domingo, 29 de marzo de 2009

La última noche

Sumario: Aquél iba a ser un día de esos en que en apariencia son iguales a los otros, inofensivos como todos, pero en los que de pronto, una ligerísima raya hace torcerse el curso de nuestra vida en una época nueva

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La pareja se miró a los ojos y sonrió con ternura.

Esa noche habían querido que fuese diferente. No por nada en especial. No era su aniversario de bodas, tampoco había cualquier otra celebración importante que festejar. Simplemente, habían querido salir solos, como en sus tiempos de novios y recién casados, y disfrutar de la compañía del otro.

Una noche sin presiones ni preocupaciones. Una velada íntima, sin las risas y los llantos del pequeño Neville, al que habían dejado con su abuela, que amable y entusiasta, lo había acogido esa noche en su casa.

A lo lejos se oían las voces de la gente en su ir y venir nocturno. Más cercano les llegaba el sonido de una tenue melodía de violín. Melodía que les contagiaba su armonía y que, juntamente con la fragancia de las aromáticas velas, los envolvía en una romántica atmósfera que ellos se encargaban de redondear.

La conversación fluía, las miradas abundaban, las sonrisas cómplices y llenas de afecto frecuentaban. La felicidad los desbordaba.

Era fácil verle a él embelesado por las palabras y la melodiosa voz de su mujer.

No era extraño apreciar en ella el dibujo de una tierna sonrisa en sus labios ante cualquier gesto de gracioso despiste de su marido.

Y era una escena llena de amor cuando la mirada chocolate de Alice se perdía en los ojos marrones, jaspeados de verde caqui, de Frank.

Porque los Longbottom era un matrimonio unido que se amaba de todo corazón. Y lo demostraba cada mirada, cada gesto, cada palabra y cada respiración. Irradiaban cariño por cada poro de su piel; y ese afecto se lo transmitían a su pequeño niño. Al pequeño Neville, que se empapaba de amor como una esponja lo hace de agua.

Eran una familia feliz. Un ejemplo a seguir.

Pero esa velada especial iba a ser la última.

En realidad, esa iba a ser su última noche como la Alice y el Frank Longbottom que todos conocían.

Y, probablemente, ellos tuvieron esa certeza cuando un escuadrón de mortífagos hizo su aparición en el restaurante y, entre el pánico, sus ojos captaron la álgida sonrisa de Bellatrix Lestrange.

Pero eso no les impidió alzarse y luchar.

Porque ellos eran el reflejo de la dulzura y la calidez hogareña. La paciencia y la templanza.

Pero también eran valor e inteligencia fundidos en uno. Porque sus corazones todavía estaban enmarcados por los atributos de Gryffindor y Rawenclan.

Frank y Alice no se rindieron a pesar de que ellos eran dos y el enemigo superaba la decena.

Combinaron a la perfección sus aptitudes, luchando a la par como si de un solo ser se tratasen.

Pero algo falló.

Y, aún sabiéndose derrotados, quizás desde un primer momento, no cesaron en su lucha. Porque ellos no eran perdedores.

Porque ellos eran héroes.

Y aguantaron hasta el final, luchando contra la muerte, hasta el día de hoy, en el que todavía se mantiene vigente esta batalla.

Pero no fue el valor ni la inteligencia lo que les permitió aguantar la mirada al rayo de luz roja que se dirigía hacia ellos.

Tampoco fue su naturaleza heroica la que les permitió continuar en pie, cruccio tras cruccio.

Porque un único pensamiento cruzó sus mentes mientras la horripilante maldición de tortura impactaba en sus cuerpos una y otra vez hasta destruirlos por dentro...hasta hacerles perder la razón.

Fue ese pensamiento el que les condujo a no rendirse. A saberse vencedores. A desafiar las miradas delirantes de sus contrincantes.

Que su tesoro guardado con más recelo, que su mayor regalo…que su pequeño Neville estaba a salvo bajo la tutela de su briosa abuela que lo protegería de lo que fuere. Que lo criaría dándole todo el amor y toda la fuerza que ellos no podrían darle.

Él estaba a cubierto, y, probablemente, rendido en un profundo sueño.

Y eso era lo importante. Esa era su fuerza en aquellos instantes.

Y, actualmente, su fuerza provenía de la voz del ya no tan pequeño Neville, que los visitaba con frecuencia y les hablaba largamente. Contándoles los hechos más importantes de su vida a pesar de no saber que ellos podían oírle, y, que en alguna parte de su ser, una ínfima parte de ellos que todavía poseía acto de razón, se alegraba por su hijo, e, incluso, tenían el placer de poder sentirse orgullosos de él.

Y esa era su mayor medicina y su única razón para seguir con vida.

Nunca pasó nada

Ese día estaba parado cerca de una tortería.

Sus padres habían venido a México por asuntos de trabajo, más que nada de su padre. Y su madre, a las relaciones sociales que suscitaban en algunas comidas.

¿En qué momento se separó de ellos? No se acordaba y tal vez ni le interesaba. En su cara mostraba una tranquilidad de quien esperaba paciente a que vinieran a recogerlo en ese lugar.

Volteaba de vez en cuando para ver pasar a la gente, y en ocasiones tosía por el humo de los autos que se arrancaban como si fuese lo último que hiciesen en su vida.

Pateaba un poco el piso, y sonreía cada vez que le veían.

"No pasa nada" decía huecamente entre susurros infantiles e inclinaba la cabeza para que le revolviesen el cabello.

Después, un sujeto gordo de menuda barba posó una cubeta cerca del poste de Luz, sacó de su mochila un papel grande y lo empezó a pegar con una pasta pegajosa que tenía el contenedor. Aquel póster invitaba a familias a pasar un buen día divirtiéndose en el Circo más grande que haya pisado la ciudad de México. Tenía imágenes de leones y payasos.

Brooklyn caminó alrededor del poste. Se veía desgastado, algunos pedazos sobresalían y el póster parecía gracioso...

Fue empujado, un joven con audífonos ni se percató del atentado y, como ráfaga, Brooklyn regresó a su sitial. Tenía que esperar a que fuesen por él. Debían darse cuenta tarde o temprano.

"Tal vez tienen mucho trabajo. No pasa nada"

Poco a poco empezó a retorcer sus manitas en la camisa naranja. No pasaba nada. Sólo tenía que esperar. Esperar.

Una pequeña lata rodó por la acera y una envoltura de chicle salió disparada entre las manos de una señora que agarraba con fuerza una bolsa gigante multicolor. El pelirrojo pudo divisar algunas bananas y manzanas junto a una consistencia rojiza. Le gruñía el estomago, hacía horas que estaba en ese lugar.

El olor de comida preparada en aquella tienda le abría el apetito, no entendía que significaba “tortería” pero debía ser algo de aquí, como lo mismo de que no hubiese un parque cerca.

Se deslizó hasta el suelo, arrimándose a si mismo lo más que podía, quería irse y sus ojos verdes empezaban a brillar reflejando la luz.

“No pasa nada. Todo está bien” puso su cabeza en las piernas, respiraba agitadamente y su espalda aparecían espasmos por ratos. Aquel olor se sentía muy cerca. Con sobresalto, Brooklyn se paró de golpe, una señora que tenia una red en su cabeza le tendió un plato que contenía un pan raro.

La señora decía palabras que no entendía entregándole un servilleta en la mano que le quedaba disponible. Miró por un rato el plato y luego la tienda, no parecía una mala persona, o en su mente infantil le decía que no iba a pasar nada.

Tenía hambre, así que volviéndose a sentar, empezó a darle mordidas al platillo extraño.

Un liquido posó en su paladar, aquella esencia que desprendía en cada mordida, ese pedazo de jamón que salía de entre las orilla, estaba delicioso. Ni siquiera en su casa había probado algo tan rico, los chef que tenía, creía Brooklyn, no iban a poder sacar a relucir aquel sabor que empezaba a gustarle, tenía algo diferente pero no sabía que era.

Y unas gotas cayeron al pan raro. Quería irse a su casa, no quería estar ahí. Mordió una vez más. Su alma amenazaba con salir. Otra mordida. Suspiros aparecían cada vez que se lamía el labio. Escuchó que a la señora de la tienda le gritaban “Mamá” y ella les daba un plato con el mismo pan relleno de ese jamón entre otras especias.

Cerró los ojos. Todo estaba bien.

El cielo azul tenía un color grisáceo. Las aves pasaban de vez en cuando. Mordía su comida, no quería ver. Sólo quería comer, que no se fuera aquel sabor de su boca. Pero todo lo bueno tenía que terminar. Se acurrucó nuevamente.

¿Qué tal si su mamá podía hacer lo mismo? Había visto a la señora mimar a sus hijos. Tal vez, si le pedía que hiciese ese pan como lo hacia aquella persona podría tener el mismo sabor. Debía intentarlo.

Se sonó la nariz. No quería abrir los ojos. Ver a sus padres junto a él, le relajaba, mas en el fondo sabía que era una mentira. En la mesa siempre estaban distantes, poco le hablan y Brooklyn simplemente comía lo que le daban.

Empezó a relajarse. No pasaba nada. Y con la mejor cara que tenía, con esa sonrisa encantadora, medio escondiendo esos ojos verdes, observó el plato. Aquello no había pasado, no había comido, no se había perdido.

Se levantó y se fue de aquella tienda. Sus pasos relajados retumbaban silenciosamente en aquella acera, aquel sentimiento se perdió en el vacío del plato.

Brooklyn no quería saber nada. Porque todo estaba bien.

De todos modos él no era importante, así que él mismo tendría que regresar a donde sus padres estaban. Caminó varias cuadras, su misma mente le decía donde estaban, era de familia predecir las cosas.

A la séptima cuadra, alguien le jaló la mano. Era su padre, que por fin le había encontrado. Brooklyn simplemente sonrío. No había pasado nada.

Porque a él, nunca le pasa nada.

Amor disimulado

Le viste por primera vez hoy. Has visto su gracia poco varonil rodeándote. Has visto a tu prometido, desde que tienes memoria siempre ha sido así. Él te lleva un par de años adelante, dos o tres tal vez. Su cabellera se parece a la tuya: larga y rubia. Ambos se parecen más de lo que el razonamiento humano pudiese llegar a pensar.

Él te mira desde lejos y sientes un extraño calor en tus mejillas de adolescente. Se gira y su cabellera queda nadando en el aire; tú te giras y sucede lo mismo ¿Qué será todo aquello? Te sonrojas por primera vez en tu vida y decides que aquello es bueno, después de todo, aquel muchacho va a ser tu esposo en un par de meses más.

Es bueno sentirle cerca, cortejándote aun cuando no sea necesario ya que desde un principio tú le perteneces. Es bueno que él esté allí, intentando parecer agradable para ti. Es bueno, pero sabes que todo se quedará en las miradas, tal y cual ha sucedido siempre en tu familia.

Le miras a lo lejos y él se acerca a ti, como si aquel fuese el único llamado que lograse escuchar. Tocas su mejilla delgada: es suave y tersa. Él pone su mano en tu cuello y acerca su boca fina hacia tu propia boca. Intentas no sonreír ni parecer una chiquilla enamorada, pero él está allí, besándote.

Te agrada aquel calor secreto que se posa en tu estomago y, por la mirada de Lucius, puedes estar segura de que él también siente aquel calor llenándole por completo.

Sabes que siempre va a ser un secreto guardado como tumba, en el lugar más oscuro y húmedo de tu cuerpo. Sabes que no puedes mostrar tus sentimientos, jamás. Es por eso que las sonrisas siempre son secretas.

Separan sus bocas intentando no sonreír, porque aquello es para los débiles. Lucius te observa desde cerca y observa alrededor: no hay nadie más que ustedes dos. Él esboza una corta sonrisa y te besa la mejilla.

Recuerdas aquella sonrisa secreta, temerosa y la guardas como un secreto. No deseas revelar aquellas cosas al resto ya que pensarán que eres débil.

La debilidad es para los sangre sucias, no para ti.

La debilidad es para todos, menos para ti y tu familia.

Fría, como siempre, aparentas que no sientes nada para ser alguien respetable y fuerte. Así es como te gusta ser y así es como serás hasta que sientas que pierdes ese algo secreto, aun siendo un secreto.

Entre la espada y la pared

Sumario: Se mirara por donde se mirara, Ulquiorra era el monstruo. El dragón en la torre, la maldición sobre el tesoro. Lo que las fábulas para niños enseñaban era que el caballero debía vencer al malvado para rescatar a la princesa.

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Inoue Orihime sabía que Ulquiorra estaba mintiendo. No era la primera vez además. Ya lo hizo una vez, cuando le dijo que Chad había muerto. Volvió a hacerlo cuando confirmó que Rukia también había caído. Era imposible que ambos casos se hubieran tratado de una confusión, si ella era capaz de sentir sus reiatsus por muy débiles que fueran, alguien con un poder como el de Ulquiorra también debía sentirlos, por tanto había mentido siendo consciente de que lo hacía.

¿Por qué iba a creerle en esta ocasión, cuando estaba aventurando su propia muerte?

Estaba completamente segura de que tras aquellas frías palabras no había más intención que la de intimidarla. Igual que las otras veces. Asustarla para que se rindiera, para quebrar su fortaleza y su fe en sus amigos, para que aceptara que no volvería a conocer otra cosa que no fuera Las Noches y el Hueco Mundo.

Precisamente por eso había insistido tanto en preguntar si estaba asustada, para psicológicamente hacerle creer que así era, porque el Espada ya debía saber de antemano cual iba a ser su respuesta.

En ese momento, lo único por lo que Inoue podía temer era por la vida de sus amigos y por las de aquellas personas que injustamente iban a verse involucradas en medio de la batalla que estaba a punto de librarse en el mundo humano. Porque lo que en cuanto a ella se refería, nunca se había sentido más segura en toda su vida.

Tal vez eso también formara parte de la insistencia de Ulquiorra por hacerla sentirse amenazada. Para un Arrancar, un Espada de su categoría, saber que una simple humana no sólo no sentía miedo en su presencia sino que además se sentía más a salvo que nunca, debía ser un sentimiento muy frustrante.

Pero ella no podía hacer nada por evitarlo.

Incluso antes de su llegada a Las Noches, Ulquiorra había sido prácticamente la única persona de aquel extraño mundo con la que había tenido contacto. Él fue quién se fijó en ella, él fue quien actuó como intérprete de los deseos de Aizen, él fue quién le tendió la mano para que le acompañara.

Aquella vez también trató de intimidarla dejándole claro que no estaba en disposición de negarse si no quería que las vidas de sus amigos corrieran un grave peligro, y sin embargo le aseguró que él se encargaría de llevarla sana y salva hasta Hueco Mundo.

Y así fue a partir de entonces. Sola en aquel lugar hostil, la presencia de Ulquiorra era lo único que conseguía hacerla sentir mejor. Aunque fuera por obligación, Inoue sabía que ante cualquier cosa que la hiciese sentir amenazada, sólo tenía que gritar para que Ulquiorra la salvara porque él no podía permitirse que algo malo le ocurriera. Había sido así como Ulquiorra se había convertido en su caballero de brillante armadura. Ese que en sus sueños siempre venía a rescatarla.

Ese caballero que ya no tenía el rostro de Kurosaki-kun.

Todavía podía sentir en su corazón el escozor de su conciencia retorciéndose al haber sentido miedo ante la presencia de Ichigo.

El estar cautiva en un lugar repleto de enemigos le había hecho aferrarse al Espada como único consuelo, la línea que dibujaba la frontera de sus sentimientos hacia él había empezado a desdibujarse por culpa de la desesperación. Lo único que conseguía devolverle a la realidad de lo que estaba ocurriéndole cuando despertaba de alguno de aquellos sueños en los que era Ulquiorra quien la salvaba, lo único que de verdad la hacían sentirse culpable por aquel erróneo camino que estaban tomando aquellos sentimientos, era saber que Kurosaki no era ningún Arrancar, sino un humano que estaba arriesgando su vida por rescatarla.

Pero de repente todo aquel sistema de autodefensa que había creado su conciencia se vino abajo al ver la máscara de Hollow cubriendo el rostro de Ichigo.

Ya no existía una pauta bajo la cual su mente pudiese convencerse de que un posible sentimiento hacia Ulquiorra pudiese ser clasificado de abominación. Sentir algo tanto hacia Ulquiorra como hacia Kurosaki había adquirido el mismo cariz prohibido. Ya no existía una inclinación en la balanza que indicara qué era lo correcto y qué no. Ahora eran dos Hollows con un mismo objetivo. Sin embargo, las palabras de Grimmjow diciendo que ir hasta el Hueco Mundo para salvarla no era más que una excusa para satisfacer su deseo de lucha, habían hecho que interiormente la balanza de su corazón, libre de los prejuicios de su mente, tomara una decisión por sí misma.

La preocupación atenazada en su pecho se esfumó cuando Aizen hizo regresar a Ulquiorra de la Caja Negación, haciéndole darse cuenta de que durante ese corto periodo de tiempo algo dentro de ella le había estado añorando.

Sus miradas volvieron a encontrarse. Otra vez aquella sensación de seguridad la volvía a envolver de forma reconfortante, pero incluso multiplicada varias veces a como la había sentido en ocasiones anteriores. Gran parte de los Espada o habían muerto, o estaban malheridos o habían acudido junto a Aizen. Pocos quedaban allí salvo Ulquiorra, a quien Aizen había nombrado temporalmente el señor de Las Noches.

Nunca antes había tenido menos motivos para sentirse asustada, por mucho que Ulquiorra insistiera en preguntarlo. Ni siquiera cuando Ulquiorra se aproximaba hacia ella recordándole que Aizen ya no la necesitaba y que no quedaban motivos para protegerla.

Volvió a reafirmarse en su convicción de que Ulquiorra era un mentiroso. Su voz, oscura y grave, siempre adquiría el mismo tono monocorde, pero en aquella cárcel blanca sonaba a sus oídos como el suave ronroneo de una canción de cuna. Sus gestos, exentos de cualquier emoción, se teñían a sus ojos de leves matices. Sin embargo, eran sus actos los que hablaban por sí solos sin necesidad de que la imaginación de Orihime se encargara de dotarlos de elementos que en realidad no poseían.

Frente a frente, a escasos centímetros el uno del otro, a tan sólo un paso de que sus labios pudieran encontrarse, Inoue era capaz mantenerse estoicamente frente al número cuatro de los Espada sin el menor atisbo de temor en sus ojos.

Si de verdad ya no era de ninguna utilidad para Aizen, si era cierto que no le importaba lo más mínimo que sus amigos se la llevaran, bien podría haberse llevado consigo Aizen a su cuarta Espada mas cuando iba a enfrentar una batalla contra los capitanes de la Sociedad de Almas. Pero no lo había hecho, en su lugar, había preferido dejarle a cargo de Las Noches. Algún interés debía tener todavía el ex capitán de la quinta división porque Inoue permaneciera en el Hueco Mundo. Aunque incluso podría jurar que conocía el motivo por el que Aizen había tomado aquella decisión.

No estar obligado a hacer algo no significa que necesariamente vayas a actuar haciendo lo contrario. A menudo la diferencia radica en que cuando algo se hace por decisión propia, la voluntad es mucho mayor que cuando se actúa bajo una orden.

Ulquiorra era el dragón en la torre, la maldición sobre el tesoro.

Inoue Orihime sabía que Ulquiorra jamás dejaría que se la llevaran.

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Ulquiorra Schiffer, cuarta Espada, sabía que Orihime no estaba mintiendo cuando decía que no tenía miedo. Se había propuesto probarla una vez más, y como siempre su intención había chocado contra aquella voluntad de hierro que la protegía como una coraza.

Los humanos eran seres extraños, incomprensibles la mayoría de las veces. Era consciente de que él alguna vez fue humano también, pero todo aquello era tan lejano que no era capaz de recordar nada que aclarara el por qué los humanos actuaban de esa forma y hablaban de platónicos conceptos como la amistad, la fe, el sacrificio…

Él sólo podía saber que los Hollows se movían por instintos básicos. El Hueco Mundo era un lugar cruel y salvaje y ellos, los Hollows, eran sus animales y como tal actuaban en consecuencia. En el Hueco Mundo todo se reducía a algo tan primario como devorar almas para saciar el odio que los consumía y fortalecerse para poder enfrentar a otros Hollows y asegurar la supervivencia.

Sin embargo, los humanos reaccionaban de otra forma ante los estímulos básicos, a veces anteponían su propia vida para asegurar la supervivencia de otros de su especie. Algunos humanos no se diferenciaban demasiado de los Hollows, otros no se conformaban con su propia supervivencia y deseaban más poder aunque no fuera necesario para mantenerse con vida, otros confiaban en cosas que ni siquiera podían saber si existían.

El ser un Arrancar le situaba en un estatus superior al de los Hollows ordinarios. También al de los Shinigami ya que gracias al Hougyoku habían adquirido el poder de usar una Zanpakutou y sellar en ella su forma liberada. La evolución situaba a los Arrancar por encima de todos ellos y sin embargo no dejaba de ser una forma de “humanizarlos”. El poder y la inteligencia de un Hollow era proporcional a lo humana que fuera su apariencia, por tanto los Arrancar eran seres superiores de poderes únicos capaces de experimentar emociones más complejas.

Resultaba paradójico que el símil de perfección fueran los humanos, seres débiles y complicados. Y de entre todos los humanos que había conocido, sin duda el que más confusión le causaba era aquella mujer; Inoue Orihime.

Ni siquiera se trataba de una Shinigami, ni una subespecie de los humanos con poderes extraordinarios como los Quincy. Era una simple humana con un poder tan increíble que incluso Aizen había querido contar con él para su propio bando.

Tal vez la curiosidad fuera una de aquellas emociones complejas a las que Ulquiorra aún no se había terminado de acostumbrar, pero lo cierto era que Inoue Orihime le causaba mucha, mucha curiosidad. De hecho, había sido él mismo quien había advertido que había algo especial en ella cuando en realidad su objetivo debía haber estado centrado únicamente en Kurosaki. Y gracias a su observación, Aizen había descubierto lo útil que podía resultarle el poder de la muchacha.

Para Ulquiorra ya no se trataba sólo de su poder, era ella en general lo que le atraía. Había tenido la suerte de ser el único con quien Orihime había tenido un contacto continuo desde su llegada al Hueco Mundo y por ello había tenido la oportunidad de observarla con mayor atención. Su comportamiento, su fortaleza, su sumisión y a la vez su voluntad, sus creencias. Todo era demasiado contradictorio, demasiado complejo para tener cabida en su razonamiento. Ulquiorra quería saber, quería comprender por qué los humanos eran así y por qué reaccionaban de forma tan ilógica. Varias veces la había puesto a prueba y siempre la respuesta no había hecho más que añadir interrogantes en lugar de respuestas.

Esa vez era otra de ellas, y tal como esperaba, la respuesta de Orihime no lograba aclararle nada sino confundirle aún más.

Inoue Orihime no tenía miedo y aunque él fuera incapaz de entender el por qué, sabía que decía la verdad. Su ojo se lo decía ya que gracias a él podía percibir cosas que otros no podían. Y como en las ocasiones anteriores, el reiatsu de la mujer no mostraba la más leve vacilación. Lo más extraño de todo y lo más incoherente era que desde que Orihime había llegado a Las Noches, su reiatsu se veía más estable y reforzado cuando él estaba presente.

Era muy parecido a como lo percibió la primera vez que la vio, aquel día en que captó su atención cuando él y Yammy se enfrentaron con Kurosaki en el mundo humano. Era parecido a cuando él era una amenaza desconocida y el Shinigami sustituto era el único que podía protegerla.

Era incomprensible aquella sensación de seguridad y confianza que desprendía frente a alguien que con sólo alzar la mano sería capaz de matarla. Aparte de tratarla con corrección, Ulquiorra no recordaba haber hecho nada que hubiera dado pie a crear ese vínculo que Orihime parecía haber desarrollado hacia él.

Aunque Orihime tampoco había hecho nada, excepto ser como era, para que Ulquiorra se sintiera atraído hacia ella.

El Espada sólo podía calificarlo de curiosidad, pero era debido a que no estaba familiarizado con aquella maraña de emociones complejas a las que era incapaz de dar un nombre y que lo volvían todo mucho más confuso.

La mujer solía refugiarse en conceptos muy abstractos como por ejemplo, la amistad. ¿Pero qué era la amistad?, ¿acaso era esa sensación que notaba en su reiatsu? Él no podía comprenderlo si no se trataba de algo físico que pudiera ver claramente. Pero si era esa seguridad que desprendía su poder espiritual, ¿por qué era diferente a cuando en lugar de él, o antes Kurosaki, la mujer se refería a aquellos otros que calificaba como “amigos”?

Acababa de decirle que todo aquello no tenía ningún sentido y para colmo Orihime trataba de explicárselo mediante asociaciones aún más extrañas. Podía ser que un niño humano fuera capaz de entenderlo, pero hasta donde él sabía el corazón no era más que un órgano que bombeaba sangre para mantener un cuerpo con vida. ¿Por qué aquella mujer hablaba sobre el “corazón” como si fuese otra cosa distinta con atributos mucho más poderosos que el de hacer circular la sangre?

No podía verlo, por tanto, no podía entenderlo. Y sin embargo aquella mujer parecía tener un poder similar al de su ojo pero que la capacitaba para incluso ver cosas invisibles. Quizá sólo se tratara de aquello que los humanos llamaban “sexto sentido”, pero la verdad era que gran parte de la seguridad que desprendía Inoue Orihime radicaba en que sabía que él, por mucho que dijera lo contrario, no pensaba matarla.

Al menos no por el momento.

Ulquiorra sólo podía razonar sobre aquello que conocía, y como Hollow, lo que mejor conocía era el instinto animal. Aizen había dejado a la mujer a su cargo durante todo aquel tiempo y al final había acabado creándose un lazo entre ellos, aunque la naturaleza de ese vínculo siguiera siendo un misterio para él. Ni siquiera Ulquiorra sabía muy bien a qué se refería Aizen al decir, antes de su marcha, que Orihime ya no le era de ninguna utilidad, pero lo que el Arrancar podía tener por seguro era que Aizen no le había dejado a él al frente de Las Noches por pura casualidad.

De entre los Arrancar que quedaban en el Hueco Mundo, Ulquiorra Schiffer era el más fuerte, y con pocos más podía contar a la hora de defender Las Noches de los invasores. En cambio, el bando enemigo no sólo contaba con Kurosaki y sus amigos sino también con buena parte de las divisiones de la Sociedad de Almas que habían quedado atrapados allí. La lucha no estaba equiparada, al menos en cuanto a número. Si Aizen le había dejado a él al mando era porque, como creador de los Arrancar, sabía bien que eran igual de territoriales que los animales salvajes y odiaban que se entrometieran en sus propiedades. Los Espada podían tener Fracciones sobre las que gobernar, Grimmjow ya había reclamado como “suyo” a Kurosaki. Y Ulquiorra ahora tenía un territorio que defender, Las Noches, y una propiedad que conservar, Inoue Orihime.

Seguramente Aizen ya fuera consciente de que al final, después de tanta obligación, Ulquiorra acabaría considerando a la prisionera como suya. Que Aizen la necesitara o no para sus propósitos ya no importaba. Tampoco le había pedido que la matara, simplemente le había liberado de la orden de protegerla, Ulquiorra era ahora libre de hacer lo que quisiera con Orihime. La trampa psicológica creada sobre ambos al fin podría dar su fruto.

Daba igual que estuviera en inferioridad numérica. Tener a Orihime cerca convertía a Ulquiorra en un elemento mucho más peligroso de lo que ya era. Con tal de evitar que se la llevaran sería capaz de matar a cualquiera, ya fuera Shinigami, Capitán o Arrancar.

Ulquiorra Schiffer sabía que la mujer era consciente de a qué se refería al decir que iba a morir allí sola. No iba a ceder, y si se daba la circunstancia de ser derrotado, la mataría antes de dejarla marchar lejos de él.

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Se mirara por donde se mirara, Ulquiorra era el monstruo. De la misma manera, Orihime era la princesa o la doncella mientras que Ichigo era el príncipe o el caballero. Esa era la fórmula creada por los cuentos clásicos en donde el protagonista debe vencer al malvado para llegar a un final feliz donde todos fueron felices y comieron perdices.

O al menos eso es lo políticamente correcto, lo que la moraleja de las fábulas enseñan a los pobres niños inocentes sin capacidad de discernir dónde está la franja que separa al héroe del villano.

¿Qué pasaría si la princesa no quisiera ser rescatada y prefiriera quedarse con el monstruo?

Nadie planteaba jamás esa posibilidad. No tenía más que remitirse a las fuentes que así lo confirmaban, pero de todas formas, Inoue Orihime no podía evitar preguntarse si el hecho de aquel final alternativo eliminaba la palabra “feliz” del final. ¿Por qué no podía existir un cuento en el que las tornas cambiaran por completo? Obviamente no podría calificarse de final feliz en el sentido clásico de la literatura infantil, sería transgredir las normas establecidas y llevar la contraria al concepto sobre el cual se basaban. Sería un universo alternativo puesto que ninguna historia apostaba por la variante en la que la princesa y el villano acababan juntos y felices. Algo así podría ser calificado de retorcido y no apto para educar moralmente a los niños pequeños.

Pero Orihime no era ninguna niña pequeña. Que aquella idea rondara su mente, aunque sólo fuera un fugaz pensamiento rápidamente descartado, indicaba que algo en su subconsciente se estaba rebelando contra lo socialmente aceptado. Tenía edad suficiente para juzgar por sí misma, había vivido lo bastante como para saber que no todo era blanco o negro sino una mezcla de ambas cosas donde según el caso prevalecía una parte más que la otra.

Tenía la experiencia necesaria para plantearse en su imaginación aquel final alternativo y oscuro. Incluso podría casi declarar que conocía mejor al monstruo que al príncipe azul. El caballero que galopaba en su busca no era tan resplandeciente ni tan puro como lo describen los cuentos, también tenía algo de monstruo en su interior y ella lo había visto con sus propios ojos.

Por esa simple regla de tres, por todas aquellas evidencias, la pregunta se formulaba casi por sí sola trayendo consigo la respuesta. Había algo de héroe, de príncipe azul dentro de Ulquiorra de la misma manera que había algo de monstruo dentro de Kurosaki.

No todo era blanco o negro.

Los humanos tienden a protegerse de forma instintiva cuando algo les amenaza. Y el instinto de Orihime bien parecía tener un sentido del humor bastante peculiar porque la hacía reaccionar de forma totalmente incoherente, sintiéndose segura junto al Espada.

Incluso cuando sus largos dedos, habitualmente escondidos dentro de sus bolsillos, rozaron su pecho.

Las palabras que acababa de decir aún resonaban en sus tímpanos, y cualquier otra persona que no estuviese acostumbrada a la forma de hablar de Ulquiorra las habría encontrado lo suficientemente aterradoras como para echarse a temblar. Inoue, en cambio, se dio cuenta de que tras ellas no había más que curiosidad, al igual que no había nada que no fuera inocente en el atrevimiento de tocarla, más aún en un lugar como el pecho.

Ya había detectado que el Espada sentía cierta curiosidad acerca de los sentimientos humanos, no obstante, no era la primera vez que hacía notar su desconcierto. Pero sí que era la primera vez que mostraba abiertamente esa fascinación preguntando incluso con insistencia, tratando de dar su propia explicación. Aunque fuera la primera vez que hacía sus conjeturas en voz alta y en su presencia, se notaba que en más de una ocasión había establecido algún debate parecido en su propia mente tratando de encontrarle sentido a las palabras de Inoue.

Ella había intentado esclarecer sus dudas mediante una respuesta simple que él fuera capaz de entender. Pero no había sido posible. Ante todo tenía que tener en cuenta que Ulquiorra era un Hollow cuya máscara había sido arrancada para formar parte de una élite de soldados. Su único motivo para vivir era luchar y morir en la batalla. Podían percibir ciertas emociones pero era lógico que Aizen no hubiera querido dotarlos de una gran sensibilidad.

No podía culparle por no entender nada, ni siquiera podía reprocharle que sus dedos tantearan su pecho en busca del lugar donde se ubicaba su corazón. El mero hecho de mostrar esa curiosidad lo hacía más humano que los demás Arrancar, y aquello era un buen síntoma. Había notado que inicialmente la mano de Ulquiorra se había acercado al lugar donde él tenía su agujero de Hollow y aquello probaba que estaba haciendo todo lo que estaba en su mano por intentar comprenderlo. Si había algo parecido a lo que ella había explicado, algún lugar similar al corazón, donde nacían y se alimentaban las emociones y debilidades, ese era el agujero de los Hollow. No obstante, Ulquiorra rectificó la trayectoria dándose cuenta de que no estaba ante otro Arrancar sino frente a una humana.

Tomándole de improviso, Inoue rodeó la muñeca de Ulquiorra y dirigió su mano hacia su pecho izquierdo, presionándola contra él para que fuera capaz de notar los latidos de su corazón.

Latidos que golpeaban con fuerza, acelerados por la proximidad entre ellos, por aquella mano que cubría su pecho, por comprender al fin el por qué Ulquiorra siempre parecía estar amenazándola cuando en realidad, no era así.

Si hubiera tenido que explicárselo al propio Ulquiorra, el símil del monstruo tal vez le hubiera sido útil. Él era como el Frankenstein de Mary Shelley, como los habitantes de Halloween Town, cuyas buenas intenciones quedaban opacadas por su naturaleza oscura, por lo único que conocían o para aquello para lo que habían sido creados. Ulquiorra era igual, carecía de la sensibilidad para expresarse de otro modo que no fueran amenazas.

Mientras seguía sosteniendo la mano de Ulquiorra sobre su pecho, su otra mano trazó el camino opuesto, situándose sobre donde sabía que tenía el número cuatro tatuado.

Y lo sintió.

Aunque sólo fuera para mantenerlos en pie y hacerlos sangrar en la batalla, los Arrancar tenían corazón. Y el de Ulquiorra se aceleró aún más de lo que estaba en el preciso instante en que Orihime rozó su cuerpo.

La mujer tomó su otra mano y le hizo colocarla sobre aquel punto exacto. Con ambas manos, Ulquiorra sentía su corazón y el de Orihime latir al mismo ritmo. ¿Acaso era aquello lo que quería decir con que sus corazones eran uno sólo? No era la primera vez que sentía aquella sensación, a menudo ésta había estado relacionada con algún acontecimiento interesante o la proximidad de alguna pelea, aunque también muchas de las veces había tenido que ver con la cercanía de Orihime. Podía identificar aquel estímulo como excitación, aunque hasta ese momento nunca lo había relacionado con la excitación física.

Dispuesto a averiguar si sus corazones podían latir al unísono, si todo aquello era producto de una reacción física, el Espada acortó la distancia entre ellos, sus cuerpos rozándose levemente.

Entonces, de repente, algo amenazó con destruir aquella atmósfera de silenciosa confianza que los rodeaba. Una poderosa fuerza espiritual se aproximaba. Y toda curiosidad acabó transformándose en necesidad y urgencia.

Todavía podía notarlos. Los latidos de Orihime se habían vuelto tan violentos y continuos que era capaz de sentirlos aún habiendo desplazado su mano para rodear el busto de la mujer. Un débil gemido había escapado de sus labios cuando el Espada lo acarició con suavidad. La mano derecha de Orihime se despegó de la de Ulquiorra para alzar el camino hasta el cuello del joven, rodeando su nuca y atrayéndolo hacia ella.

Casi esbozó una sonrisa cuando sus miradas entraron en contacto a tan escasa distancia. Estaba acostumbrada a la mirada impasible de Ulquiorra y le resultaba hasta incluso cómico que ni en un momento como aquel sus ojos fueran incapaces de mostrar ninguna emoción. Sin embargo, seguía sintiendo cómo su corazón latía más fuerte según el contacto se hacía más íntimo y no tuvo más remedio que preguntarse si en alguno de sus encuentros anteriores el corazón de Ulquiorra había latido de igual forma sin que ella fuera capaz de advertirlo.

Ulquiorra sintió un extraño cosquilleo que en principio achacó al roce de los dedos de Orihime sobre la piel de su nuca, o tal vez a que el gesto había hecho que su cabello se moviera y le había hecho cosquillas. Era extraño porque no entendía que esa sensación se produjera en su abdomen cuando lo lógico era que se produjera en el sitio donde estaba teniendo lugar la acción, o sea, en su cuello. Sin tiempo para reflexionar más acerca de aquel asunto, de repente se vio inmerso en algo totalmente nuevo y abrumador a la vez.

En el tiempo que llevaba siendo un Arrancar no había tenido más experiencia que la de luchar y servir a las órdenes de Aizen, pero era consciente de que aquello que estaba a punto de producirse se llamaba “beso”. Y según tenía entendido los humanos se besaban como una forma de demostrar su amor mutuo. Si el concepto de amistad ya le resultaba complicado, esclarecer algo tan complejo incluso para los humanos como el “amor”, para alguien como él era algo totalmente imposible. ¿Tenía que ver el amor con el hormigueo incesante y creciente de su vientre?

La vio dedicarle una última mirada antes de cerrar los ojos y ladear ligeramente la cabeza. Los dedos sobre su cuello se cerraron con más fuerza terminando de atraerle hacia ella, haciendo que sus labios al fin se tocasen. Paralizado, los ojos de Ulquiorra se abrieron aún más, con sorpresa, para luego acabar cerrándolos.

Nada de lo que estaba ocurriendo podía ser aclarado por el poder de su ojo, así que no tenía ningún sentido mantenerlos abiertos. Con los ojos cerrados las sensaciones adquirían otra dimensión mucho más intensa. Seguía sin comprender qué estaba ocurriendo pero al menos podía decir que era agradable.

Consiguió sobreponerse al impacto de lo desconocido y siguiendo su instinto entreabrió la boca para acoger los labios de Orihime. Un beso leve, apenas un contacto entre sus labios. Encadenado con el primero llegó un segundo beso en donde sintió la humedad de la lengua de la mujer rozando sus labios.

El escalofrío que le subió por la espina dorsal sólo podía ser comparado con el ser atravesado por una Zanpakutou. Sentía un calor abrasador, y no era producto de un Cero impactando sobre su cuerpo. Todo a su alrededor se volvía rápido y vertiginoso pero no era por el Sonido. Sentía que su máscara caía rota en mil pedazos pero no era su máscara de Hollow. Algo se desataba en su interior haciéndole perder el control, pero no era su forma liberada.

¿Qué era aquello que le hacía avanzar con la urgencia de saber cual sería el siguiente paso? Sus manos recorrían las curvas femeninas de aquella mujer. Había invadido su boca para imponerse y dejar claro que pese a toda la confusión él era quien tenía el control, aunque ella lo hubiera iniciado todo. Había dejado escapar algún que otro jadeo mezclado entre el jugoso sonido de sus besos. Pese a la inexperiencia había ido guiándola según aquello que le hacía sentir con más intensidad, a veces breves roces con la lengua, a veces largos juegos en los que se entrelazaban quedándose sin respiración. Había acabado acorralándola contra la pared, sintiendo la calidez de su cuerpo templar su propia frialdad y el poder de sus reiatsus casi fundiéndose en uno sólo.

No sabía explicar qué era todo aquello que estaba experimentando, pero lo que sí tenía seguro era que aún sin conocerlo, había estado deseándolo desde el principio.

El tiempo apremiaba, el invasor estaba a punto de llegar. E Inoue Orihime sabía muy bien qué era lo que debía hacer.

Nada.

Sus dedos seguían aferrándose al cuello del Espada, adentrándose en su oscuro cabello, agarrándose a ellos cada vez que sus besos le producían una nueva punzada de placer. Sentía aquellas manos viajar por su cuerpo, desde sus pechos hasta sus caderas. Alzó una pierna enroscándola alrededor de la cintura del joven, permitiendo que descubriera sus muslos y haciendo de este modo el contacto más íntimo.

Sintió cómo abría la parte superior de su vestido, dejando a la vista su cuello y su escote. Ulquiorra abandonó su boca, y en aquel breve instante volvió a echarle de menos. Luego lo notó descender por su cuello para terminar posando una mezcla de violentos besos y mordiscos justo debajo de la base de su cuello. La pared no le permitía echar hacia atrás la cabeza para facilitarle el acceso, pero si hubiera podido, lo habría hecho. Porque Inoue Orihime sabía qué era lo que estaba ocurriendo puesto que Grimmjow se lo había explicado.

La estaba marcando como suya, aunque no mediante un agujero sino a través de marcas rojizas que tardarían lo suficiente en desaparecer como para que cualquiera de los que habían venido a rescatarla pudieran verlas. Con aquello había terminado de integrarla en su propio mundo. Había firmado algo que Inoue ya intuía; que la mataría antes de dejar que se la llevaran.

Sabía que aquella era la solución a todos los problemas que había causado. Podía llamarlo sacrificio pero no podía ser calificado como tal si había una parte de ella que deseaba quedarse con el Espada, sobretodo después de lo que estaba sucediendo.

El reiatsu del enemigo era tan palpable que indicaba que estaba a punto de llegar. Ulquiorra hizo el ademán de separarse para enfrentarlo, pero la mano de Orihime sobre su cabeza le hizo volver, sumergiéndole en su pecho. Necesitaba que la vieran aunque sólo fuera por un instante, que comprendieran que no tenían motivos para arriesgar sus vidas por alguien como ella, que era una traidora. De esa manera, desistirían, nadie más saldría perjudicado en ninguno de los dos bandos si ya no quedaban motivos por los que pelear. Debían olvidarse de ella y volver al mundo humano para brindar su apoyo a las divisiones que se habían quedado allí para pelear contra Aizen y los suyos. Debían proteger Karakura, no a ella.

Sucedió todo muy rápido, aunque esto no impidió que sin hablar Ulquiorra y Orihime se sincronizaran a la perfección y fueran capaces de entenderse, por primera vez, aún sin necesidad de palabras. El invasor hizo acto de presencia y, como era inevitable, la escena que estaba teniendo lugar fue lo bastante impactante como para dejarle fuera de juego unos segundos.

Orihime se sujetó con fuerza al cuello de Ulquiorra, impidiéndole que pudiera atacar y entonces sacó de su bolsillo la pulsera que éste le había dado el día en que se marchó con él hasta el Hueco Mundo. El Espada vio cómo se la colocaba en su muñeca y comprendió que con aquel gesto estaba negando su voluntad de ser rescatada. Sólo hizo falta que el Espada hiciera uso del Sonido para trasladarla junto a él a un lugar recóndito de Las Noches donde nadie salvo ellos, los Arrancar, podrían localizar el reiatsu de Inoue Orihime.

Quizás de ese modo, aquel final alternativo que Inoue había imaginado, pudiera tener un final feliz.

Castillo de arena

Sumario: A Mello le gusta la playa pero a Near no, y mucho menos como para celebrar allí su cumpleaños. ¿Seguirán con la misma opinión al final del día?

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Siempre que alguno de los chicos de Wammy’s House cumplía años, se organizaba algo especial, eran huérfanos y no tenían a nadie más salvo aquellos con los que compartían su vida en aquella casa. Ese pequeño detalle les hacía darse cuenta de que, tal vez no tuvieran padres o hermanos, pero tenían algo parecido a una familia.

Pero para Near, la idea de ese año era más un castigo que una celebración. ¿Quién habría tenido la brillante idea de llevarlos a la playa precisamente para celebrar su cumpleaños?, ¿acaso nadie se había preguntado que lo más probable sería que lo último que a Near le gustaría hacer en su cumpleaños era ir a la playa? El exterior, el sol, la playa… Sólo de pensarlo, Near se estremecía pensando hasta el último momento que quizás se tratara de una broma de mal gusto.

Se dio cuenta de que no lo era cuando tuvo delante el autobús al que ya empezaban a subirse los chicos, ataviados con ropa veraniega y multitud de cosas para disfrutar del mar y la arena. Resignado, Near se subió también llevando consigo un pequeño cubo de plástico con paleta y rastrillo. Al menos así mataría el tiempo de alguna forma, porque no pensaba abandonar la sombrilla y mucho menos poner un pie en el agua. Con lo bien que lo habrían pasado quedándose en la casa… Lástima que esta vez no se hubiera enterado con tiempo suficiente para poder provocarse una faringitis comiendo hielo del congelador por las noches, como cuando planearon ir a la playa el verano anterior.

Durante las casi tres horas de camino, Near lo único que era capaz de pensar era “Vaya asco de cumpleaños” mientras intentaba ignorar el ambiente de excitación que reinaba en el autobús. De vez en cuando era capaz de distinguir la voz y las risas de Mello, quien seguramente ya estaría planeando un sin fin de cosas que hacer, lo peor de todo era que, entre ellas seguro que habría alguna que le incumbirían. ¿Qué sería lo que Mello habría pensado esta vez para molestarle? La última vez la gracia había acabado en una conjuntivitis debida a la gran cantidad de arena en sus ojos.

Cuando llegaron, todos los chicos salieron en estampida hacia el agua, dejando todas sus cosas esparcidas en la arena. Sin embargo, estaba claro que Near no tenía prisa por llegar. Se quedó rezagado tardando un tiempo exagerado en colocarse una gorra que le protegiera del sol. Una vez hubo reanudado la marcha oyó una voz a su lado.

- Ya sé que no es lo que más te habría gustado pero de vez en cuando es bueno que te de el sol. Sobre todo el agua del mar y la brisa marina son beneficiosas para la salud.- se excusó Roger al ver que el homenajeado era el menos interesado de todos.

Near asintió mecánicamente sin protestar pensando que su salud habría estado igual o mejor si se hubieran quedado en casa.

Se colocó debajo de una sombrilla sin ni siquiera pasársele por la cabeza el quitarse la gorra o la camiseta. Pidió a un chico que le llenara el cubo de agua y empezó a construir un castillo de arena. Con suerte, cuando llegara la hora de irse, tendría un castillo de arena gigantesco.

Entretanto, los demás chicos se divertían en el agua o en la arena. Unos buceaban buscando peces, otros jugaban a la pelota en la orilla, recogían conchas, se adentraban en el mar con colchonetas hinchables, hacían carreras a ver quién llegaba primero nadando a aquella roca que emergía de entre las aguas… Llevaba ya un buen rato haciendo el castillo, tenía ya toda la base y parte de una de las torres, cuando vio que Matt salía del agua y se dirigía hacia donde él estaba. Intentó no hacerle caso, pero era imposible. Con lo grande que era la playa, ¿por qué demonios tenía que ponerse justo donde él estaba? Sabía lo que ocurriría después; era cuestión de tiempo que Mello apareciera por allí, y si por un golpe del destino se había olvidado de él, Matt había elegido el lugar exacto para hacérselo recordar.

- ¿Qué tal?- dijo Matt mientras se sentaba y cogía su mochila.- ¿No te bañas?

Near consideró absurdo responder ya que su cara parecía decir a gritos “¿Tengo yo cara de querer bañarme?”, pero aunque fuera sólo por educación respondió de forma mucho más simple.

- No.- y siguió a lo suyo, con su castillo de arena.

- El agua está un poco fría, entiendo que no te apetezca. Además, esto de la playa cansa tanto…- dijo sacando su consola portátil y tumbándose en la toalla. Matt, al igual que Near, no estaba acostumbrado a demasiada acción.- He tenido toda la noche cargando la batería por si acaso.

- Uh.- respondió Near. Matt le caía bien, pero precisamente en ese momento no le apetecía entablar conversación, y mucho menos cuando Mello estaba al caer por allí.

Near miró de reojo hacia la orilla mientras colocaba pequeños cuadraditos de arena moldeada que hacían de almenas. Mello estaba saliendo del agua. Se acercaba… Iba llegando y parecía enfadado. Near se encogió sobre sí mismo tratando de ocultarse inútilmente con la gorra. Oyó sus pasos y se encogió aún más. Oyó sus pasos alejarse… Y miró, aliviado por haber pasado desapercibido.

-¡MATT!, ¿eres imbécil o qué?- gritó Mello, salpicando de agua todo a su alrededor.

- ¡Cuidado! Como se moje esto se estropeará.- dijo Matt, protegiendo su videoconsola de la lluvia de agua que Mello despedía.

- ¿Ah, sí?- dijo Mello y acto seguido se dio la vuelta y cogió el cubo de Near, todavía lleno de agua hasta la mitad.- ¿Ves esto? Pues como no apagues eso ahora mismo, no dudaré en tirarle el agua encima.

- Bue… bueno, vale.- dijo Matt, atemorizado porque sabía que si no lo hacía el destino de su preciado videojuego sería fatídico. No tenía duda alguna de que Mello era capaz de tirarle el cubo de agua.

- ¿Es que se puede ser más soso?- protestó Mello.- Para un día al año que venimos a la playa vas tú y te pones a jugar a esa mierda.

- Vale, ya está, tranquilo, ya la he guardado.- dijo Matt, asegurándose que su mochila quedaba bien cerrada frente a posibles ataques.- ¿Contento?

- Sí, mucho más contento, ahora vamos a echar una carrera nadando hasta allí.- propuso Mello. Matt estaba a punto de quejarse inútilmente porque sabía que al final acabarían haciendo la maldita carrera y Mello acabaría ganando. Pero Mello, al soltar el cubo de donde lo había cogido antes, advirtió la presencia de Near.

Mierda, me ha visto.” Pensó Near, aunque siguió moldeando la arena como si se mantuviera ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor.

- Bueno, rectifico Matt. Sí que hay alguien más soso que tú.- dijo Mello, agachándose hasta quedar frente a Near.- ¿Te vas a quedar ahí todo el día?

Near no lo miró.

- ¿Tú no ibas a echar no sé qué carrera?- respondió Near, intentando que Mello se olvidara de él lo antes posible.

- Sí, pero ahora mismo estoy más intrigado en saber por qué te quedas ahí con toda la ropa puesta.

- Si tuvieras la piel tan blanca como la mía evitarías que te diera el sol.- contestó Near. Mello tenía la piel clara, pero no tanto como la suya. Alzó la vista levemente para comprobar que tanto los hombros como la nariz y las mejillas de Mello empezaban a tomar un color rojizo.- Aún así deberías usar crema, te estás quemando.

- Ya, pero no me cambies de tema. Eres tú el que está en la sombra con toda la ropa puesta, es una contradicción en sí misma.- el rostro de Mello se volvió peligroso.- ¿No será que ocultas algo ahí debajo?

- ¿Qué?- preguntó Near, sin saber a qué se estaba refiriendo. Estaba claro que no ocultaba nada, sólo que no se sentía cómodo estando en bañador delante de tanta gente cuando no era necesario ya que no tenía pensado bañarse.

- A ver… qué es lo que tenemos por aquí…- dijo Mello agarrando la camiseta de Near y tirando de ella.

- Suéltame. Desde luego no sé qué cosas raras estás pensando.- se quejó Near, forcejeando con Mello.

Finalmente desistió, pues si seguía resistiéndose acabarían rodando por el suelo y destrozando su castillo de arena. Tan sólo sería el tiempo justo de que Mello se diera por satisfecho y volviera al agua, entonces volvería a ponerse la camiseta. Así que en uno de los tirones de Mello, Near alzó los brazos haciendo que el rubio se llevara la camiseta junto con la gorra.

- Ya has conseguido que tenga que pasarme media hora poniéndome crema por todo el cuerpo.- bufó Near.

- Ja, ja, ja.- rió Mello, cogiendo uno de los brazos de Near, levantándolo y acercándose mucho para observar algo.- ¡Lo que te pasa es que te da vergüenza quitarte la camiseta porque ya te están saliendo pelillos!

De entre todas las cosas que Mello podía decir, aquella era sin duda la más absurda. ¿En serio creía que no quería quitarse la camiseta por aquello? Ojalá la intervención de Mello en ese día se redujera a ese comentario tan tonto.

- No tienes de qué preocuparte, yo también tengo, y Matt.- dijo Mello alzando sus brazos con orgullo.

- ¿De verdad crees que me preocupa eso?, ¿crees que a alguien más que a ti le interesa lo que le pase a mis axilas?- dijo Near, ignorándolo y empezando a untarse crema protectora de factor 50 especial para bebés.

- ¿Entonces qué coño pasa contigo?- preguntó Mello, rodeando a Near e inspeccionándolo con atención.- No tienes barriga.- un dedo curioso se hundió en el vientre de Near.- Y tampoco veo que tengas nada raro debajo de toda esa pringue que te estás untando. Aunque a lo mejor…

Los dedos de Mello sujetaron peligrosamente el elástico de la cintura del bañador. Antes de que tuviera ocasión de hacer lo que fuera que estuviera pensando hacer, un chorro de crema protectora impactó contra su cara.

- ¡¿Te importaría dejar de tocarme?!- se defendió Near.

- ¡Ah!, ¡mi ojo!- gritó Mello.- ¿Eres tonto? No iba a hacerte nada pero ahora… ¡Tú te lo has buscado!

De repente, un golpe y una nube de arena. Una pelota que se había escapado sin control derribó a Near llevándose por delante el castillo de arena.

Mello, aún con un ojo medio cerrado, evaluó sus alternativas; los chicos estúpidos que habían dejado ir la pelota destrozando el castillo y golpeando a Near, o el propio Near que trataba de levantarse aturdido por el golpe con todo el cuerpo rebozado en una mezcla de crema y arena.

- ¡MATT!, ¡Cógelo!- ordenó Mello.

Matt dudó. Todo había pasado tan rápido que no sabía qué era aquello que debía coger.

- ¿El qué?

- ¡A NEAR!, ¿A QUIEN VA A SER?- gritó Mello antes de salir en busca de los chicos de la pelota.

Aunque su rostro parecía estar pidiendo perdón, Matt hizo lo que Mello había pedido. Cuando Near se estaba incorporando, escupiendo arena y limpiándosela de los ojos, Matt lo levantó del suelo rodeando con sus brazos la cintura del pequeño.

Near pataleaba y trataba de deshacerse de Matt. Éste lo sujetaba con fuerza aunque era difícil, pese a que Near no era alto y estaba delgado, pesaba demasiado como para que pudiera retenerlo mucho tiempo, más aún cuando no dejaba de moverse y para colmo se le resbalaba por culpa de la crema protectora.

- ¡Suéltame, Matt! Sabes que no quieres hacer esto.

- ¡No te muevas más o te harás daño!

Matt no tenía ni idea de qué era lo que Mello pretendía, se limitaba a intentar sujetar bien a Near hasta que su amigo volviera, y esperaba que fuera pronto o el pobre Near se haría daño si caía al suelo. Near tampoco sabía qué sería lo que pasaba por la mente de Mello, aunque podía imaginarlo. La idea era tan desconcertante… Le estaba escuchando recriminar a aquellos niños, gritándoles, diciéndoles que por su culpa la pelota había roto el castillo y le había golpeado, que si acaso estaban ciegos para no haberse dado cuenta que él estaba allí… Y, sin embargo, ahí estaba Matt, reteniéndole porque por lo visto Mello tenía algo planeado para él.

- ¡MELLO DATE PRISA!- gritó Matt notando que Near se le resbalaba.

Mello llegó justo a tiempo para evitar que Near se cayera al suelo. Ayudó a Matt agarrando las piernas del chico. Inclinó la cabeza indicando que fueran hacia el agua.

Near no paraba de moverse, sobre todo después de ver el gesto de Mello. El agua… ¡NO! Mello no podía ser capaz de algo así. Sabía de sobra que le daba pánico, ¡que ni siquiera sabía nadar!

¿Por qué todo lo que les relacionaba carecía de sentido?

¿Qué sentido tenía que regañara a aquellos chicos por hacerle daño si luego él mismo se encargaba de hacerle algo que le dolía más que un simple balonazo en la cabeza?

¿Por qué le decía que le odiaba y luego le protegía?

¿Por qué le protegía para luego hacerle esas cosas?

¿Por qué, si era cierto que no le soportaba, no se contentaba con ignorarle sin más?

- Uno, dos y… ¡TRES!

Los confusos pensamientos de Near se vieron interrumpidos por el frío del agua. Se hundía y no era capaz de oír nada más que sonidos amortiguados. Aunque no sabía nadar esperaba alcanzar el fondo para poder tomar impulso. Por un lado pensaba que esta vez Mello se había pasado de la raya y que bien merecía un escarmiento por ello, pero por otro lado le invadía una extraña sensación de tranquilidad. El contacto con el agua no estaba siendo tan terrible como había imaginado. Le daba pánico el mar, sí, y siempre había tenido la impresión de que si algún día caía en aguas profundas se ahogaría porque, debido al miedo, no sería capaz de razonar siquiera cual sería el método más adecuado para permanecer a flote. Pero la sensación no estaba siendo esa y la culpa la tenía Mello. Porque si Mello estaba allí no dejaría que le ocurriese nada.

Efectivamente, Near estaba en lo cierto, y lo supo en el mismo instante en que una mano le agarraba de la muñeca y tiraba de él hacia la superficie.

Cuando salió lo primero que hizo, de forma instintiva, fue sujetarse al cuello de Mello. Éste se quedó mirándole entre extrañado e incómodo. Near comprendió esa reacción porque él se sentía igual. No estaba acostumbrado al contacto físico, y Mello también lo sabía, pero… ¿qué quería que hiciera?, ¡no sabía nadar!, ¡no tenía otra alternativa!

- ¿Qué haces?- dijo Mello al ver que Near lejos de soltarse, lo que hacía era agarrarse con más fuerza.

- Intentar no ahogarme, es obvio.- dijo Near, deseando que lo sacaran del agua cuanto antes, nunca se había visto en una situación tan embarazosa. Algo rozó sus pies y antes de que pudiera pensar qué es lo que había hecho, había rodeado la cintura de Mello con sus piernas.

- ¡NEAR!- gritó Mello sintiéndose cada vez más confuso. Si ya era raro tener a Near colgado del cuello, más lo era tenerlo con las piernas alrededor de su cintura.

- ¿Qué era eso?- preguntó mirando hacia el agua.

- ¡NEAR!, ¡NO ME SEAS NENAZA!- exclamó Mello forcejeando para quitarse a Near de encima.- ¡Pues sería un pez!, ¿qué esperabas?, ¿Qué te atacara un tiburón en la orilla?

- ¿Orilla?

- ¡Sí, Near!, ¡SUÉLTAME!, ¡haces pie perfectamente!- desveló Mello.

En ese momento, la vergüenza se apoderó de Near, pero aún así no se atrevía a soltarse, ¿y si Mello estaba mintiendo? Sin quererlo aflojó la presión para inclinarse y comprobar que lo que decía Mello era cierto. Instante que Mello aprovechó para empujarle y hacer que cayera de nuevo al agua.

El agua otra vez… Y Near fue consciente de que Mello decía la verdad. No estaban más que a unos metros de la orilla. Ridículo… Se puso en pie y confirmó que el agua no le llegaba más arriba de los hombros. Ridículo, no. Ridículo espantoso.

Sintió que las mejillas le ardían, tal vez fuera la vergüenza, o tal vez fuera a causa del sol, o tal vez fuera que las mejillas de Mello también se habían vuelto de un color más intenso. Lo más sensato sería volver a su sombrilla y olvidar que todo aquello había pasado.

Sin decir nada, y viendo que Mello seguía allí parado mirándole en un ataque de súbita timidez, se dio la vuelta para salir del agua.

- Deberías pensar en las consecuencias antes de actuar.- murmuró Near.

Aquellas palabras consiguieron sacar a Mello de su trance.

- ¿Es que siempre tienes que salir con el mismo tema?- protestó Mello.

- Es que es la verdad.- dijo Near, deteniéndose y girándose un poco para mirarle.- Si tan horrible te parecía la idea de que me agarrara a ti, no haberme tirado al agua. Creo que me conoces lo suficiente como para haber sabido cual sería mi reacción.

- Y yo creo que me conoces lo suficiente como para saber que no te tiraría en un sitio donde no hicieras pie. Te odio, vale, pero no tanto como para matarte.- se excusó Mello.

- Si me odiaras tanto como dices nada de esto habría ocurrido.

- Vale, admito que hay veces que se me olvida sólo un poco lo mucho que te odio, pero en seguida me lo recuerdas cuando te pones así.

- Si no me pusiera así, molestarme no tendría gracia, ¿no?

- Ah, admites que te pones así porque te gusta que te moleste.

-¡AHHH!- gritó Matt volviéndose loco con aquella conversación absurda, acaparando las miradas de los dos chicos.- ¿No os dais cuenta que vivís en un círculo vicioso? Tú le odias porque siempre te recrimina lo que haces, y él te recrimina lo que haces porque tú lo haces para molestarle y así siempre, día tras día, siempre igual. Me aburro, ¿puedo irme?

- ¡NO! Tú te quedas ahí.- dijo Mello y se volvió de nuevo hacia Near.- Si alguna vez probaras a hacer las cosas sin pensar dejarías de ser tan aburrido.

- No puedo. Y esa es la gran diferencia entre tú y yo.

- Ah, ¿y es eso lo que te hace mejor que yo?- dijo Mello con rabia en la voz.- Porque si es así, no pienso cambiar, no voy a dejar de ser como soy sólo por superarte. Si ser el número uno significa ser como tú, prefiero no serlo. Ya te he dicho que eres muy aburrido.

- Nadie ha hablado de ser mejor o peor. Simplemente somos diferentes. Tú tienes tus maneras de actuar y yo tengo las mías. Lo único que te he aconsejado es que deberías tener en cuenta las consecuencias de lo que haces porque puede que éstas no te gusten.

- ¡Y dale con que puede que no me gusten!- exclamó Mello, su rostro enrojeciéndose más y más.- ¡Si lo que estás buscando es que confiese que me ha gustado que te pegaras a mí como una lapa, lo haré!, ¡me ha gustado!, ¿vale?, ¿estás contento ya?

- Mello…- murmuró Matt, asustándose por el cariz que estaba tomando todo aquello.

Mello no lo escuchó. Estaba tan furioso con Near porque siempre conseguía sacarle de sus casillas, porque tenía esa habilidad de manipularlo todo y conseguir siempre lo que se proponía que lo último que le importaba a Mello era lo que Matt dijese en ese momento.

- ¡Me ha gustado porque te he visto ponerte colorado!, ¡porque por primera vez he visto que te has dejado llevar olvidándote de tus estúpidas manías!, ¡me he sentido orgulloso de ser la única persona que ha conseguido sacar a la luz al Near humano que se ruboriza y tiene miedo!

Al oírlo, Near sintió sus mejillas arder de nuevo. Mello tenía razón, se había dado cuenta de que aquel impulso no había sido un acto propio de él.

- Ya lo sé.- murmuró Near, girándose y dándole la espalda.- Eso es lo que te gusta de mí. Me proteges de los demás porque te consideras el único con derecho a descubrir lo que hay en mi interior.

- ¡¿CÓMO TE ATREVES A INSINUAR ESO?!- gritó Mello, molesto y confuso por la respuesta de Near.- ¡INSINUAR QUE TE QUIERO SOLO PARA MÍ!

Y como era habitual en Mello, actuó sin pensar en las consecuencias, sin tener en cuenta la advertencia de Near. Las consecuencias no siempre tenían que ser las esperadas, no siempre tenían que ser agradables…

Estaban cerca, por lo que lo alcanzó cuando el chico aún no había avanzado más que unos pasos. Sin avisarle, desde atrás consiguió taparle la boca con la mano. Daba igual que Near tratara de apartarle, Mello era más fuerte que él y estaba furioso, no soltaría la mano por mucho que Near le clavara las uñas. En un gesto rápido, volvió a hundirlo en el agua. Estaban en un sitio poco profundo por lo que Mello sólo tenía que agacharse un poco para conseguir mantener a Near acorralado contra la arena del fondo.

Las manos de Near intentaban aferrarse al brazo de Mello, pero sólo resbalaban sin conseguirlo. Sus piernas se movían en todas las direcciones, sus pies se hundían en la arena sin poder encontrar un punto de apoyo con el que ejercer fuerza para salir, tampoco encontraban las piernas de Mello para apartarlo de él con una patada.

Pero sabía que Mello sería incapaz de hacerle daño.

- Near… Near…- murmuraba Mello entre dientes apretando, apretando…

- ¡Mello, déjalo ya!- oyó decir a Matt, que se acercaba bastante alarmado.

- No puedes decir eso…- seguía murmurando Mello como si hablara con Near aunque éste no pudiera escucharlo.- ¡No puedes saberlo! No puedes saber todo sobre mí mientras tú sólo muestras lo que quieres que yo vea.

- ¡MELLO!- exclamó Matt observando que Mello estaba tan absorto que no se daba cuenta de que el agua estaba empezando a calmarse. Le empujó pero no consiguió derribarle.- ¡PARA, VAS A AHOGARLO!

Mello abrió los ojos como si hubiera despertado de un mal sueño. Soltó la mano que cubría la boca de Near y descubrió con horror que Matt estaba en lo cierto. Near no se movía. Su cuerpo comenzó a subir ya que nada lo retenía ahora. Su rostro… Los ojos cerrados y la piel de un color cercano al morado.

- ¡NEAR!- gritó Mello con desesperación. No podía ser verdad, simplemente no podía…- ¡Matt, ayúdame!

De forma instintiva, Mello rodeó los hombros de Near y lo apretó con fuerza contra su pecho. La cabeza inclinada con miedo y arrepentimiento, sus cabellos rubios acariciando la piel de Near movidos por las débiles olas, sus ojos aprisionados contra el hombro inerte mientras sus lágrimas se mezclaban con el agua de su cuerpo mojado.

Matt sostuvo las piernas de Near y entre ambos jóvenes lo sacaron del mar. Lo tumbaron sobre la arena y, asido por los hombros, Mello lo zarandeaba esperando alguna respuesta.

- ¿Qué hacemos?- preguntó, asustado.

- Si tiene agua en los pulmones hay que sacársela o no podrá respirar.- sugirió Matt.

- Bien. Vamos, ayúdame.- dijo Mello a la vez que los dos se colocaban entorno al cuerpo de Near.

No tenían una idea clara de cómo se hacía, pero lo habían visto en muchas películas y más o menos entendían el procedimiento. Mello se puso de rodillas al lado de la cabeza de Near, colocándola un poco elevada sobre sus piernas. Si lo dejaba totalmente horizontal podría atragantarse al expulsar el agua. Matt se colocó a horcajadas a la altura del vientre, con las manos unidas buscando el hueco entre las costillas. Presionó tres veces y Mello, tapando la nariz de Near y abriéndole la boca posicionó la suya sobre ésta para insuflarle aire. Estaba demasiado asustado y demasiado nervioso como para que algo así le causara turbación.

Estaba demasiado asustado y demasiado nervioso como para darse cuenta de que Near respiraba y había expulsado una bocanada de agua que había retenido a propósito.

- ¡Ha echado agua, Matt!- informó Mello con alivio.- Otra vez.

Repitieron lo mismo varias veces pero no consiguieron sacar más agua.

- ¿Por qué no reacciona? Si no vuelve en sí es que debe tener más agua pero no conseguimos sacarle más. ¡Ve a buscar a Roger, esto es muy raro!-propuso Mello.

Matt se marchó en busca de Roger, pero Mello no pensaba quedarse de brazos cruzados. Seguiría intentándolo. La piel algo enrojecida en el pecho de Near indicaba el lugar donde Matt había estado presionando y que ahora era su objetivo. Al colocar las manos sintió los latidos del corazón. Near estaba vivo, ¿qué demonios pasaba?, ¿qué estaban haciendo mal?

Empujó tres veces y con rapidez acudió a soplarle más aire. Nada. Otra vez, presión y aire.

Aunque ahora sí que notó algo. Algo suave que se introducía despacio en su boca. Por un momento pensó que se trataba de algún pez que Near había tragado y que era el causante de su asfixia.

A pesar del sabor salado del agua de mar, todavía podía reconocerse el gusto dulce del chocolate. A Near le habría gustado probar su sabor original en la primera vez. Pero aquellas eran las consecuencias y había que atenerse a ellas, como bien sabía.

En seguida se dio cuenta de que, en realidad no se trataba de ningún pez. La boca de Near se había cerrado un poco, sentía contra su nariz la débil respiración que poco a poco se iba haciendo más fuerte. Se agachó un poco más sobre él, haciendo el contacto más cómodo, más profundo. No se negó a aquella invitación, aquella prueba de vida que entraba en contacto con su lengua, rozándola para retirarse tímidamente. Mello le siguió a la vez que lágrimas de alivio surgían de sus ojos para deslizarse y fundirse con sus labios que acababan de separarse. Volvieron a rozarse, salados y húmedos, y se entreabrieron por instinto ya que ninguno de los dos había hecho aquello antes. Un rastro de dulce saliva brilló en el labio inferior de Near cuando la lengua de Mello lo rozó antes entrar en su boca y unirse de nuevo. Esta vez más que una simple caricia, pequeños toques intercalados con largos roces que cada vez se hacían más profundos necesitando una entrega que hizo que incluso sus dientes chocaran. Respondían al unísono, se entremezclaban siguiéndose el uno al otro como si se adivinaran los pensamientos. Se sentían cómodos así, siendo Mello quien invadía, quien marcaba ese ritmo que Near correspondía sin dificultad.

- No encuentro a Roger…¡¡¡¿¿PERO QUÉ CO…?!!!

Toda la magia se desvaneció en el mismo instante en que oyeron la voz de Matt. Se separaron rápidamente. Mello notó que Near se movía, había entreabierto un poco los ojos pero en seguida sintió que la mano de Mello le impedía moverse. Lo entendió y volvió a hacerse el desmayado.

Daba igual lo que hicieran, sus mejillas y bocas mostraban un color intenso que nada tenía que ver con el sol. Sus labios brillaban por algo que tampoco tenía nada que ver con el agua de mar.

- ¡No es lo que parece!- se excusó Mello, apretando a Near contra la arena mientras pensaba que por favor, por nada del mundo se le ocurriera levantarse de allí.

- ¡¿Ah, no?!- exclamó Matt, sorprendido, dolido, rabioso.- ¡Te he visto perfectamente sacar la lengua de su boca!, ¡POR SUPUESTO QUE ES LO QUE PARECE!

Mello lo vio salir corriendo hacia el agua, con los ojos apretados por la furia.

- ¡TE ODIO, MELLO!

- ¿PERO QUÉ HACES?

-¿TÚ QUÉ CREES?- se paró un instante, dándose la vuelta con el agua a la altura de las rodillas.- ¡IR A AHOGARME A VER SI A MI TAMBIÉN ME HACES ESO!

- ¡AHHRRGG, MATT!- gritó Mello, desesperado sin saber a quien atender si al celoso Matt o al inerte Near.

Ahora que estaba claro que Matt se había alejado, Near abrió los ojos. Mello lo miró, aún aturdido por lo que había pasado. Habría entendido el encontrar una expresión parecida en el rostro de Near, incluso habría entendido no encontrar ninguna expresión. Para lo que no estaba preparado era para encontrar esa sonrisa. La típica sonrisa de Near, aquella que ponía cuando hacía algo bien, cuando se le ocurría algo particularmente ingenioso. Esa sonrisa que le hacía recordar que por cosas como esa, era por lo que lo odiaba. Mello no se entretuvo a pensar que a lo mejor es que Near no sabía sonreír de otra manera y su verdadero significado era un misterio, podía ser una sonrisa de complicidad o simplemente la sonrisa tonta que sigue al primer beso. A Mello no le importaba cual fuera su significado, la única traducción que encontraba era la de sonrisa maquiavélica y retorcida.

Porque esa traducción explicaba a la perfección todo lo que había ocurrido.

- ¡NEAR!- exclamó sintiendo cómo rugía su rabia interior, sus ojos abriéndose avergonzados y furiosos.- ¡TODO ESTE RATO HAS ESTADO FINGIENDO!

En la mente de Mello se sucedían velozmente todas las imágenes, comprendiendo y sintiéndose cada vez más ridículo. ¡Y pensar que había llorado por miedo a que le hubiera pasado algo a Near por su culpa!, ¿tan cruel era Near de querer hacerle pasar por aquel momento tan angustioso? Y después le había besado y…¡oh, horror!, ¡le había correspondido! Ni siquiera se dio cuenta de que aquella era una reacción muy extraña en un ahogado, sólo se dejó llevar con sus sentimientos cegados por la alegría de saber que Near estaba bien. Y ahora que lo pensaba…

- ¡Pervertido!- le incriminó Mello.- ¡Todo esto era una estrategia para besarme!, ¿no es verdad?

- Bueno, en realidad no. Sólo lo hice por ver si de verdad me odiabas, por saber hasta qué punto yo te importaba. Lo del beso… lo hice sin pensar.

- ¡Mentira! No eres capaz de hacer las cosas sin pensar, tú mismo me lo dijiste antes.

-Alguna vez tenía que ser la primera.- dijo Near encogiendo sus pequeños hombros sin borrar la sonrisa.

A lo lejos se oían voces alarmadas. Entre ellas alguna reclamaba la presencia de Mello.

- ¡Mello!, ¡¡Matt está haciendo cosas raras!!

Mello gruñó y descargó su frustración en un golpe contra la cabeza de Near.

-¡Ay!

- ¡Que sepas que ahora te odio más que nunca!- anunció antes de levantarse para acudir en ayuda de Matt y excusarse en voz alta.- Matt no es como tú, él es capaz de ahogarse de verdad a propósito.

Corrió hacia el agua teniendo muy claro que por mucho que Matt se ahogara ya había tenido suficientes besos por el momento.

Near se levantó y volvió a su sombrilla pensando que, después de todo, el día de su cumpleaños no había sido tan horrible como había imaginado. La idea de ir a la playa había ofrecido muchas más posibilidades que la de quedarse todo el día haciendo un castillo de arena. Precisamente no recordaría aquel cumpleaños como el día en que logró hacer un castillo de arena gigantesco…

jueves, 26 de marzo de 2009

Defectos

Sumario: Sé que nunca me atreveré a decírtelo, mi Princesa, pero hay cosas que no puedo evitar observar en ti. Tus errores, tus defectos. Porque eres como cualquier otro ser humano. Y aún así te amo. Pensamientos de Darien sobre Serena.

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Posiblemente nunca te diga todo lo que pienso de ti. ¿Para qué? sé que heriría tus sentimientos, y eso es lo último que quiero, mi princesa. Pero es que hay cosas que, por más que yo me empeñe en negarlas, siempre estarán ahí. Rei te lo ha dicho muchas veces, sé que tus amigas otras cuantas más. Tu hermano, tu padre o tu madre, incluso Luna y Artemis. Eso sin dejar de lado a nuestra querida Rini.

En cambio yo siempre he guardado mis comentarios para mí. Y así será por siempre. Sin embargo, eso no significa que no piense nada al respecto.

Porque no puedo negar que eres la persona más desordenada que he conocido. Tu habitación, las pocas veces que he entrado, siempre ha estado hecha un desastre. Ropa por aquí y por allá, algunos peluches, cuadernos, cosas personales... de todo. Y ni hablar de tus apuntes. No sé cómo entiendes lo que escribes, princesa. Tu letra roza lo ilegible, escribes fuera de las márgenes, haces dibujos tapando lo importante. Me pregunto por qué los profesores no te regañan cuando presentas un examen.

Y, ahora que hablo de exámenes, no puedo negar que eres una pésima estudiante. Odias absolutamente todas las asignaturas y no les prestas atención. Y luego andas quejándote porque recibes notas bajas. ¿Pero qué quieres? no te esfuerzas ni una pizca en conseguir un buen resultado. Te duermes encima de los libros, sin haber leído ni un párrafo. No haces tus tareas, no repasas tus clases, no haces nada. Te preocupa más estar con tus amigas o conmigo, que estudiar.

Y luego lloras, como solo tú sabes hacerlo. ¿Alguna vez te has puesto a pensar que lloras más que un bebé? haces un escándalo por todo, Princesa. Porque sí, porque no. Nada te deja satisfecha. Y cuando quieres algo, lloras un mar hasta conseguirlo. Tus gritos podrían dejar sordo a cualquiera, ¿te lo ha dicho alguien? Y cuando hablas, las palabras que salen de tu boca son casi inentendibles porque pronto empieza a faltarte el aire de lo desesperada que te pones. Y no te importa que sea yo quien tenga que soportar cada vez que haces un berrinche. Serena, Serena...

Aparte de todo, mi amor, no sé por qué demonios tienes que ser tan impuntual. Llegas tarde a todas partes, incluso a las citas que te he programado con días de anticipación. Siempre que te invito a alguna parte, acabo esperándote más de media hora porque tú nunca puedes llegar a tiempo. Ni que tuvieras que arreglarte tanto...

Y luego de eso, me pregunto por qué te amo. Y me encuentro mirándote a los ojos y la respuesta llega a mi mente. Porque eres única, y me haces el hombre más especial del mundo. No concibo mi vida sin ti a mi lado, Serena.

Envidia

Risas.

Oh, cómo las odiaba.

Demostraciones de agrado, de conformidad, de alegría… De patética felicidad.

Últimamente salían bastante a menudo de la boca de la sangre sucia. No sabía si siempre las había habido o si tenía algo que ver el que hubiera centrado su atención en ella. Prefería no pensar mucho en ello.

-¡Oh, vamos, Ron! El profesor Snape no es tan malo…

Más burlas hacia su mentor y profesor favorito, la única persona cuerda en ese maldito colegio de sangres sucias. Tener que lidiar con personas que no sabían apreciar esto era denigrante.

La desagradable voz de esa Weasel se hacía oír desde la mesa de Slytherin sin problema.

- ¡Nos bajó puntos por reírnos, Hermione! Y no me irás a decir que no estuvo buenísimo lo de la Amortentia.

La chica le miró con expresión de querer reñirle, pero se notaban los esfuerzos que hacía por no reír.

-No tuvo gracia, Ronald.

- ¡Qué dices! ¿No viste cómo tonteaba con Malfoy? “Excelente, señor Malfoy”.- dijo Ron imitando la voz sedosa de su profesor de pociones.- “Nunca había visto tanta perfección. La textura, el gusto, la tonalidad,… Simplemente espléndido. Ya podrían hacerlo esos inútiles tan bien como usted”. ¡Por Merlín, faltó muy poco para que le hiciera una invitación sobre una visita nocturna a su despacho!

Harry y Ron estallaron en carcajadas y Hermione no pudo reprimir una pequeña sonrisa.

“Idiotas, reíd mientras podáis” pensó Draco apretando tanto los dientes que empezaron a dolerle. ¿Quiénes se creían que eran esos bufones para burlarse de esa manera de él? Envidia, eso era lo que tenían. Él elaboraba pociones antes y mejor que ellos y, por supuesto, el profesor Snape le elogiaba por ello. Además de patéticos, malos perdedores.

-Draco, enseguida empezará la segunda hora de pociones.- comentó a su derecha Pansy.

Pero él no prestaba atención a sus palabras, estaba demasiado ocupado observando la mesa Gryffindor lívido de rabia. Si las miradas matasen, Weasley estaría ya carcomido por los gusanos. Pero como no era un basilisco, tendría que aguantarse.

Se fijó en la sangre sucia, no se había unido a las burlas. Tal vez se pensaba tan especial que creía que no merecía la pena ni hablar de él. “Egocéntrica”.

Ante las insistentes quejas de su compañera, no tuvo otra que levantarse y dirigirse de mal humor hacia las mazmorras.

Risas.

La sangre sucia no se reía como sus dos estúpidos amigos. El sonido de su voz era más claro y limpio, sin un atisbo de malicia. Sacudió la cabeza. “Será cosa de muggles” pensó mientras fruncía el ceño al darse cuenta de que extrañas cosas se le pasaban por la cabeza. Debía estar volviéndose loco.

Apenas prestó atención a la clase, dejando que su compañera Pansy, casi tan buena como él en pociones, hiciera todo el trabajo. Pensaba en cómo podría vengarse de esos tres. De Potter y Weasley, por idiotas que se creían graciosos, y de Granger por ser una sangre sucia insoportable y engreída.

No tuvo que hacer nada.

Escuchó unas risitas a su lado y giró la cabeza para saber qué estaba pasando. Nott lanzaba miradas cómplices a su compañero Blaise, que parecía muy divertido por alguna razón desconocida. Llevaba en la mano un puñado de brotes de Luparia —algo que extrañó a Draco, pues en esta poción no se necesitaban— y se iba acercando disimuladamente al caldero de Weasley y Granger, quienes se hallaban discutiendo por lo que seguramente sería una estupidez y daban la espalda al recipiente de latón.

Cuando la sangre sucia se volvió hacia su caldero para seguir con la poción, esta burbujeaba con violencia y era de un color fangoso —y en verdad, parecía fango—. Extrañada, echó el siguiente ingrediente, raíz de Belladona.

Al instante, Draco comprendió la broma con una sonrisa burlona.

El caldero estalló, derramando a su paso un líquido viscoso y maloliente por el suelo y por una sorprendida chica.

Los alumnos de los calderos contiguos pegaron un brinco, pero recuperados del susto inicial se sumaron a la carcajada general que se había estallado.

- ¿Qué ha ocurrido aquí?- inquirió Snape caminando hacia ellos, observando el desastre.- ¡Reparo! – exclamó apuntando a lo que quedaba del caldero de latón. Éste recuperó su forma inicial al instante.

El profesor dirigió su mirada hacia la imagen —“Verdaderamente patética”— de Granger abriendo y cerrando la boca sin emitir sonido alguno.

-Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? Cincuenta puntos menos para Gryffindor.- dijo Snape saboreando cada una de sus palabras.- Señorita Granger, tendrá que cumplir un castigo después de la clase. Deberá recoger todo el desastre que ha provocado por no leer correctamente mis instrucciones.

La chica lo miró con espanto, no parecía muy acostumbrada a los castigos. “Patética sabelotodo que no incumple ni la más tonta norma”.

-Profesor, ha sido culpa mía, debí haber cortado mal las raíces o cogería alguna planta que no era.- se apresuró a decir Ron saliendo en defensa de su amiga.- No puede castigar a Hermione, ella ha seguido sus instrucciones al pie de la letra.

Draco pensó que debía irse con mucho cuidado, pues el complejo de héroe reprimido parecía ir expandiéndose.

-La verdad siempre sale a la luz. Con su incompetencia en el sagrado arte de las pociones no me extraña en absoluto que haya provocado tamaño desastre. Remplazará a Granger limpiando, y espero ver el suelo reluciente.

“Lo extraño sería que lo estuviera” pensó Draco mirando con repulsión el piso lleno de mugre.

-¡Pero qué dices, Ron!- oyó que le susurraba Granger a Weasley.- No, profesor, el caldero explotó después de que yo añadiera el último ingrediente, por lo que yo fui la única responsable de esto. No castigue a ron, yo soy la culpable de este accidente.- la voz de Granger rozaba la súplica. Draco hizo una mueca de asco.

-¡No, fui yo!- protestó Ron.

-Qué imagen tan enternecedora.- comentó Snape con desdén- Ya que ambos parecen culpables y lo admiten, compartirán el castigo. Y ahora…

No hubo nada en el resto de la clase que fuera digno de atención. Draco observó molesto como Hermione sonreía a Ron agradecida, y éste le guiñaba el ojo. Verdaderamente, se esperaba la estupidez de auto-incriminarse por parte de Weasley, pero ¿Granger? Al parecer era más estúpida de lo que aparentaba. ¿Por qué decir que había sido ella si Weasley había dedicido como un idiota cargar con el muerto? Carecía de sentido. “Gryffindors” pensó con sorna.

Al finalizar la clase, se dirigió junto con Pansy, Crabbe y Goyle hacia un recoveco de las mazmorras, donde solían pasar las horas libres molestando a los de primero. A Pansy le gustaba casi tanto como a él “abusar” de sus privilegios como prefectos.

-Gracias, Ron. Fuiste muy amable al decir…

-No fue nada, Hermione.

Las voces de los chicos atrajeron la atención de los slytherin, dejando que un niño de segundo — increíblemente molesto, por cierto—aprovechara la oportunidad y se fuera corriendo de allí.

-“Gracias, Ron”.-repitió Pansy con voz chillona.- Por Morgana, ¿se puede ser más ridícula que ella?

Draco sonrió. Pansy, al ser de su misma clase, podía distinguir sin problema a alguien inferior y actuar en consecuencia.

-Pero enserio, no tenías por que…

-¡Deja de repetirlo! ¿Para qué están los amigos?

Pansy bufó con burla y Crabbe y Goyle la imitaron. Draco los miró de reojo. “¿Para qué están los amigos?” repitió Draco mentalmente. Esa simple pregunta lo había dejado desconcertado, ¿habrían salido en su defensa Pansy, Goyle y Crabbe? ¿Habrían plantado cara a un profesor si le hubieran castigado injustamente? “No,” pensó con amargura mientras veía como sus compañeros se burlaban de las palabras de Weasley, “no lo habrían hecho”.

Pero, ¿acaso él habría hecho lo mismo que Weasley si hubiera sido Pansy la perjudicada? Lo dudaba.

Weasley había dicho que justo para eso estaban los amigos, para ayudarse entre sí. ¿Qué significaba eso? ¿Acaso él no tenía amigos? Draco sacudió la cabeza con violencia ante la incredulidad de los presentes. Aquello era imposible. ¿Por qué él, que era superior en todos los aspectos a Granger, no poseía algo tan insignificante como eran los amigos?

Recordaba al niño de segundo de antes. Se había burlado del chico, y el muy arrogante le había contestado que las personas como él se quedaban sin amigos. ¡Maldito crío! “Pero, ¿y si tiene razón?” ¿Él problema era él? ¿Es que no era un buen amigo? ¿Qué tenía que le impedía tener amigos? Porque no podía ser algo que no poseyera porque, modestia a parte, él era perfecto.

Miró a la sangre sucia, que salía en ese momento de las mazmorras riendo junto al pobretón. En el hipotético caso —y remarcaba hipotético— de que Granger sí tuviera ese algo necesario para tener amigos, ¿qué era?

Risas.

Risas claras y limpias.

Se sintió enfermo al comprender qué se le pasaba por la cabeza.

Envidiaba a una sangre sucia.

Definitivamente, estaba volviéndose loco.

Pequeño sufrimiento

Sumario: Date cuenta, Harry, aunque pasen mil años seguiré esperándote.

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“¿Nunca te has puesto a pensar, mi niño, por qué a veces trataba de no hablarte? Para no sentir esas odiosas mariposas en el estómago, y no sonreír como tonta todo un día. Tenía que evitar que alguien lo notara. Nadie debía saber mi más oscuro secreto.

¿Sabías que siempre intenté olvidar tu hermosa sonrisa? Estaba intentando hacerme más fuerte, porque tú me vuelves débil y tu sonrisa me desarma.

Pero sé que entre tú y yo nunca podrá haber nada, porque te fijaste en ella y no en mí. Soy tu amiga, soy tu apoyo, soy quien te ayuda a tratar de conquistar a Cho. Ella no sabe lo que se pierde, pues te rechaza como si pudiera haber alguien mejor que tú. ¡Y eso es injusto! Sufres tú, sufro yo… ¿por qué no me puedes dar una oportunidad?

Date cuenta, yo estoy esperando por ti. Pueden pasar mil años, y otros mil más, pero siempre esperaré a que te des cuenta de que estoy enamorada de ti. No lloraré, no gritaré, únicamente seré paciente, porque sé que llegará mi momento.”

—Y seguiré aquí, esperando por ti —murmuré en voz baja, en medio de los pasillos desiertos de Hogwarts. Estaba en otra de mis rondas como prefecta, aguantando las lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos cafés. Todos mis pensamientos se aglomeraban en aquellas lágrimas perdidas.

Te vi al otro lado del pasillo, hablando con ella. Era imposible no verla, pues en algo tenías razón: Era preciosa.

No quería interrumpirlos, pero me quedé -como buena masoquista- mirándote, desviviéndote por Cho. Aunque eras tímido, estabas decidido a tratar de acercarte a ella ese día. La Ravenclaw, por su parte, te sonreía con cierta frialdad, no quería darte falsas ilusiones.

“Te siento tan lejano cuando la ves. No estoy celosa, simplemente me da rabia verte tomarla de las manos, y que ella las retire. Cada vez que cierro mis ojos, oigo tu voz lejana, en algún punto de mi cabeza. Me persigues hasta en mis sueños, a pesar de que sea a ella a quien persigas en la realidad.

Este es un pequeño sufrimiento que debo aguantar.”

—Mírame —dije en un susurro. Era muy poco probable que lo hicieras, por el momento sólo tenías ojos para Cho Chang.

“Estoy aquí, esperándote, rogando por un instante. Espero por una mirada, un gesto o una sonrisa. Voy contra la corriente que es mi conciencia y me repito que hay que tener paciencia: Algún día te darás cuenta que estoy aquí a tu lado, Harry.”

No pude evitar lanzar una silenciosa maldición cuando te inclinaste para tratar de besarla. Mala jugada la tuya; ella te abofeteó con fuerza y se marchó corriendo. No esperaba menos, pero el verte anonadado en medio del pasillo me hizo sentir desolada.

Escucha mi silencio, interpreta mis miradas. Date cuenta que estoy a tu lado, y no te abandonaré. Entiende que por ella no gira el mundo, y tú puedes estar sin amarla. Mírame a mí, que estoy a un costado, que siempre estaré esperando por ti.

Aunque el futuro difiera del presente, sé que en algún momento observarás a tu costado, entenderás que te amo y serás feliz junto a mí.

Lo dicen las estrellas, que lo saben todo. Lo dice el viento, que nos mira todo el tiempo. Todos los saben menos tú: Nacimos para estar juntos.”

— ¡Harry! —exclamé con todas mis fuerza, tratando de llamarte. Tú alzaste tus ojos verde esmeralda y me sonreíste.

—Hermione… —me dijiste en voz baja. Corrí hacia ti y te aprisioné en un abrazo. Quería infundirte valor. Quería que entendieras que, aunque ahora ella sea tu pequeño sufrimiento y tú seas el mío, podremos hacer algo para cambiarlo. Y… quizá haya llegado el momento de iniciar el cambio.

—Harry. —El tono de mi voz era decidido. No podía dejarme ganar por Cho, era una Gryffindor. Sí, podría esperarle mil años más, pero no debía hacerlo. —Me estaba preguntando si tú quisieras… —titubeé un poco —, si tú quisieras ir conmigo al salón de té de Madame Pudifoot en nuestra próxima salida a Hogsmade.

Me miraste sin saber que decir. Parecías no comprender las palaras que acababa de pronunciar.

—Sí, me encantaría Hermione —contestaste, esbozando una sonrisa. Me sentí feliz. Tal vez fueras mi pequeño sufrimiento, pero eso no significaba que las cosas no pudieran cambiar.

El tamaño no importa

Sumario: Near le cuenta a Misa las razones de la derrota de Kira, dándole una gran lección sobre subestimar a las personas sin conocerlas o sin saber precisamente sus firmes estrategias.

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Misa observaba fieramente al joven de cabellos blancos hacerse un gracioso bucle con sus dedos, no pudo soportarlo más y frunciendo los labios mientras cristalinas lágrimas caían de sus ojos color azul, comentó:

— ¿Cómo es posible que un mocoso como tú lograra vencer a Kira? —Misa tenía la rabia bien marcada en cada una de sus palabras— ¡Misa-Misa no lo comprende! —sus mejillas adquirieron un tono rosado y las lágrimas comenzaron a deslizarse por su rostro incontrolablemente— Light-kun dijo que todo había acabado, ¡Él dijo que ya nada nos separaría!

Near sólo le dedicó una mirada carente de emociones mientras con sus pálidas manos comenzaba a formar una enorme torre de cartas; Misa no podía con el dolor que llenaba su corazón, el joven detective sólo la miró monótonamente, mientras se disponía a contestar a su cuestionamiento y al mismo tiempo completaba su rascacielos de naipes.

—Amane-san, le agradecería un poco de respeto hacia mi persona y al mismo tiempo le suplico que conserve la calma, no debe ponerse a gritar, es bastante molesto y sólo muestra su carencia de madurez —continuó mientras jugueteaba con el último naipe antes de completar exitosamente la figura de la torre Eiffel compuesta única y exclusivamente de naipes blancos— Logré vencer a Kira debido a que Yagami Light me subestimó.

— ¿Cómo que te subestimó? —inquirió completamente desconcertada, a lo cual Near simplemente comenzó a juguetear con sus pequeñas marionetas eligiendo la de Lawliet como la central y colocando la marioneta de Mello y la de él mismo detrás del legendario “L”.

Poco después de eso sujetó dos marionetas más, colocando la de Takada junto a la de Mikami, luego tomó la marioneta de “Kira” colocándola frente a las del tercer y el cuarto Kira.

—Te lo explicaré breve y conciso, trata de prestarme atención ya que no pienso repetírtelo dos veces —Near movió la marioneta de Kira y la marioneta de Lawliet una frente a la otra—. Como es evidente, Yagami Light se encontró con “L” y… —fue interrumpido por Misa, la cual simplemente dijo con tono infantil.

—Misa sabe que Ryuuzaki, L o cómo se llame tenía otro nombre, Misa quiere que dejes de utilizar ese seudónimo para referirte a él —Near ladeó la cabeza y Misa simplemente dijo lo que podía aumentar la credibilidad de su argumento—. Se llamaba Elle Lawliet, Misa lo sabe porque Light-kun se lo dijo poco después de que Rem lo asesinara.

—Si me permites proseguir con mis análisis te lo agradecería mucho Amane-san —Misa sólo ladeó la cabeza con gesto ofendido y Near lo interpretó como un “haz lo que quieras”, restándole importancia a esa acción prosiguió— Light venció a “L” usando el poder del cuaderno y con eso creyó que todos los obstáculos desaparecerían, pero en la casa Wammy nos enteramos de lo sucedido y eligieron a los más capacitados para sustituirlo —tomó un hondo respiro mientras colocaba las piezas de Takada y Mikami a ambos lados de Kira, pero al mismo tiempo colocaba la figura de Mello y la suya junto a la de L— Mello y yo fuimos los seleccionados para este trabajo, pero Kira al ver la diferencia de opiniones pensó que sería un trabajo muy fácil; no tomó en cuenta que antes de secuestrar a la señorita Takada Mello vino a verme —movió a Mello y a Takada al centro ante la mirada de una consternada Misa— Me comentó sus hallazgos y lo que tenía planeado hacer… Pero él estaba consiente que ya no seguiría con vida, sin embargo la información fue muy útil —Near quitó la figura de Takada y acercó la de Mikami y Kira a la de L— Puede que Yagami Light superara a L, pero no pudo superarnos. La razón es que Mello y yo trabajamos como un equipo; Light no esperaba que trabajáramos juntos, él sólo esperaba encontrarse conmigo y al ver que soy sólo un niño pequeño pensó que tenía la partida ganada.

—Pero es cierto, eres sólo un niño —comentó Misa golpeando el suelo fuertemente y haciendo que su torre Eiffel de naipes se desplomara en el suelo.

Near sólo vio la montaña de naipes caer ruidosamente en el suelo y mirando a Misa, inexpresivamente utilizó su figurita para tirar a Mikami y para finalizar su juego, usó la figura de Mello junto a la suya para derribar a Kira y poner a L detrás de ambos.

—Lo mismo que tú has dicho fue lo que propició la derrota de Kira —Near realizó otro bucle con su cabello—. Pensó que un adolescente no podría detenerlo ya que era una de las pocas personas tan poco racionales que aún creía en la filosofía antigua, le faltó entender que no todo es lo que parece —su discurso aún no había terminado, sujetó la figura de L frente a su rostro y prosiguió—. Para Kira, Elle Lawliet era el peligroso, simplemente por que lo consideraba a su nivel, pero piensa… ¿Crees que Kira se tomaría enserio a un par de jóvenes que intentarían cazarlo después de la muerte de L?

— ¡Claro que no! —gritó Misa, era imposible creer que alguien se tomaría enserio a dos niños.

—Pero nos subestimó y creyó que tenía la partida ganada —Near simplemente continuó jugando con su cabello—. Debió aprender mientras que convivía con L… que el tamaño no importa.

—No te entiendo —Misa tenía muchas preguntas rondando su cabeza y sin más Near continuó su relato.

—Las hormigas pueden cargar el doble de su peso y no morir aplastadas, ese es un gran ejemplo de fortaleza y si ignoras el pequeño tamaño que poseen son criaturas formidables —Misa comenzó a comprender y Near no pudo evitar preguntarse ¿Cómo era posible que existiera alguien tan tonto?— Teniendo este ejemplo como base, es posible que un pequeño niño con un coeficiente intelectual superior al promedio pueda vencer a un adulto con el mismo coeficiente intelectual de alguien superdotado.

—Déjate de rodeos Near —Misa comenzaba a perder la paciencia y antes de que derribara otra de sus preciadas construcciones de naipes Near explicó en pocas palabras algo que se había omitido en la conversación.

—Yagami Light nunca aprendió una gran lección —el joven de cabellos blancos se levantó de su asiento y caminó hasta el lugar donde antes se encontraba su figura de la imponente torre ubicada en Paris intentando reconstruirla nuevamente con sus naipes—: nunca debes subestimar a tu enemigo…

El don de Peter

Sumario: Manos manchadas de tinta y expresión concentrada. Porque no es nadie.

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Las piernas encogidas en el sillón de terciopelo rojo, manos manchadas de tinta y expresión concentrada. Los dedos fluyen con precisión por la hoja, allí donde hay una sombra difuminada o un tono especialmente oscuro. El flequillo oculta la mirada fija, provista de esa determinación y fuerza que solo tiene cuando dibuja. De vez en cuando se para a observar, pensativo, como si quisiera desentrañar todos los secretos que esconde el boceto.

Desde la mesa, Lily Evans aprecia la tranquilidad que emana con envidia. Hace tiempo que no dispone de momentos para ella sola, pero en realidad no le importa mucho. Con una sonrisa tonta se levanta para mirar al cielo. Tiene que estar por ahí, en algún lugar entre las nubes y el sol. Seguramente volverá lleno de barro, sudando y quejándose de Sirius. Satisfecho.

En un momento dado, percibe como Peter alza el papel con actitud crítica. A Lily le gusta como dibuja, con trazos suaves y esponjosos. Se acerca hasta él y se sienta a su lado.

-¿Me lo enseñas? –pregunta sonriendo.

Peter se ruboriza. Sabe que debería estar acostumbrado ya a que Lily le tratara tan bien, pero siente que no lo merece. Él no ha hecho nada, no es como sus amigos, fantásticos.

Le pone el dibujo en su regazo, y Lily no puede hacer otra cosa más que quedarse maravillada.

Como siempre.

Un bosque oscuro. Un gran perro negro que aúlla a la luna, como si implorara que bajase con él a jugar. Parece que las sombras de la noche quieren adueñarse de su alma, pero en los trozos tocados por la luz de la luna, estas se dispersan.

Más adelante hay un ciervo, majestuoso, acariciando con su hocico una pequeña flor. Es lo único que tiene color. Rojo

Lily no es tonta, lleva el tiempo suficiente con James como para saber quien es el ciervo, o por qué hay un perro llorando a la luna. Pero falta algo. Siente, presiente, que no esta todo.

-Peter esto es... esto es precioso –murmura embelesada.

Vuelve a repasar el dibujo, deleitándose con cada curva, con cada mancha. Y lo advierte. Ya sabe lo que falta.

Quien falta.

Si en ese momento Lily hubiera alzado la vista, se habría encontrado con los ojos de Peter Pettigrew brillantes. Emocionado.

Espera que en ese momento le pregunte, se sorprenda al no verlo.

Pero no.

La señora gorda deja pasar a los jugadores de Quidditch, fatigados y hambrientos. Presencia como James se abalanza sobre Lily, sin que esta haga ademán de apartarse por el evidente olor. Detrás viene Remus, con Sirius pisándole los talones, metiéndose con él.

Como de costumbre.

-Ey Colagusano, ¿Qué tienes ahí?

Peter ha intentado esconder el dibujo. No le gusta que los vean. Se siente desnudo. Las manos de James, aunque no tan primorosas como las de Peter, son más rápidas.

-Vaya vaya, parece que una bella flor roja me ha embaucado con su aroma... –cometa James con una sonrisa abrazando a Lily cuando ve el dibujo.

Sirius le arranca el papel de las manos para examinarlo.

-Aquí hay un lobo aullando a la luna –dice con voz cantarina.

-En realidad es un perro.

La confesión de Peter hace que Sirius lo mire con los ojos entrecerrados.

-¿Y porqué iba a estar un perro aullando a la luna Pettigrew? –pregunta amenazador.

-Es evidente Canuto, la luna lo vuelve loco.

Todos miran a Remus, que parece querer asesinar a James con la mirada.

-¿Vamos a las cocinas? –sugiere Lily solventando la situación. Remus se lo agradece con una sonrisa.

Se marchan entre risas, empujones, lunas y flores.

El dibujo queda olvidado.

Y Peter si siente como su obra.

Nadie preguntó donde estaba él.

Nadie preguntó por esa pequeña sombra a los pies del ciervo.

Porque él es solo eso. Una sombra