martes, 24 de marzo de 2009

Pánico

Sumario: Ariana Dumbledore no puede evitar que esas sensaciones se adueñen de ella. Y tampoco puede evitar que su magia se altere. Sencillamente, pierde el control.

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Estaba encerrada en su cuarto, como de costumbre. Echada en su cama, se dedicaba a leer acerca de las criaturas del mundo mágico. Le gustaban esas lecturas, pues le describían un mundo que ella nunca podría contemplar.

Las voces de sus hermanos, en el cuarto de al lado, se oían con claridad. Eran frecuentes sus debates sobre asuntos del colegio, trabajos o deberes. El tema de hoy eran las distorsiones en el comportamiento mágico general.

-Las anomalías -decía Albus- se dan con más frecuencia de la que está considerada. La magia siempre sufre alteraciones de un individuo a otro, no puede considerarse algo como normal.

-Pero eso es lo lógico, el problema es que hay que establecer unos dominios generales -replicaba Abeforth- para poder considerar qué es normal y qué es una rareza. Hay ciertos casos en los que se requieren medidas extremas, pero otros que, pese a alguna deficiencia, podrán llevar una vida común.

Ariana dejó el libro. La vista se le volvía borrosa y su respiración se agitaba.

-Anormal -la despreciaba el primer muggle-. Eres un bicho raro…

Cerró sus ojos e intentó alejar esos pensamientos. Pero su mente estaba alterada, y los recuerdos le impedían pensar con claridad. Poco a poco se hizo un ovillo en la cama, intentando evitar a toda costa que eso volviese a suceder; aunque sin éxito.

La magia fluía de su cuerpo de forma descontrolada. Pequeños estallidos se sucedieron por toda la habitación, destrozando muebles y jarrones que, a todas luces, habían sido reparados con frecuencia.

Un estallido particularmente sonoro atrajo a su madre a su cuarto. Normalmente la tranquilizaba tenerla cerca, pero no hoy. No quería. Debía irse, temía hacerle daño. No estaba bien, no ese día, no...

Su madre abrió la puerta y corrió a abrazarla. “Aléjate” intentó decirle, pero al dirigirse a ella lo único que consiguió fue envolverla de una fuerte corriente mágica que la echó a la otra punta de la habitación y la paralizó. La varita, que quedó en el suelo, poco podía ayudarla.

-Ariana, relájate, cariño… -intentó tranquilizarla su madre.

Pero la chica estaba demasiado descontrolada como para prestar atención. Ya no estaba en el presente, sino situada en aquél trágico recuerdo. Antes de darse cuenta de lo que hacía, y sin poder evitarlo, la habitación estalló en llamas.

Los gritos de su madre al contacto con el fuego atrajeron a sus hermanos. Ambos entraron con varitas en alto, apagando las flamas que lamían cada mueble, cada cuadro y a su progenitora, cuya cara estaba prácticamente desfigurada.

-Cui… Cuídenla -suplicó, antes de que un grito agónico precediera su muerte.

Ariana no quería pensar. Calma, calma, tranquilidad. Estoy bien, nada me pasa, no hay nada que me haga sentir mal. Estoy feliz, estoy tranquila, estoy en paz. El desmaius proveniente de la varita de uno de sus hermanos consiguió apaciguar el ataque de la joven, pero no sus consecuencias.

Sólo cuando despertara, a la mañana siguiente, sabría lo que había pasado, y lo que había hecho.

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