descaro, su infidelidad, su sibilina traición. Hace tiempo que tus dedos férreos no se cierran como grilletes en torno a sus muñecas, mientras tu rasposa voz le pide una explicación. Hace tiempo que ya has dejado de amenazarla con que la vas a matar por ser una puta y una ramera, por intentar satisfacer al insaciable amo a costa de vuestro matrimonio. Elle te enseñó, con varios histéricos crucios y un brillo desquiciado en sus ojos, que tú no fuiste ni jamás serás su dueño. De sus vacíos, de su cortante indiferencia, de sus ademanes de repulsa, has aprendido que tú eres sólo eventual en su vida, que sólo eres uno más. Y aunque a veces tienes ganas de estrangularla, de acallar su grandilocuencia y hacerla pagar por su arrogancia, cuando ella vuelve a ti, eres incapaz de negarte, de resistirte a su sonrisa de maniática, a su cuerpo prometiéndote una noche de locura y placer. Eres débil, aunque pocos lo dirían, y a ella no le gustan los débiles.

Y muy en el fondo, eso duele. Duele como una esquirla invisible incrustada en tus adentros, duele como un clavo de deshonra y humillación. Duele que ella te domine, que tengas que suplicarle por un rato más de abrazos rotos, de besos ponzoñosos. Rogarle para que se quede un minuto más, para poder contemplar sólo otro instante su cuerpo, la roja manzana de la tentación.

Pronto llegará la mañana, y la esperanza de conservarla ahí, dormida a tu derecha, se desvanece poco a poco. No queda mucho para verla desaparecer otra vez de tu vida.

Pero de momento, ella aún duerme.

Ella ya se ha ido. Mientras te pones la túnica, un pensamiento de grotescamente poético nace en tu cabeza: ella es como el viento. Puedes sentir su fría caricia entre lo dedos, pero jamás podrás atraparla.

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